Los comentarios públicos políticamente incorrectos, y a veces sonrojantes, realizados por el príncipe Felipe durante su longeva vida dan para una abultada antología de “meteduras de pata” para el recuerdo.
Profusamente documentadas, las controvertidas e inesperadas observaciones que el duque de Edimburgo realizó a diestro y siniestro en todo tipo de actos durante décadas pusieron a veces en aprietos a la Monarquía, escrupulosa con los asuntos de protocolo, mientras la prensa sensacionalista se frotaba las manos.
Ajeno a la estupefacción que generaban sus temidas salidas de tono, las “perlas” sin filtro que regalaba el consorte de Isabel II conseguían dejar sin habla a interlocutores anonadados a la vez que otros se mordían la lengua para no estallar en carcajadas.
Algo así le sucedió a un joven estudiante británico en China durante una distendida charla con el príncipe, entonces de visita en ese país en 1986: “Si te quedas aquí mucho más tiempo -le advirtió- te volverás a casa con los ojos entrecerrados”.
Diametralmente opuesto a la rectitud y discreción de la Reina, el duque tampoco se cortó un pelo cuando, en 1967, confesó que le “encantaría ir a Rusia, pero -añadió- esos bastardos han asesinado a la mitad de mi familia”.
Las declaraciones del esposo de la soberana británica versaron muchas veces en torno a las diferencias culturales entre países, bordeando a menudo en lo socialmente inaceptable.
En 1998, preguntó a un viajero que hacía escalada en Papúa Nueva Guinea si se las había apañado para “que no le devoraran” los lugareños -aludiendo a prácticas de canibalismo- y en otra ocasión se dirigió al líder de los aborígenes australianos, William Brin, en Queensland (Australia), para plantearle si “todavía se seguían lanzando jabalinas unos a otros”.
¿Sentido del humor particular o falta de tacto?
Otras de sus ocurrencias se refirieron a personas con discapacidad: “¿Sordos? Si se ponen cerca de ahí (apuntando a una banda de música caribeña que tocaba el tambor), no me extraña que estén sordos”, soltó a bocajarro el marido de Isabel II en alusión a un grupo de niños con sordera.
A un hombre que se desplazaba con una moto adaptada para personas con minusvalía le preguntó en tono jocoso “a cuánta gente había atropellado esta mañana con esa cosa”.
Entre el reguero de frases impactantes figura su recordada afirmación de que “las mujeres británicas no saben cocinar” durante un acto celebrado, irónicamente, en el Instituto de la Mujer de Escocia.
Pero además abordó a una ciudadana keniana para averiguar su género ante el pasmo de los presentes: “Tú eres una mujer, ¿verdad?”, le preguntó sin ningún pudor.
En el transcurso de un evento celebrado en el Reino Unido mientras admiraba una tela de tartán confeccionada para el Papa, se dirigió a la entonces líder del Partido Conservador escocés Annabel Goldie para preguntarle si “tenía bragas fabricadas con ese material”.
Nadie se salva
A los jóvenes los llamó “ignorantes”; llegó a sugerir a un adolescente de 13 años -que previamente le había confesado su deseo de convertirse en astronauta- que “perdiera peso” y bromeó en voz alta durante un encuentro con el Club juvenil de Bangladesh con que uno de sus miembros -un niño de 14 años- “tenía pinta de drogarse”.
El elenco de improperios no tiene desperdicio y alcanza a sectores como el turismo, al opinar que el problema de Londres son los turistas: “Si pudiéramos parar el turismo, evitaríamos la congestión”, razonó en un acto en el ayuntamiento hace 19 años.
También quiso saber “de qué exótica parte del mundo procedía” un diputado tory, que le ofreció una inesperada respuesta: “Birmingham”.
En otra visita a un hospital caribeño, bromeó con una matrona a quien comentó que si ellos tenían que lidiar con los “mosquitos”, los británicos, a cambio, tenían a “la prensa”.
Memorables ejemplos se extraen, precisamente, de sus habituales encuentros con los medios de comunicación.
En 2006, el duque tildó de “pregunta idiota” la intervención de una periodista de la cadena BBC que quiso saber si la Reina había disfrutado de una estancia en París.
También escandalizó en ocasiones al común de los mortales. “¿Son todos de la misma familia?”, les dijo a un grupo de danza multiétnico; y sobre una obra de arte etíope “primitivo” destacó que parecía una “manualidad” como las que le traía su hija de la escuela.
En su momento provocó estupor cuando, en 1992, confesó “con toda franqueza” que hubiera preferido haber continuado “en la Marina” (donde sirvió durante la II Guerra Mundial), al ser preguntado por su “papel” dentro de la familia real británica.
Pero sus incorrecciones públicas tampoco han tenido piedad con famosos o políticos.
Sobre una actuación del veterano músico británico Elton John, el príncipe comentó, al parecer, que “ojalá le hubieran apagado el micrófono” y dejó a todos sin habla al abordar al presidente de Nigeria para comentarle que parecía que “estaba listo para irse a dormir” al referirse al atuendo tradicional que vestía entonces el político africano en un acto de 2003.