El 22 de enero feneció el mandato de Evo Morales y, aunque no hubiera renunciado el pasado 10 de noviembre —que lo hizo— por donde se lo mire, es ya un expresidente.

Desde su aterrizaje en México el 12 de noviembre y luego en Argentina un mes después, en calidad de exilado, concedió al menos un par de decenas de entrevistas. Todas ellas desafortunadas para él en particular, para sus seguidores en general, y vergonzosas para quienes fuimos sus desencantados mandantes durante casi 14 años.

Acostumbrado a la complacencia de los medios de comunicación estatales y paraestatales bolivianos, y por ende desacostumbrado a no tener control sobre las preguntas y las contraréplicas, Morales terminó, por ejemplo, amenazando ante cámaras al periodista uruguayo de la BBC Gerardo Lissardy.

Pero no se puede negar que Morales es consistente en sus declaraciones. Con pequeñas variaciones, casi todas esas entrevistas podrían haber sido una sola, cuya constante fue la negación de su propia responsabilidad personal ante las circunstancias que lo llevaron a buscar asilo en el extranjero.

La pregunta más recurrida fueron variantes de “¿No cree Ud. que fue un error intentar forzar un cuarto mandato, a pesar de haber perdido el referendo de 2016?” Su respuesta evolucionó de “Yo no soy responsable, fue el pueblo el que me pidió”, a “Tal vez fue un error haber aceptado la propuesta del pueblo para presentarme nuevamente como candidato por cuarta vez mediante una sentencia constitucional”. El periodista argentino Sebastián Fest le replicó: “Pero Ud. tenía la potestad de decir sí o no. Ud. tiene experiencia política. El pueblo a veces se equivoca”.

Morales admitió que el pueblo “se puede equivocar, pero ganamos en la primera vuelta. De haber estado equivocado [el pueblo], [yo] hubiera perdido”. Doble negación, otra vez. Y mentirosa, además, porque cada día se descubren nuevas dimensiones del fraude en las elecciones de octubre, que él mismo anuló, dadas las monstruosas irregularidades.

Esther, su hermana mayor, cuenta que a Morales nunca le gustó perder, en nada. Y claro, él no pierde nunca. En el mejor de los casos son otros los que le hacen perder. Recordemos el tema de la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ), que falló en favor de que Chile no tiene obligación de negociar un acceso marítimo para Bolivia.

En un gesto que parecía ser para la galería, se agarró de unas recomendaciones finales de la CIJ, una cortesía de despedida realmente, y las convirtió en un artículo de fe. Para Morales no cuenta el fallo adverso 3-12, sino esa coda insignificante. Y espera que todo el mundo le crea, como si la audiencia global fuera su público rural boliviano. “La Haya recomienda seguir negociando”, miente. Es el mundo al revés de Evo Morales.

Su obcecación se extiende a varios otros temas: que su caída fue golpe de Estado, que en realidad no renunció, que seguía siendo presidente, que él no tuvo la culpa de nada.

En su ausencia, su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), con fuertes raíces populares, muestra grietas crecientes, aunque permanece como la mayor fuerza política del país, con verdaderas opciones en las elecciones del 3 de mayo, aun sin Morales, que constitucionalmente ya no podrá postular nunca más.

El MAS está muy malherido, pero está lejos de estar muerto. La pregunta hoy es si Evo Morales le es un activo o un lastre.

Ronaldo Schemidt / AFP
Ronaldo Schemidt / AFP

Revisa aquí la revista Realidad y Perspectivas.