Un año antes que comenzara la Segunda Guerra Mundial, María Ester Aldunante del Campo, una cantante chilena de 22 años, pisó el suelo de Berlín por primera vez, sin saber que ese viaje cambiaría su vida para siempre.
En Alemania, María Ester se convirtió en Rosita Serrano, la artista chilena más exitosa de todos los tiempos en Europa y en la voz preferida del mismísimo Adolf Hitler. Sin embargo, toda su fama y fortuna se esfumaron antes de lo previsto y terminó muriendo en la miseria en un pequeño departamento en Santiago.
Rosita nació en Quilpué, como fruto del matrimonio entre el diplomático Héctor Aldunate y la cantante lírica más prestigiosa de su generación, Sofía del Campo de la Fuente, quienes se separaron cuando su hija era aún pequeña.
La infancia de Rosita estuvo marcada por la lejanía de sus padres, quienes viajaban constantemente debido al trabajo, dejándola a ella y sus hermanos al cuidado de diversos conocidos o familiares. De hecho, su apellido artístico proviene de una de las familias que la cuidó durante su niñez.
Quizás la ausencia de sus padres explica su decisión de casarse en Brasil con sólo 16 años, matrimonio que no prosperó.
En ese tiempo Rosita ya tenía claro que su futuro era la música y también había comenzado a dar sus primeros pasos como cantante en Brasil y Portugal, por lo que decidió ir al encuentro de su madre, quien cultivaba una próspera carrera en Europa y se había casado nuevamente con un hombre alemán.
La reunión con Sofía no fue posible y la joven cantante enfermó de bronconeumonía, por lo que debió pasar varias semanas en un hospital de Berlín, donde un médico peruano le enseñó a tocar guitarra.
Finalmente la joven se reencontró con su madre y decidió a radicarse en Alemania. Gracias a su cabello rojizo, su esbelta figura, sus ojos verdes y su estatura (medía casi un metro 80 centímetros) no tuvo problemas en establecerse en el país.
Su objetivo final, sin embargo, era un poco más difícil: lograr que alguien de la industria musical la ayudara a catapultar su carrera.
Confiada en su talento y haciendo eco de su gran personalidad y carisma, llegó hasta la estación de radio más importante de Alemania y comenzó a cantar en su puerta.
“Se instalaba abajo de una radio y gritaba ‘Me tienen que escuchar’, y cantaba desde la calle… hasta que esa radio, que era la más importante, un día la subió a cantar”, señaló Isabel Aldunate, la sobrina de Rosita en el documental Rosita Serrano, la favorita del Tercer Reich.
Su audición fue todo un éxito y la invitaron a presentarse en el Wintergartner Varieté, el más importante teatro de espectáculos a finales de la década del 30.
“Llegué a mi casa en Selendorf y le conté a mi mamá, y me dijo: ‘tú estás loca"”, relató la propia cantante en una antigua entrevista rescatada por el mismo documental.
“‘Pero si es verdad. Mañana voy a cantar en el Wintergarten, pero no sé cómo lo voy hacer, porque no tengo qué ponerme’, le dije. ‘No, pero ¿cómo vas a cantar en el Wintergartner?, no puedes cantar ahí. Tus canciones son puras idioteces’, me dijo”, añadió Rosita.
Según explicó la artista, al ser cantante lírica, su madre creía que la buena música sólo provenía de óperas como las de Wagner y Shubert. “‘Bueno, lo siento’, le dije. ‘Mañana voy a cantar en Wintergarten aunque sea en traje de baño"”, agregó.
Esa noche, en la audiencia, se encontraba el compositor alemán Michael Jary, quien quedó enamorado de la voz de Rosita. Pronto comenzaron a trabajar juntos y lanzaron varios éxitos.
Desde ese momento la carrera de Rosita despegó y firmó un contrato para seguir presentándose en el teatro hasta 1942.
Fue allí donde tuvo su primer encuentro con Adolf Hitler, quien también quedó deslumbrado por su voz y quiso conocerla personalmente, según consignó la agencia de noticias Agence France-Presse.
“Hitler la felicitó por su actuación, pero le pidió que la próxima vez cantara en alemán”, afirmó el escritor y periodista Maximiliano Misa, quien junto a su colega Mariana Marusic, lanzó el libro Rosita Serrano la cantante chilena del Tercer Reich.
