Barricadas en llamas, violencia, y un mandatario aferrado a su sillón: el presidente de Haití, Jovenel Moïse, no parece impresionado por las protestas y las demandas de dimisión de las últimas semanas. Puede contar con el apoyo de la nueva administración estadounidense y de la Organización de Estados Americanos (OEA).
“La calma ha vuelto a Haití”, tuiteó el presidente el 13 de febrero. “Los agentes de policía utilizaron gases lacrimógenos contra los alborotadores. El pueblo haitiano tendrá derecho a unas elecciones libres este año. El 7 de febrero de 2022, un presidente elegido me sucederá en el cargo”.
La disputa sobre el mandato del Presidente Jovenel Moïse ha provocado la reciente crisis en el país y las violentas protestas. Moïse quiere celebrar un referéndum sobre una nueva Constitución el 25 de abril, y elecciones parlamentarias y presidenciales el 19 de septiembre de este año.
La oposición, por su parte, lleva dos años exigiendo la dimisión de Moïse por escándalos de corrupción y violaciones constitucionales. No ha sido capaz de organizar elecciones parlamentarias y lleva un año gobernando por decreto. Moïse, por su parte, acusa a la oposición de un intento de golpe de Estado.
Para la oposición, el mandato de Moïse, que se presentó por primera vez a las repetidamente aplazadas elecciones de 2015 y salió victorioso en noviembre de 2016, ha terminado desde el 7 de febrero de este año.
Pero también tienen en la mira un búnker de hormigón de tres plantas no muy lejos del aeropuerto de Puerto Príncipe, en el barrio de Tabarre: la embajada de Estados Unidos. Porque ahí, según muchos haitianos, es donde se decidirá el destino del país.
Estados Unidos apoya a Moise
“La embajada se ha convertido en una especie de árbitro en Haití durante las últimas décadas”, comenta a DW Roland Joseph, politólogo haitiano y formador en el Centro Caribeño para la No Violencia y el Desarrollo Sostenible (CCNGD). El problema, según él, es que el gobierno estadounidense se aferra al desacreditado Moïse. Eso alimentaría las protestas.
Joseph sospecha que la escalada tomó desprevenido al nuevo presidente, Joe Biden. El experto, doctorando en la Nova Southeastern University del estado de Florida y representante de una nueva generación crítica y educada en el extranjero, no descarta la posibilidad de que Washington revise aún su postura.
Sin embargo, considera trágico el papel de Estados Unidos en Haití: “Nadie puede quitarnos a los haitianos la responsabilidad de nuestro país. Al final, tenemos que unirnos y encontrar un camino”.
“Juego hipócrita”
Jean-Ronald Joseph, politólogo de la Universidad Quisqueya, de Puerto Príncipe, tiene una opinión similar: “La comunidad internacional está jugando un juego hipócrita en Haití. Predica la democracia y el desarrollo, pero utiliza su dinero para apoyar y financiar a una élite corrupta que traiciona estos objetivos”, afirma.
Como ejemplo, Joseph cita la liberalización del comercio entre Haití y Estados Unidos en la década de 1990. Esto habría llevado a los agricultores haitianos a la ruina, y a la población, a depender de las importaciones de alimentos. En esa época, dice, el hambre se extendió por todo el país.
Cuando Estados Unidos intervino militarmente en Haití en 2004 para devolver al poder al sacerdote de izquierdas Jean-Bertrand Aristide, que había sido derrocado por los militares, dio a la acción el grandioso nombre “mantener la democracia” (uphold democracy). Como esto solo era posible de forma limitada por la fuerza de las armas, se envió posteriormente una misión de la paz de la ONU.
El terremoto destruye la reconstrucción
Hubo avances en la profesionalización del aparato estatal y especialmente en la educación, pero el terremoto de 2010 supuso un enorme retroceso. Murieron muchos funcionarios, se destruyeron muchos edificios nuevos, y la ONU también perdió a su jefe de misión y a muchos miembros del personal.
La reconstrucción posterior trajo de golpe mucho dinero fresco y cientas de ONG al país. Pero el frágil Estado se vio desbordado por esta oleada de ayuda, y la coordinación de los donantes iniciada por la ONU sólo funcionó parcialmente.
Donantes como Venezuela y Taiwán también intentaron utilizar la tragedia para sus intereses geopolíticos, alimentando así la corrupción de la élite local. Y algunas ONG estaban, aparentemente, más preocupadas por las imágenes que generarían donaciones que por un trabajo de reconstrucción significativo.
Límites de la ayuda
La ayuda de emergencia era importante y funcionaba, dijo Ricardo Seitenfus, entonces enviado especial de la Organización de Estados Americanos (OEA), pero se volvió problemática cuando sustituyó al Estado, porque entonces ya nadie se sentía responsable.
Hasta hoy, critica Jean-Ronald Joseph, la comunidad internacional no ha exigido al gobierno haitiano un informe de rendición de cuentas sobre el uso del dinero de la ayuda. Con ello, la ONU también se ha hecho cómplice.
“Y luego los cascos azules de la ONU también trajeron el cólera”, añade. “Si hacemos un balance de los últimos 30 años, esta estrategia de codesarrollo, con las élites locales y la comunidad internacional trabajando juntos, es un fracaso total”, concluye.