Con miles de muertos, dos millones de desplazados y el temor de una marcha rebelde sobre Adís Abeba, la guerra en Etiopía amenaza con una desestabilización a gran escala que puede repercutir en todo África Oriental.
La situación preocupa a los países vecinos y a la comunidad internacional, que tratan de poner fin al conflicto que enfrenta desde hace un año a las fuerzas gubernamentales con los rebeldes de la región septentrional de Tigré.
El jefe de la diplomacia estadounidense, Antony Blinken, advirtió el viernes que el fracaso en el establecimiento de negociaciones “llevaría a la implosión de Etiopía, que se desbordaría hacia otro países en la región”.
El secretario de Estado acude este martes a Kenia, uno de los muchos países colindantes con Etiopía, cuyas autoridades se inquietan por un flujo de refugiados de la guerra.
Decenas de miles de personas ya huyeron hacia el oeste, a Sudán, tensando todavía más unas relaciones bilaterales ya envenenadas por el proyecto etíope de la Gran Presa del Renacimiento levantada en el Nilo.
En agosto, Jartum convocó a su embajador en Etiopía después de que el gobierno de Abiy Ahmed rechazara una propuesta de mediación sudanesa.
En el extremo sur, Kenia anunció este mes que reforzaba la seguridad a lo largo de la frontera. La policía ha pedido a los habitantes informar de cualquier inmigración clandestina.
El norte de Kenia acoge desde hace décadas algunos de los campos de refugiados más poblados del mundo, con más de 400.000 personas, mayoritariamente somalíes.
Temores en Yibuti
El presidente keniano Uhuru Kenyatta viajó el domingo a Etiopía. Muy implicado en los esfuerzos de mediación regional, Kenyatta pidió a principios de noviembre a ambos bandos que dejaran las armas.
“Nadie puede hacerlo en su lugar. Ninguna intervención ni persuasión funcionará si ellos mismos no tienen la voluntad política de poner fin a esta crisis”, estimó.
La guerra comenzó en noviembre de 2020 cuando Abiy Ahmed envió al ejército a la región norteña para destituir a las autoridades surgidas del Frente de Liberación del Pueblo de Tigré (TPLF), a las que acusaba de haber atacados bases militares.
En su ofensiva, las fuerzas federales recibieron apoyo de las tropas de la vecina Eritrea, largamente enfrentadas a los líderes de Tigré que antes había dominado la política etíope.
Ahmed declaró su victoria el 28 de noviembre, pero los rebeldes recuperaron en junio la mayor parte de Tigré y avanzaron hacia las regiones vecinas de Afar y Amhara.
Aliados con un grupo armado de la etnia oromo (OLA), a finales de octubre reivindicaron conquistas territoriales estratégicas en estas dos regiones y no excluyeron dirigirse a la capital.
Al este de Etiopía, Yibuti vigila de cerca la evolución de los acontecimientos, especialmente después de enfrentamientos mortíferos ocurridos en agosto, tachados de “comunitarios” por las autoridades de este pequeño país mayoritariamente poblado por las etnias issa y afar.
El territorio del pueblo afar se extiende entre Yibuti, Etiopía y Eritrea.
El primer ministro yibutiano, Abdoulkader Mohamed Kamil, viajó a principios de mes al territorio afar de su país para reunirse con sus habitantes y tratar de contener el descontento que podría conducir a nuevos incidentes violentos.
“Efecto dominó”
La Unión Africana (UA), cuya sede se encuentra en Adís Abeba, redobló los esfuerzos para acabar con los combates a través de su emisario para el Cuerno de África, el antiguo presidente nigeriano Olusegun Obasanjo.
El conflicto amenaza toda la región, puesto que “afecta la capacidad de las organizaciones regionales de concentrarse en otros aspectos importantes, como la seguridad”, explica a Agence France-Presse Hassan Khannenje, director del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos del Cuerno de África, un centro de reflexión en Nairobi.
“Hay muy poca atención a la amenaza planteada por organizaciones terroristas como Al Shabab (islamistas radicales somalíes) y esto ha permitido cierto reclutamiento y radicalización desde Congo hasta Cabo Delgado”, en el norte de Mozambique, estima.
Según él, la decisión de Etiopía de retirar ciertas unidades de mantenimiento de la paz en Somalia para concentrarlas en su conflicto interno acentúa el riesgo de seguridad en el país más inestable del Cuerno de África.
A finales de octubre, Uganda, en la frontera entre Sudán del Sur, Kenia y la República Democrática del Congo, fue escenario de ataques con bombas reivindicados por el grupo Estado Islámico de África Central.
Si los rebeldes tumban a Ahmed, las implicaciones a largo plazo pueden ser todavía más peligrosas, añade Khannenje, advirtiendo de un “efecto dominó” que podría alentar a otros grupos a levantarse contra los gobiernos de la región.