Por supuesto Rosita obedeció a la petición de Hitler y comenzó a ser conocida como “El Ruiseñor Chileno”, ganándose los favores del Tercer Reich.
La cantante grabó cientos de discos y participó en decenas de películas, conquistando a otros líderes del nacionalsocialismo, incluyendo al ministro de Propaganda del Reich, Joseph Goebbels.
Pero no sólo su fama aumentó, pues también creció la posibilidad de tomarse algunas libertades como fumar en público y conducir. Incluso Mercedes Benz le fabricó una réplica del modelo de auto que usaba Hitler, siendo la única persona en poseerlo en Alemania.
“Rosita personificó algo exótico, que no se parecía para nada al estándar del estereotipo nazi de una mujer alemana, a la imagen de la madre y de la dueña de casa. Rosita era independiente, era autónoma. Se maquillaba, fumaba en público, manejó un automóvil. Una mujer como los nazis querían, nunca se hubiese presentado tan extravagante en público”, explicó el historiador Hans Jorg, en la producción documental de 2012.
Las consecuencias del éxito
La admiración que los nazistas sentían hacia Rosita, hizo que el resto del mundo pensara que ella apoyaba el régimen y sus horrores, sin embargo, ella siempre aseguró que su única política era no meterse en política…pese a ello, guardaba un gran secreto.
“Cuando yo era niña, le pregunté a mi tía: ‘Me han dicho que usted era nazi, que usted cantaba para Hitler y Goebbels, y yo quiero saber si es verdad. Me miró y me dijo: ‘Sí mijita, es verdad. Y mientras yo cantaba para Hitler y Goebbels, escondí cientos de judíos en mi casa, a quienes les salvé la vida”, afirmó su sobrina Isabel.
Según afirmó BBC, la cantante chilena se presentaba sin distinción en hospitales para heridos de guerra de ambos bandos.
Su secreto quedó al descubierto cuando aceptó cantar en Suecia para un grupo de niños judíos, lo que fue repudiado por el régimen, que la declaró persona no grata y le quitó toda su fortuna. El 20 de enero de 1943 fue expulsada del Alemania, coincidiendo con la ruptura de las relaciones entre ese país y Chile.
Rosita se refugió en Suecia y fue recibida por su amigo, el Rey Gustavo, que también era su gran admirador.
Resultó que la Gestapo había estado vigilando sus movimientos durante tres años y llegaron a acusarla de espía para los aliados. Su música fue prohibida y sus películas destruidas.
Aunque tenía seguidores en todo el mundo, quedó con el estigma Nazi por lo que no era bien recibida en todos lados.
Una nueva vida
Tras vivir en Finlandia, Grecia, Suiza e Inglaterra, en 1947, conoció al magnate egipcio Pierre Aghion, con quien se casó y se fue a vivir a Alejandría. Allí tuvo una vida de lujos y glamour, pero todo terminó en 1952 con el golpe de Estado que derrocó al rey Faruq en Egipto.
El Movimiento de Oficiales Libres confiscó empresas, incluidas las del esposo de Rosita. La pareja debió trasladarse a París, donde su marido moriría algunos años después.
En los años 70 su carrera estaba lejos de ser lo que era, pero entonces surgió en Hollywood la idea de llevar su vida a la pantalla grande. Ella viajó de Chile, donde estaba viviendo con su hermana, hasta Estados Unidos para participar en el proyecto. Allí conoció al dibujante de afiches y director de cine alemán, Will Williams.
La relación con él tampoco duraría mucho y tras deambular por Europa, volvió a su país natal en 1991, donde su nombre ya no era recordado. En Santiago vivió en una pequeña casa en La Reina y luego en el departamento que le cedió un amigo en la calle Catedral.
Su situación económica empeoraba mientras pasaban los años y nunca recibió una pensión de gracia por parte del Estado, pese a las solicitudes elevadas por su sobrina. Su última década vivió de la caridad de sus amigos.
Rosita finalmente falleció de un edema pulmonar el 6 de abril de 1997.
Su vida inspiró el documental previamente mencionado dirigido por su sobrino nieto, Pablo Berthelon, quien también trabaja en la película Amapola Roja, donde Javiera Díaz de Valdes da vida a Rosita.