Sin mascarillas y con gente alrededor, Marisol Sanlate se retrata bajo un cielo de luces. En Navidad, Venezuela abandonó sus férreos controles para frenar el covid-19 y relajó su confinamiento, lo que puede traducirse en una escalada de contagios.

En las adornadas plazas de Caracas, hay decenas de personas que se reúnen, juegan, bailan y se fotografían, muchos sin barbijos. A Marisol la atrajo el centro capitalino, escenario para selfies por una cuantiosa iluminación que contrasta con los constantes apagones nacionales.

“Espero disfrutarlo al máximo”, dice a la AFP esta modista de 53 años, que ve con buenos ojos el levantamiento de la cuarentena que regía desde marzo con ciertas flexibilizaciones.

A pocos metros está Liliana Báez, temerosa.

“Me parece muy arriesgado porque la enfermedad está en avanzada. No sé de aquí a enero qué nos va a esperar”, confiesa esta vendedora de 54 años.

El presidente socialista Nicolás Maduro anunció en noviembre como “regalo” navideño el relajamiento de los controles en diciembre. Casi un mes después, el mandatario reconoció una “subida leve, pero significativa” de contagios.

Las consecuencias, prevé Jaime Lorenzo, miembro de la ONG Médicos Unidos Venezuela, se verán en enero con un “aumento inusitado de casos” en este país de 30 millones de habitantes y un servicio de salud precario.

“Van a aparecer los números donde hubo esta locura de concentraciones y donde se rompieron los controles”, explica Lorenzo.

Los balances oficiales dan cuenta de unos 110.000 contagios y más de 900 muertes, pero organizaciones como Human Rights Watch cuestionan las cifras por considerarlas mucho peores.

“Perdimos el miedo”

“¡Tapabocas, tapabocas!” retumba en los pasillos del mercado de La Hoyada, en el centro de Caracas, donde ríos de compradores buscan ofertas en una crisis económica donde el dólar ganó terreno.

Adriana Villarroel, 25, se fue hasta allá con los estrenos decembrinos en mente. Los precios, sin embargo, le “asustan” más que el nuevo coronavirus.

“Ya le perdimos el miedo porque muchos en la calle andamos sin tapabocas. Yo, incluso, a veces se me olvida”, comenta Adriana, que en ese momento tenía la nariz descubierta.

Como las plazas, los mercados populares se llenaron cuando quedó atrás el esquema “7+7” vigente desde junio: siete días de confinamiento “radical” con cierre obligatorio de comercios -exceptuando supermercados, farmacias y otros establecimientos considerados esenciales- alternados con siete días de “flexibilización” que permiten abrir.

Venezuela pasó “de cientos de personas (…) a miles y miles” en las calles y la actividad económica se multiplicó por cinco en lo que va de mes, dijo el martes Maduro.

A María Martínez, de 20 años, se le hace “difícil” exigirle a clientes rebeldes que cumplan con las medidas de bioseguridad, condición del gobierno para que tiendas y demás establecimientos funcionen en pandemia.

“Hay gente que llega con el tapabocas acá abajo (en el cuello) y se molestan si tú les dices que se lo suban”.

“Miedo a aislarse”

También en navidad, el gobierno mantiene jornadas de despistaje y desinfección en sectores chavistas como Ciudad Tiuna -parte del mayor complejo militar de Caracas- de la mano de alcaldías oficialistas y los llamados “médicos integrales comunitarios”.

Una de estas brigadas sanitarias -con trajes de seguridad, batas, gorros y tapabocas- recorre uno de sus edificios buscando casos positivos, mientras personal de limpieza desinfecta las precarias instalaciones, también decoradas por las fiestas.

En planta baja, un hombre de unos 40 años discute con el personal sanitario tras dar positivo en una prueba de diagnóstico rápido. “No se puede quedar”, le responde un médico.

Venezuela, inspirada en China para atacar el covid-19, recluye en hoteles a sus pacientes asintomáticos. “Algunos lo han tomado con mucha madurez”, pero otros “tienen miedo de aislarse”, explica a la AFP Tony García, médico líder del grupo.

Sin anuncio formal aún, Maduro ha adelantado que enero podría aplicar “un método más radical” al “7+7”.

Ante la eventual “mano dura”, José Camejo, un plomero de 49 años, se alegra. Es de los pocos con mascarilla en la principal plaza de la populosa favela de Petare.

“Al mismo ciudadano esto se le fue el control”.