El nombre de Sean Baker aún no suena como el de un director que todos conocemos, pero poco a poco se está abriendo camino como una gran estrella del cine. Y es que con The Florida Project los ojos ya había causado revuelo, la pelicula que cuenta la historia de una madre y su hija le mereció la nominación al Oscar a Willem Dafoe. Ahora con Anora, realmente no sorprendería ver nuevamente a sus cast desfilando la alfombra roja de los premios de la Academia.
Anora: una moderna cenicienta
Los grandes cuentos siempre sirven de inspiración para el arte y cuando ves Anora es fácil hacer la conexión con, tal vez, uno de los grandes historias conocidas: La Cenicienta.
En esta nueva película de Sean Baker conocemos a Anora (Mikey Madison, Scream) o Ani, como prefieren que la llamen, una joven que trabaja en el rubro sexual y que sueña con una vida mejor, a quien se le presenta una oportunidad perfecta y dejarla escapar sería una estupidez ¿No?
Y es que Ani conoció a un millonario ruso que ama pasar tiempo con ella y llenarla de obsequios. Vanya (Mark Eydelshteyn), hijo de un oligarca ruso, es el ticket de salida del mundo que conoce.
Lo que comparten no es exactamente un romance, sino una aceptación de beneficio mutuo. Ani necesita algo de él y él algo de ella. Y todo se sella en las Vegas con un costoso anillo y un beso…
… Algo que a los adinerados padres de Vanya no les agrada, por lo que envían a (por decirlo de alguna forma) niñeros a confirmar si de verdad su hijo se casó con una stripper y de ser así, anular el matrimonio de forma inmediata.
La ganadora de la Palma de Oro
Madison brilla en la película, haciendo propio un personaje difícil de interpretar por sus silencios que sólo hablan con la mirada. Así notamos la incomodidad de un personaje que está para encantar y servir a Vanya.
Notamos su incomodidad pero (al igual que Ani) sabemos que está jugando un papel que le permitirá comer el día de mañana y por mucho que no nos guste su estilo de vida, es lo único que sabe hacer.
La película también es un trampolín estelar para Baker, cuyas películas anteriores, como The Florida Project y Red Rocket, han ganado elogios y un público devoto. Con Anora, sin embargo, ha subido de nivel. (La película ganó la codiciada Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes en mayo).
Baker es conocido por hacer películas sobre los marginados, algo recurrente en su entregas previas. Sin embargo, en este filme que dirigió, escribió y editó, se nota una mano más estable y segura que en sus trabajos anteriores.
Anora se divide en tres actos, cada uno de los cuales funciona dentro de su propio género. El primer acto es un “romance” de este príncipe que viene rescatar a esta joven de su miseria. Un cuento de hadas distinto, con su propio final.
El segundo acto pasa a ser una comedia que ayuda a aligerar la terrible situación en la que se ve envuelta nuestra protagonista y cómo su castillo de cartas comienza a desmoronarse.
Y el acto final cierra a la perfección y te mantiene atrapado en todo momento.
Una película que vale la pena ver en cines
Que estos tres actos se entrelacen sin esfuerzo es una maravilla de cinematografía y actuación. Madison y Eydelshteyn tienen una química hermosa y efervescente que camina por una línea complicada a medida que la historia avanza.
Cuando aparecen los hombres del padre de Vanya (interpretados por Karren Karagulian, Vache Tovmasyan y el verdaderamente excelente Yura Borisov), los hilos de su lujosa unión comienzan a deshilacharse. Lo que parecía ser una historia de amor vuelve a la realidad de golpe y no podemos hacer nada de nuestro asiento para ayudar a Ani.
Anora es una fábula moderna y atrevida, poblada de strippers, hombres fuertes y matones. Pero en su núcleo trata sobre los límites del sueño americano, los muchos muros invisibles que se interponen en las fantasías sobre la igualdad, la oportunidad y la superación personal.
Esta es una historia de riqueza, poder, y de lo que el amor puede y no puede superar. Pero también trata de algo mucho más desgarrador: lo que significa estar acostumbrado a que te miren de una cierta manera y, de repente, experimentar lo que se siente al ser realmente visto.