El peronista de centro-izquierda Alberto Fernández asume este martes la presidencia de Argentina, un país en plena crisis económica, pero hasta ahora a salvo de la oleada de protestas que sacude a sus vecinos en América Latina.
Abogado de 60 años, exjefe de gabinete de Néstor y de Cristina Fernández de Kirchner entre 2003 y 2008, Fernández reemplaza al liberal Mauricio Macri, el primer gobernante no peronista que termina su mandato desde que surgió en 1945 ese movimiento que se convirtió en una marca de identidad de la política argentina.
Fernández recibirá la banda presidencial y el bastón de mando de parte de Macri. Una escena muy diferente a la de hace cuatro años, cuando Cristina Fernández de Kirchner dejó la presidencia un día antes de lo previsto y Macri fue investido por Federico Pinedo, en ese momento presidente provisional del Senado.
“Que Macri sea el primer presidente no peronista que termina un mandato y que hay una transición correcta tras la mala experiencia de 2015 es un éxito importante en lo político e institucional”, opinó el analista político Rosendo Fraga.
Fernández de Kirchner, de 66 años, participará de la sesión en la que jurará como vicepresidenta electa y asumirá la presidencia del Senado.
“Hay expectativa de libertad, de democracia, de justicia social, de soberanía, de poder salir de este pozo”, resumió Felícitas Elías, profesora universitaria que la víspera participó de una celebración peronista.
Fiesta en la plaza
A la toma de mando de Fernández acuden el presidente cubano Miguel Díaz Canel, así como los mandatarios de Chile, Sebastián Piñera; de Paraguay, Mario Abdo Benítez; y de Uruguay el entrante Luis Lacalle y el saliente Tabaré Vázquez.
Brasil, su principal socio comercial, estará representado por el vicepresidente Hamilton Mourao, un alivio en la tensa relación que ya hay con el mandatario Jair Bolsonaro.
Es una incógnita si llegará desde Cuba el expresidente Evo Morales, a quien Alberto Fernández ofreció asilo tras lo que él mismo calificó como un golpe de Estado en Bolivia.
Los actos estarán acompañados de una fiesta musical de cumbia y rock en la plaza de Mayo, sobre la que se erige la Casa Rosada y de la cual fueron retiradas 24 horas antes las vallas que limitaban el paso hacia la sede presidencial.
Como antesala a esta ceremonia ordenada, Fernández y Macri acudieron el domingo a una misa en Luján, a las afueras de Buenos Aires, donde dejaron una foto de concordia en compañía de sus esposas y varios de sus colaboradores.
Contención social
Argentina, que en 2001 vivió su peor crisis, con el mayor default de la historia, cinco presidentes en una semana y saqueos y disturbios que dejaron una treintena de muertos, se esfuerza por evitar otro estallido, en especial cuando países cercanos como Chile, Bolivia, Ecuador o Colombia atraviesan por duras protestas ciudadanas.
“Todos los países de la región tienen la casa en desorden. Hay volatilidad y vulnerabilidad”, comentó a la AFP el analista político Juan Gabriel Tokatlian, de la Universidad Torcuato Di Tella.
“En Argentina, el proceso electoral ayudó a descomprimir algo que podía volverse una salida difícil”, explicó Tokatlian, en referencia a la crisis económica y social, con una inflación de 42,2% hasta octubre, aumento de la pobreza (35,4%) y caída del Producto Interno Bruto (-3,1% para 2019).
De hecho, las encuestas resaltan que de cara a las elecciones el sentimiento mayoritario de la población era la esperanza, lo que para Fernández constituye un aval y a la vez un reto.
El nuevo presidente se propone para los primeros días de su gobierno mejorar los ingresos de los más vulnerables, a través de más fondos en ayuda social pero también aumentos salariales y de pensiones para las franjas más bajas.
“El riesgo es la ansiedad de la gente de que se produzca un cambio rápido en materia social. Fernández deberá administrar las expectativas y para ello su instrumento más importante es el peronismo, los sindicatos y los movimientos sociales moderados. Ellos son los aliados para manejar este problema”, dijo Fraga a la AFP.
Un paso clave será el reperfilamiento de la deuda que asciende a un total de 315.000 millones de dólares, de los cuales 44.000 millones corresponden al crédito del FMI.
“Con el FMI ya estamos trabajando. Es un trabajo que debe hacerse silenciosamente, pero que los argentinos se queden tranquilos que nos estamos ocupando del tema hace semanas. Hemos abierto un proceso de negociación, estamos satisfechos del modo que evoluciona”, anticipó Fernández el viernes al anunciar su gabinete.