Justo antes de cumplir un convulso primer medio año en el poder, Pedro Castillo ha roto su silencio ante los medios. Una de sus frases más repetidas y citadas en los últimos días ha sido la de su supuesto proceso de aprendizaje como máxima autoridad de su país.
“Estoy aprendiendo cada día”, aseguró el presidente de Perú en varias entrevistas. Una forma tácita de admitir errores y de prometer mejoras para los cuatro años y medio de gobierno que tiene por delante. Sin embargo, de un modo hasta cierto punto característico para su gestión plagada de tropiezos, la formulación se le ha vuelto en contra y ha reforzado la impresión asentada de que Castillo no está preparado para el enorme desafío que ha asumido.
Castillo, un maestro rural de izquierda que ganó en junio una elección turbulenta y ensombrecida por acusaciones –hasta hoy infundadas– de fraude, no tuvo un comienzo fácil. Un sector importante de la oposición de derecha, radicalizada por una campaña electoral tóxica, le negó la legitimidad, y las expectativas de buena parte de la población ya eran muy bajas cuando juró el cargo el 28 de julio de 2021, debido a la visible improvisación de su candidatura y las posiciones radicales de su partido, Perú Libre. Y Castillo confirmó los temores.
Un aprendizaje costoso para el país
Su Gobierno arrancó de forma caótica, porque el mandatario no pudo presentar un primer gabinete completo, aparentemente, por la negativa inicial de algunos ministros, previstos para el cargo, a juramentar en un Ejecutivo liderado por un político altamente controvertido.
El conflictivo Guido Bellido, investigado por apología del terrorismo, estuvo al final menos de tres meses en el cargo de jefe de gabinete. El ministro de Exteriores, Héctor Béjar, acorralado por viejos ataques a las fuerzas de seguridad, no duró ni siquiera un mes.
La impresión, para muchos observadores, es que las exigencias de Perú Libre y otros grupos aliados por tener sus propias cuotas de poder, sumadas a la inexperiencia y la falta de pericia de Castillo para elegir a su entorno, resultaron en una combinación devastadora. “No hubo un primer control a este presidente irresponsable”, dice a Deutsche Welle el politólogo limeño Eduardo Dargent. “Tanto él como sus aliados toleraron un ‘cuoteo’ a la hora de formar el gabinete, con muchas personas que no estaban preparadas para el cargo”, analiza.
La torpeza política de Castillo quedó en evidencia también con la facilidad de lobistas de reputación dudosa para beneficiarse del Gobierno e incluso con la elección de su propio secretario presidencial, Bruno Pacheco, al que un fiscal encontró varios miles de dólares en efectivo, ocultos en un baño del mismo Palacio de Gobierno, en una investigación que alimenta el temor a la corrupción en un país plagado de tramas corruptas en las últimas décadas. El presidente “está aprendiendo a un costo enorme para el país”, concluyó el veterano periodista César Hildebrandt, tras la primera entrevista concedida por Castillo tras asumir el cargo.
El fantasma de la destitución
Los constantes errores han mermado más la ya baja popularidad del presidente, cuya gestión es desaprobada ahora por el 60% de los peruanos, según cifras de la encuestadora Ipsos publicadas a mediados de enero. Los índices de desaprobación han debilitado aún más a un Ejecutivo débil desde su nacimiento, tanto por los cuestionamientos a la legitimidad del presidente, como por la falta de una mayoría propia en el Congreso.
La propia bancada de Perú Libre no apoya de manera decidida a Castillo. Así que el jefe de Estado está condenado a intentar un difícil equilibrio para satisfacer a los sectores más radicales de su partido, por un lado, y buscar el consenso con otras bancadas más al centro del espectro político, por el otro, para conseguir gobernar.
La propensión del mandatario a cometer errores augura un panorama sombrío. Y el descrédito del propio Congreso, una institución con un papel protagónico como detonadora de las recientes crisis políticas peruanas, aumenta el peligro para la estabilidad política.
Castillo ya tuvo que hacer en diciembre frente a una iniciativa para organizar una moción de vacancia, un intento de la cámara por sacarlo del poder en base a la anacrónica y difusa figura de la “incapacidad moral” contemplada en la Constitución, que condujo a la caída de dos presidentes en los últimos cuatro años. El fantasma de la “vacancia”, símbolo de la constantes crisis políticas de Perú en el último lustro, ronda a Castillo desde los primeros días. En los corrillos políticos de Lima se da por sentado que el primer intento de destitución no será el último.
“Lo que viene es incierto, como todo lo que se vive con este Gobierno”, escribió el politólogo Fernando Tuesta tras la fallida iniciativa de vacancia. “Si pocos imaginan que el presidido por Pedro Castillo va a durar el quinquenio que le corresponde, ahora la pregunta es si superará un segundo intento de vacancia”.
Algunos aciertos y un panorama sombrío
Las visibles carencias de Castillo opacan incluso los pocos logros de su Gobierno, como haber conseguido mantener e impulsar la campaña de vacunación heredada de la gestión previa. Perú, uno de los países más afectados por la pandemia, tiene una tasa de vacunación de alrededor del 75%, similar a la media de la Unión Europea, y empezó a vacunar recientemente a niños a partir de los cinco años.
También la gestión económica ha estado lejos de la hecatombe presagiada por los sectores opositores más radicales. “Hubo buenos nombramientos en el Banco Central”, rescata el politólogo Dargent. Para la cartera de Economía, Castillo nombró a una “persona que respeta reglas macroeconómicas”, agrega.
Los malos augurios pesan más, sin embargo, por la incapacidad mostrada por el propio presidente para gobernar y por la forma en que ha dilapidado un capital político que ya era ínfimo al momento de arrancar. “El mayor reto es Castillo mismo”, cree Dargent. “Estamos hablando de un presidente con muchísimas limitaciones, y que no ha hecho nada por corregir esas limitaciones cuando debió hacerlo”.