En julio de 2016, Paul Gascoigne hizo una aparición de espanto. Se bajó de un taxi con una bata mal abrochada que dejaba ver su frágil y maltratado cuerpo desnudo. Iba descalzo, con una herida en la frente, un crucifijo agitándose en su cuello, sangre en los nudillos y un cigarro doblado en los labios. Si bien a nadie le sorprendía el enésimo escándalo del ex futbolista, su apariencia preocupó a toda Inglaterra. Las fotografías eran el retrato de un hombre roto, devastado, consumiéndose por el odio a sí mismo. Se pensaba en lo peor. Parecía el desenlace lógico para una historia de pasión, locura y descontrol.
Pero el hombre errante que se destruía así mismo vio una luz tintineante en la honda oscuridad. Su cuenta de Instagram se ha ido llenando de fotos de alguien que no se parece en nada al de los últimos años. Se le ve en buen estado físico, su piel recuperó el color y una sonrisa le cruza su rostro renovado. Aparece disfrutando en su jacuzzi, pescando o jugando golf. A sus 51 años, “Gazza” quiere vivir.
Cuando el fútbol se acabó, Paul Gascoigne se terminó de hundir en el barranco. La pelota era la cuerda que lo sostenía y la que le había algo de coherencia a su vida. Él fue otro chico pobre criado en un barrio obrero, con un padre muerto a temprana edad y un montón de recuerdos espinosos torturándolo, como el de Steven Spraggon, el amigo que murió atropellado por un auto frente a sus ojos.
Tenía problemas de ansiedad, pero no entendía qué era eso, aunque sí notaba que en la adolescencia no podía dejar de rascarse hasta hacerse ronchas. También robaba compulsivamente, era adicto a los videojuegos y sufría con bulimia. La pelota no bastaba para lidiar con sus problemas. “El alcohol fue para él, desde los 14 años, la válvula de escape básica para abstraerse de un entorno complicado”, comentó el director de la revista Panenka, Aitor Laguna, en una entrevista con el diario El País.
Los veedores del Newcastle vieron en él a un joven de fulgor cegador. Era un medio con talento y dinamita en los pies. Brilló como juvenil y saltó al primer equipo sin cortarse en 1985. Las sombras, esas malditas danzantes oscuras, seguían ahí. Se iba a las manos con los rivales que lo miraban mucho rato a los ojos, puteaba a los árbitros y no tenía problemas en chocar cabezas con sus propios compañeros. “Es un George Best sin cerebro”, lo definió uno de sus primeros entrenadores.
“Gascoigne fue una víctima de la cultura del fútbol inglés de mediados de los 80, el contexto en que debutó y en el que se convirtió en una estrella. Por entonces, había una amplia tolerancia al consumo de alcohol y seguían vigentes costumbres como el llamado tercer tiempo, que básicamente consistía en una borrachera colectiva tras los partidos. Incluso entrenadores tan metódicos y de mentalidad tan moderna como Brian Clough (campeón de liga y de Europa con el Nottingham Forest) aceptaban esta cultura etílica como parte del juego”, explica el periodista Paco Gisbert, autor de varios libros de fútbol.
A pesar de todo, Gascoigne fue vendido en una cifra récord al Tottenham. Con el dinero de la trasferencia le compró una casa a toda su familia. Su hermana, que no le hablaba, tomó las llaves sin siquiera darle las gracias. Los que lo conocen dicen que lo rodea un círculo de hierro que no lo quiere, pero lo necesita. Así lo notó Oriol Rodríguez, quien presentó en España un documental sobre el jugador realizado por Jane Preston. “Intentamos traernos a Paul a España, a una mesa redonda sobre la película. Pero su representante, Terry Baker, nos pidió una cantidad desproporcionada de dinero. Alguien nos dijo que estaba seguro de que a él le hubiese gustado venir, porque una de las pocas cosas que le entusiasman a estas alturas es sentirse adulado y hablar del futbolista que fue con la gente que le admira. Pero el suyo sigue siendo un entorno tóxico y depredador, de gente que intenta ganar dinero a sus expensas sin preocuparse por sus verdaderas necesidades personales y afectivas”.
En el Tottenham siguió jugando a un alto nivel y se hizo un lugar en la selección inglesa. Sin embargo, le faltaron títulos para coronar su buen momento. Con los Spurs solo ganó una FA Cup, cortándose los ligamentos en la final, y su sueño mundialista con la selecciones de los Tres Leones fue desbaratado por la impertérrita Alemania en Italia ’90. En la semifinal con los teutones, a Gascoigne le pusieron una amarilla que le impedía jugar una hipotética final. Rompió en un llanto inconsolable que conmovió a los ingleses, que vieron un gesto puro de amor a la patria y no una niñería impropia de una semifinal de Copa del Mundo.
Gascoigne, ya erigido en un ídolo nacional, quiso ir a Italia por dinero y para demostrar que un británico podría triunfar fuera de las islas. Solo mostró destellos y se marchó a Escocia. “A partir de ahí su carrera conoció dos cantos del cisne: en la Eurocopa de 1996, en la que jugó a muy alto nivel y volvió a perder una semifinal contra Alemania, y en el Glasgow Rangers”, explica el director de la revista Panenka. En el Glasgow Gascoigne la rompió, pero sus ataques de ansiedad y un trastorno de bipolar diagnosticado lo seguían atormentando. Él mismo contó que tras hacer una pobre primera mitad en un partido con el Glasgow, se tomó varios vasos de tequila en el camarín. Salió, dio un recital y anotó tres goles. Situaciones así lo hacían pensar que no funcionaba sin alcohol.
Estuvo hasta el ’98 en el Glasgow. Al año siguiente se separó de la novia de toda su vida, Sheryl Failes, al acumular varios episodios de violencia intrafamiliar que el jugador reconoció.
Pasó por el Middlesbrough, el Everton, el Burnley, el Gansu Tianma de China y el Boston United antes de decidir colgar las botas. “Desde que se retiró hasta ahora su decadencia es infinita. Cada nuevo episodio es un poco más bochornoso y sórdido que el anterior”, decía Charlie Moore, redactor de Daily Mirror.
Sin el fútbol, Gascoigne padeció ataques de ansiedad cada vez más intensos, se internó varias veces en centros de rehabilitación y vivió noches de juerga desbocada. En una de ellas vio la muerte accidental de un amigo, otra vez. Ex novias lo denunciaron por acoso, periodistas por agresión y porteros de discoteques por insultos racistas. Alcohol, cocaína y comida chatarra componían su dieta. Las tristes imágenes que se difundían de él hacían pensar en un final inevitable.
Algo se movió en el interior de Gazza. Las nuevas imágenes muestran a una nueva persona, alejada del alcoholismo y de los centros de rehabilitación, luchando para disfrutar la vida después de un viaje infernal.
Una publicación compartida de Paul gascoigne (@paul_gascoigne8) el
A massive huge hug to everyone LOVE GAZZA 😘😘😘xx
Una publicación compartida de Paul gascoigne (@paul_gascoigne8) el
Una publicación compartida de Paul gascoigne (@paul_gascoigne8) el