Carolina de Mónaco, la primogénita del Príncipe Raniero III de Mónaco y la actriz hollywoodense Grace Kelly, parece haber estado tocada por las decepciones a lo largo de sus 62 años, generando portadas que quizás nunca hubiese querido protagonizar, pero dejando un legado de elegancia incluso en los momentos más difíciles.

La princesa, íntima amiga del fallecido diseñador Karl Lagerfeld, se casó en tres ocasiones, pero con resultados tan felices como nefastos.

Además, protagonizó escándalos que no sólo estuvieron en boca de la corte de Mónaco, sino que también en las portadas de revistas alrededor del mundo, que la veía como la heredera rebelde de los Grimaldi.

Entre las cosas buenas que han marcado su vida están sus cuatro hijos y siete nietos, que han llegado a entregar el amor que una joven Carolina buscó mientras se educaba en Mónaco y pasaba los veranos en Estados Unidos.

Mientras que entre lo malo, están las relaciones que terminaron de forma abrupta e incluso trágica, aunque hay una que todavía mantiene.

El playboy Philippe Junot

Vanity Fair se refiere al romance que resultó en el primer matrimonio de Carolina como “El Romance de la década, el divorcio del año”.

Hace poco más de un mes, su hija Charlotte le rendía homenaje con una prenda parecida a la que ella utilizó el mismo día, pero en 1978 cuando a los 21 años se encaminó ataviada con un vestido de organza de la firma Dior para casarse con el playboy de la costa azul, el francés Philippe Junot.

Philippe Junot, 17 años mayor, era un empresario, aficionado a los deportes, diplomado en Finanzas en Nueva York e hijo de Michel Junot, presidente de Westinghouse en Francia. Pese a esto, era conocido por ser el rey de las discotecas de París y Nueva York.

Aunque también fue marcado por ser el joven que causó que Carolina fuera retratada en topless mientras disfrutaban el sol en la cubierta de un yate, lo que terminó con cualquier aspiración a un matrimonio real, como por ejemplo con el Príncipe Carlos, consigna Vanity Fair.

La rebelde y juvenil Carolina quería casarse con Philippe, pese a que sus padres no querían que se realizara el enlace. Se califica este día como el menos feliz de los príncipes de Mónaco, que vieron a su niña caer en los brazos del francés que no querían para ella, sin embargo, el tiempo les dio la razón.

Dos años después, Carolina vivía un matrimonio en la soledad, mientras que Junot -en honor a su sobrenombre de Playboy– estaba muy acompañado. Tanto así que en los medios de comunicación aparecieron imagenes suyas junto a Giannina Faccio, una chica de Costa Rica que era la supuesta secretaria de Junot, pero que se transformó en la causa de la ruptura del primer matrimonio de Carolina.

De esa forma, el capricho de la primogénita de Grace Kelly terminaba y los medios de la época hicieron alarde de la situación cuando publicaron la información el 9 de octubre de 1980.

El resultado fue que Carolina solicitó la dispensa papal para volver a casarse por la Iglesia Católica, algo que consiguió, ya que se declaró nulo el enlace, debido a la incapacidad del esposo para hacerse cargo -por causas de naturaleza psíquica- de las obligaciones conyugales esenciales, lo que generó escándalo en la sociedad de la época.

El País comentaba en sus páginas que la princesa había puesto en el tapete un tema complejo, considerando su posición de privilegio frente al Vaticano, pero también la que otros habían tenido al momento de acceder a la anulación de sus enlaces, como por ejemplo, la hermana de Jacqueline Kennedy, Lee Bouvier, quien la consiguió para casarse con el príncipe polaco Radziwill.

Han pasado 38 años desde aquel divorcio, pero Junot sigue siendo parte de los negocios de la costa azul y volvió a las portadas en 2008, víctima de una estafa.

A su juicio, su papel en la familia Grimaldi no fue tan terrible como se comentó, por lo que dolido decidió escribir un libro de sus memorias, con el objetivo de sacar el estigma que pesa sobre él: haber sido sólo una locura de juventud para Carolina, consigna Vanity Fair.

El amor de Stéfano Casiraghi

Stéfano es catalogado como el gran amor de Carolina. Un hombre proveniente de una de las familias más ricas de Italia, quien le dio a la princesa toda la felicidad que Junot le había negado. Empresario y deportista, Cariraghi era el complemento perfecto para la familia real monaguesca.

La rebelde Carolina se casó con él cuando aún no obtenía la nulidad de su primer matrimonio por parte del Vaticano, pero eso no fue impedimento para que lograra el enlace.

