Habrá muchos más países que desearían unirse a este nuevo impulso. Sin embargo, la alianza progresista solamente será reconocida si no incluye actores y países de dudosa calidad democrática.
México intenta forjar una alianza de gobiernos progresistas en América Latina, con el fin de abrir una nueva etapa en la representación de la región en el mundo.
Rara vez se ha visto un despliegue tan amplio en la política exterior de México como en los tres años de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
La ya proverbial distancia del presidente con los asuntos internacionales parece resquebrajarse de la mano de su secretario de RREE, Marcelo Ebrard.
la autoridad asumió la tarea de consolidar una alianza de gobiernos progresistas en la región. Lo anterior, con el fin de lograr el estreno de una nueva etapa en la representación de América Latina en el mundo.
Hasta ahora se han sumado a esta iniciativa Argentina, Bolivia y Perú, y en el futuro también lo hará Chile.
Con este cometido, Ebrard viajó a Santiago, donde aprovechó para felicitar al recién electo Gabriel Boric. Esto, además de lograr el compromiso de este con el proyecto mucho antes de asumir su cargo el 11 de marzo de 2022.
Con esto se da no solamente una señal para un nuevo internacionalismo en la política exterior de México sino que es también una llamada a los demás países de la región. Esto, para conformar un nuevo eje de cooperación, más allá de las formas establecidas de cooperación e integración regionales.
Todo ello con la expectativa de que un éxito electoral de Lula da Silva en Brasil pudiera llevar a un socio importante a unirse al proyecto.
En caso dado, este podría incluir también a un presidente progresista en Colombia. Esto, si las posibilidades abiertas por una campaña electoral consistente de Gustavo Petro se concretan en las urnas en mayo del año en curso.
¿Una nueva marea rosa en América Latina?
Pero lo que a primera vista se presenta como un regreso de la “marea rosa” en América Latina.
Es un concepto con el cual se describió el avance regional de gobiernos con orientación de izquierda en la primera década de este siglo. Pese a esto, no refleja adecuadamente la heterogeneidad de los gobiernos que desean formar ahora parte de la alianza progresista.
Además, el contexto es muy diferente a aquel en el cual logran llegar a la presidencia sus protagonistas.
Hoy en día se trata de proyectos nacionales y cooperaciones bilaterales que de entrada no tienen una vocación regionalista o transformadora a nivel global como lo fueron las aspiraciones de Hugo Chávez y Lula da Silva.
Adicionalmente, los países participantes no se mueven ahora en una bonanza económica por una alza secular de los precios de materias primas. En estos casos parecían viables proyectos de carácter faraónico como el Gran Gasoducto del Sur y el Banco del Sur.
Al parecer los anhelos se gestan ahora a un nivel más limitado y reducido, con menos voluntarismo político y más apego a las reducidas posibilidades financieras y fiscales.
Un liderazgo mexicano incierto
Además, es evidente que el nuevo actor y propulsor de la iniciativa es México, cuyas metas en esta alianza progresista tienen un alcance más restringido.
En cierto modo sorprende el activismo mexicano ante la ausencia del país en muchas iniciativas globales, por un lado, y su curso opuesto en materia de lograr acuerdos referentes al cambio climática y la transición energética.
El móvil del gobierno mexicano, cuyo representante es en este caso el secretario de RREE, es el deseo de que la voz de América Latina vuelva a ser escuchada a nivel global.
México tuvo que sufrir muchos altibajos a nivel nacional y regional para llegar a adoptar esta postura como eje de su política exterior.
Parece que en México maduró la convicción de que el curso de la política exterior diseñado al inicio de la presidencia de López Obrador ha llevado a una situación de autoaislamiento, que el mismo presidente solamente se mostró dispuesto a romper con la recepción de Evo Morales cuando fue destituido en Bolivia y el asesoramiento económico que se pretende prestar al tambaleante presidente peruano Pedro Castillo.
Ebrard, por su lado, utilizó la doble presidencia pro tempore en los años 2020 y 2021 de México en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) para buscar una salida a las restricciones impuestas por el presidente a la presencia internacional de México.
Como Brasil, bajo la dirección del presidente Jair Bolsonaro, se retiró de la CELAC, a México le quedó abierto el camino para lograr articular un programa de acción ante la situación de la emergencia pandémica, que culminó en la diplomacia de vacunas que se orquestró en conjunto con el gobierno de Alberto Fernández en Argentina.
Ausencia de una base sólida
Sin embargo, la búsqueda de coincidencias entre los gobiernos de la “alianza progresista latinoamericana” es muy endeble y se mueve sin considerar espacios existentes de integración con la Alianza del Pacífico, el Mercosur etc, los cuales en los últimos años han sufrido un proceso de estancamiento y descalabro.
Una de las razones reside justamente en desacuerdos entre los diferentes países en cuanto al modelo económico a seguir y las dinámicas propias a nivel nacional.
El consenso sí puede existir en cuanto a las buenas intenciones de escuchar más a los pueblos, impulsar las causa de su bienestar y avanzar hacia sociedades más justas e igualitarias.
Pero lograr una mejor vocería de América Latina a nivel global tiene que pasar por una mayor convergencia con respecto al modelo de desarrollo. Este difiere mucho entre la visión de Luis Arce, Gabriel Boric, Alberto Fernández, Pedro Castillo y AMLO.
Queda mucho camino por recorrer para que esta alianza en ciernes se vuelva sustanciosa y capaz de representar a América Latina.
Un espacio para ello será la nueva presidencia pro tempore de la CELAC por parte de Argentina, país inmerso en una profunda crisis económica.