El presidente de Perú, el izquierdista Pedro Castillo, cumple este jueves un año de mandato con un récord de cinco investigaciones fiscales por presunta corrupción y el pertinaz asedio de un Congreso dominado por la derecha que exige su renuncia.
El panorama evoca la suerte de los exmandatarios Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, quienes sobrevivieron a una primera moción de destitución, pero no a una segunda en 2018 y 2020 respectivamente, en medio de choques con el Congreso y denuncias de corrupción.
Cuando este jueves acuda al Congreso para su primer mensaje anual en el día nacional de Perú, hallará un ambiente más crispado.
La reciente decisión de la fiscal de la nación, Patricia Benavides, de abrirle una nueva investigación por “obstrucción a la justicia” al proteger a tres miembros de su entorno prófugos ha avivado las brasas para un tercer pedido de destitución.
De momento, Castillo ha capeado el temporal ayudado por la corrupción y fragmentación del Congreso de 130 miembros, que carece de los 87 votos necesarios para separarlo del cargo.
Diversos analistas consultados por la AFP dudan que logre mantenerse en el poder.
“A los tres meses era evidente que era un presidente inepto y con una vocación por la corrupción muy grande”, dijo el analista y economista Augusto Álvarez Rodrich.
Perú: 5 investigaciones contra Pedro Castillo
La Fiscalía abrió cinco investigaciones contra Castillo, cuatro por casos ocurridos en su gobierno.
Las causas contemplan un presunto tráfico de influencias en la compra de combustible por la estatal Petroperú en 2021 y la supuesta obstrucción a la justicia en la destitución de un ministro de Interior.
También un presunto tráfico de influencias en un expediente de ascensos militares; supuesta corrupción y colusión agravada en un proyecto de obra pública, y por el plagio en su tesis universitaria.
El presidente niega vehementemente todos los cargos.
“No tengo nada que ver con actos irregulares o de corrupción. Soy un hombre honesto y siempre defenderé mi inocencia y honor”, escribió en Twitter el 17 de junio.
La fiscalía, que es autónoma e impulsa la megainvestigación del caso Odebrecht que salpicó a otros cuatro presidentes peruanos, considera que hay indicios de que Castillo encabeza “una organización criminal” que involucra a su entorno político y familiar.
Sin embargo, no puede llevarlo a tribunales pues tiene inmunidad hasta el fin de su mandato en 2026.
“El ministerio público es independiente. Ha habido tantos testimonios y acusaciones que parecen estar bien fundados. No creo que estos sean fabricados”, dijo a la AFP el analista Michael Shifter, del Diálogo Interamericano, con sede en Washington DC.
“Esto no es ideológico”, estimó.
“La corrupción no se limita al presidente y el Congreso también está muy involucrado y los miembros del Congreso se han beneficiado”, dijo.
El politólogo Carlos Meléndez, de la universidad chilena Diego Portales, cree que Castillo está aparentemente rodeado de “aventureros y oportunistas que pactan puntualmente para montar negocios indebidos aprovechando su cercanía con el poder”.
El martes, el exsecretario de Castillo, Bruno Pacheco, buscado por cargos de corrupción, se entregó a las autoridades en otro golpe a la imagen del presidente.
La calle, dividida
Los peruanos están divididos sobre Castillo, quien canalizó en 2021 un voto de protesta como un rostro nuevo, ajeno a los partidos dominantes, salpicados por la corrupción.
“Nuestro presidente ahora se encuentra arrinconado por los políticos de la derecha, no le dejan gobernar y somos testigos todo el pueblo que este Congreso no deja gobernar”, dijo a la AFP Areís Alfaro, de 56 años.
En la otra mano, Ingrid Chung, de 30, lo ve como “alguien más que nos ha venido a engañar”. “Considero que no debería seguir y que está actualmente manchado de corrupción”, dijo.
Su desaprobación en los sondeos subió a 74%, cuatro puntos más que en junio, según reciente encuesta de Ipsos. El Congreso también queda mal: un 79% lo desaprueba.
Castillo ganó inesperadamente las elecciones al frente de un pequeño partido de corte marxista-leninista con 50,12% de votos, en un reñido balotaje contra la derechista Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori (1990-2000).
El resultado fue cuestionado por derechistas que alegaron fraude, pero fue avalado por la OEA y la Unión Europea.