Stefano, quien consolidó su imperio gracias a negocios en el sector textil de Estados Unidos, conoció a la princesa en el verano de 1983, en una desoladora época para la joven por la reciente muerte de su madre, Grace Kelly, en un accidente de tránsito.

Carolina se enamoró de Stefano y sólo pasaron 6 meses para que decidieran casarse, aunque el detalle relevante es que la princesa escondía un embarazo que fue el primer hijo de la pareja, Andrea, a quien luego se sumaría Charlotte, quien nació en 1986, y Pierre, en 1987.

Casiraghi, además de empresario, era un aficionado al deporte y participaba usualmente en competencias de offshore, un deporte náutico en el que era el campeón mundial, destaca Vanity Fair. Sin embargo, nunca pensó que el deporte que tanto amaba, sería el mismo que le quitaría la vida.

El 4 de octubre de 1990, El País entregaba la noticia sobre la muerte del esposo de la mayor de los Grimaldi, producto del choque de su embarcación Pinot di Pinot, cuando intentaba sortear una ola mientras participaba en el Campeonato del Mundo offshore en Mónaco.

En ese momento, con sólo 7 años de casados, la vida de Carolina y el principado se destrozó. Se le pudo ver afectada mientras asistía al funeral del amor de su vida, con 3 niños a cuestas, lo que generó que la princesa tuviera un periodo de reclusión de dos años en Saint-Remy, una pequeña localidad de la Provenza Francesa.

Sólo aparecía públicamente en contados eventos que exigían su posición como parte de la familia real, mientras se recomponía de su luto, bajo la denominación de la “Princesa Triste” o “La Viuda de Europa”.

No llegaba a los 30 y su cuento de hadas se terminó, aunque vio un poco de felicidad en romances con Roberto Rossellini o Guillermo Vilas, como destaca Vanity Fair.

El título de un Hannover

Carolina continuaba su vida de la mano de sus tres pequeños, cuando llegó el príncipe que le cambiaría la vida, el alemán que habría sido el hombre perfecto para su madre, la princesa Grace, y que le daría el título que la pondría en lo alto de la realeza europea, ya que provenía de la familia que durante años reinó en Gran Bretaña.

Se trata de Ernesto de Hannover, el príncipe alemán con quien se casó en una ceremonia privada en 1999, el mismo año que nació la cuarta hija de Carolina, la princesa Alexandra, duquesa de Brunswick y Luneburgo y princesa de Gran Bretaña e Irlanda, la única con título de sus retoños, comentaba Cosas.

Aunque con esta unión Carolina volvió a brillar, esta vez como “Princesa de Hannover” y mostrando la faceta más glamurosa de su vida, otra vez la felicidad fue esquiva para la princesa, ya que Ernesto protagonizó varios escándalos debido a su problema con las drogas y el alcohol.

Uno de los más recordados ocurrió en uno de los matrimonios reales más importantes de la última época, cuando el entonces príncipe Felipe se casaba con Letizia Ortiz, la periodista que pasaba de ser plebeya a princesa, tal como un cuento de hadas.

Según consigna El Mundo, Ernesto de Hannover protagonizó la anecdota más conocida del enlace, ya que no participó de la ceremonia a la que debía asistir junto a Carolina, debido a la resaca que tenía luego de haber tenido una escapada a la discoteca Gabana de Madrid, la que dicen que habría cerrado esa noche.

La humillación la vivió Carolina, que realizó a la rápida el paseo típico que realizan los invitados en la previa a la ceremonia, despeinada y en soledad.

Un par de años después se confirmó lo inevitable, la pareja se separó, tras los continuos desplantes que Ernesto realizaba a Carolina, lo que generó que la hija mayor de Grace abandonara la casa de Hannover y se refugiara en su Mónaco natal.

Aunque llevan una década separados el divorcio aún no es efectivo, por lo que Carolina aún figura como la “Princesa de Hannover”, título que se le entregó y que tiene un peso mayor al de Mónaco, razón a la que atribuyen el por qué aún no se divorcia oficialmente, comenta Vanitatis.

Los últimos años, la princesa que alguna vez causó sensación en Europa, los dedica a vivir su papel como madre y abuela, participando activamente en la vida de sus hijos, aunque nunca dejando atrás su rol dentro de la familia real monaguesca.

Se le pudo ver junto a toda la corte en el matrimonio de su sobrino Louis Ducruet y Marie Chevallier, cuando llamó la atención al usar un vestido midi de manga ancha del diseñador Giambattista Valli, el mismo que diseño el vestido de novia de su hija Charlotte, mencionó Vanity Fair.