En Argentina, el año se inició mediática, política y jurídicamente con un triángulo de Netflix: “El fiscal, la presidenta y el espía”.
Es una corta serie documental, hecha por el inglés Justin Webster, sobre el caso Alberto Nisman. Este fiscal desde hace años se dedicaba en exclusiva a investigar el atentado terrorista a la mutual judía AMIA, donde hace 25 años en Buenos Aires murieron 85 personas. Con ello, ya se abre el drama a una infinidad de actores y a todo el campo internacional.
En la justicia argentina se persiguieron por décadas posibles pistas nacionales, de responsables sirios, de iraníes o libaneses del Hezbollah. En el documental, un ex responsable de la FBI explica los magros resultados. Según él, en el país la justicia funciona al revés: busca primero un posible culpable y ordena la investigación para comprobarlo, en lugar de acumular bien los hechos y preguntar luego quien puede haber sido el responsable.
Nisman perseguía la hipótesis, que el gobierno de Cristina Kirchner había hecho un acuerdo con el de Irán para encubrir la responsabilidad de ellos en el atentado.
El fiscal contó durante mucho tiempo con la colaboración del espía Antonio “Jaime” Stiuso -enemistado con la presidenta- quien le proporcionó datos, audios y otros materiales para preparar la acusación al gobierno argentino.
En enero 2015, Nisman presentó un adelanto de sus acusaciones en la televisión. Un día antes de defender y profundizar luego su acusación en el parlamento, se le encontró sin vida en su departamento. Había leído recién antes unas declaraciones del ex jefe de Interpol, de que la denuncia era falsa.
Con gran apoyo mediático, se siguió la pregunta de cómo murió el fiscal: ¿se suicidó o el gobierno de Cristina lo hizo matar? Hubo y hay intereses muy pesados para una u otra explicación en un país tan polarizado como Argentina.
La investigación de la muerte se hizo en forma tan burda, que muchas huellas se ensuciaron. Los perseguidores de la tesis del asesinato lograron que la Gendarmería hiciera una nueva investigación, a dos años de la muerte y sin aportes adicionales convincentes. Pero el resultado era previsible: a Nisman lo mataron.
Tal vez es más importante preguntarse, por qué murió el fiscal. El documental da algunas pistas sobre la vida y el carácter multifacético de Nisman. Un hombre convencido de su tarea, pero gozando el prestigio de su importancia y los recursos materiales a su disposición. Al parecer, Stiuso finalmente no le proporcionó los datos contundentes en los cuales basar su acusación.
Un suicidio inducido puede ser un desenlace lógico. Desde luego, no era el objetivo de la serie, reemplazar la justicia argentina para llegar a conclusiones definitivas. Pero dejó al descubierto una serie de imperfecciones institucionales: una oficina de espionaje muy autónoma y descontrolada, una justicia muy dependiente de los poderes, tanto del ejecutivo como de la presión mediática y los intereses subyacentes. Y deja el amargo sabor a que junto con la inseguridad sobre la muerte de Nisman seguirá pendiente y tal vez nunca solucionado el caso de la AMIA.
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