Son nueve los países que hay que atravesar a pie para llegar de Chile a Estados Unidos.

Muchos haitianos ni siquiera saben situarlos bien en el mapa, pero tienen muy claro el número y los puntos rojos del recorrido: el desierto de Atacama, la selva del Darién y el río Bravo.

Tras años bregando por regularización y un trabajo digno y tras una devastadora pandemia que se ha llevado por delante las pocas esperanzas que les quedaban, miles de haitianos que llegaron hace un lustro al extremo sur del continente están haciendo las maletas para volver a migrar, esta vez hacia el norte.

Louisemame Exantus, de 35 años, aterrizó en Santiago en 2015 con dos de sus tres hijos.

El más pequeño nació aquí y tiene nacionalidad chilena.

Ella, en cambio, lleva esperando la renovación de su visa más de un año y medio y así, sin documentos en regla, es imposible acceder a un trabajo formal.

“¿Cómo es posible que teniendo un niño chileno no me dejen trabajar?”, se pregunta mientras monta un puesto ambulante de ropa usada en Estación Central, el barrio migrante por excelencia de la capital.

Apenas saca 120.000 pesos al mes y tiene que pagar 150.000 pesos por una minúscula habitación.

Las cuentas no le salen: “El papá de mi hijo menor me manda dinero desde Brasil y mi madre, a quien yo iba a ayudar, me envía plata desde Haití”.

“Yo no me voy de Chile por miedo y por falta de dinero”, confesó.

“Nos dicen que nos quedemos”

Animado por su primo, Emmanuel Elicier (40) llegó a Chile con su esposa y sus cuatro hijos en plena ola migratoria de 2016, cuando los haitianos podían entrar como turistas sin visa y regularizar luego su situación si encontraban trabajo.

Por entonces, la estabilidad política y el crecimiento por encima de la media regional hacían de Chile un paraíso en una Latinoamérica convulsionada.

Cuando el flujo empezó a ser masivo en 2018, Sebastián Piñera implantó una visa consular de turismo sin fines laborales.

Esta requiere de aprobación previa en Puerto Príncipe y que frenó drásticamente la llegada de haitianos, pero no mejoró la situación de los casi 200.000 que aún se encuentran en Chile.

“Las cosas no son como me contaron, pero he tenido un poco más de suerte”, dice a las puertas de su casa, en un campamento ilegal en la localidad capitalina de Cerrillos, sin agua corriente ni luz, con calles de tierra y casas de madera y zinc.

De su quincena de amigos, solo le quedan ocho en Santiago. Él, de momento, se resiste a migrar, sobre todo tras ver las imágenes que han dado la vuelta al mundo de más de 15.000 compatriotas -muchos de ellos procedentes de Chile- varados en Texas.

“La gente que ha llegado a México nos está pidiendo que ayudemos a nuestros compatriotas aquí para que no se tengan que enfrentar a ese camino, pero yo no tengo cómo ayudarles”, se lamentó Elicier.

De Chile a Estados Unidos: aumento del 81%

Las masivas protestas de 2019 y la pandemia le cambiaron la imagen a Chile, que se empezó a volver menos atractivo para los migrantes.

Con el fin de las cuarentenas, el éxodo haitiano ha explosionado.

Según el Ministerio chileno de Interior, la salida de haitianos ha aumentado un 81% con respecto a 2020, con casi 3.000 migrantes saliendo del país.

“La forma de migrar es muy precaria y riesgosa y muchos caen en la trata ilegal”, denunció Waleska Ureta, directora del Servicio Jesuita de Migrantes.

Para la activista, las dificultades del idioma y las grandes barreras administrativas para renovar los primeros permisos temporales de trabajo obtenidos antes del cambio de normativa de Piñera han contribuido al éxodo.

“Nos piden un certificado de antecedentes penales que nos tienen que enviar de Haití, pero cuando llega ya está caducado”, afirmó Fedelin Goerges frente al consulado.

Las autoridades chilenas niegan saturación en los servicios migratorios y falta de voluntad política. Aseguran que el éxodo masivo es un “problema de expectativas”, lo que termina con la migración de Chile a Estados Unidos.

Según el director del Departamento de Extranjería, Álvaro Bellolio, “más de la mitad de la población haitiana en Chile tiene residencia permanente, no hay un problema de regularidad”.

En medio de una de las entrevistas en el consulado, un joven que no llega a la treintena. Prefiere no dar su nombre se acerca e insiste en otra realidad de esta migración silenciosa: “Somos los olvidados de América”.