El príncipe Harry de Inglaterra y la actriz estadounidense Meghan Markle se casaron este sábado en la capilla de San Jorge, en el Palacio de Windsor, llena de celebridades y con miles y miles de personas esperándolos en las calles.
El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, líder espiritual de la Iglesia anglicana, tomó los votos matrimoniales a los novios, que tuvieron las manos enlazadas durante gran parte de la ceremonia.
La ceremonia tuvo toques del mestizaje que encarna la pareja, como el sentido sermón del obispo estadounidense Michael Curry, o la versión de la canción “Stand By Me” que hizo un coro de gospel.
Tras toda la polémica suscitada por la ausencia de su padre Thomas Markle, Meghan Marle recorrió prácticamente sola todo el camino hasta el altar y se tomó del brazo de su suegro, el príncipe Carlos, casi al final.
Markle lucía un vestido de novia blanco diseñado por la británica Clare Waight Keller para Givenchy, con velo, escote de barco y el pelo recogido con una tiara, mientras que Harry de Inglaterra vestía uniforme de gala militar y llegó a pie a la iglesia acompañado de su hermano William, su padrino de boda.
Markle fue hasta la iglesia en un Rolls-Royce Phantom IV, acompañada de su madre Doria Ragland.
El cantante Elton John, la presentadora de televisión Oprah Winfrey, los actores George Clooney e Idriss Elba, el exfutbolista David Beckham, o las exnovias de Enrique Chelsy Davy y Cressida Bonas, estaban en este templo, tumba de reyes y escenario este sábado de su decimosexta boda real desde 1863.
Entre los hombres predominaba el chaqué oscuro, combinado con chaleco brillante y corbata; ellas llevaban vestidos de todos los colores y espectaculares sombreros.
La reina Isabel II de Inglaterra nombró a Harry duque de Sussex, conde de Dumbarton y barón de Kilkeel, respectivamente, un titulo nobiliario inglés, escocés y norirlandés, como manda la tradición.
En las calles de todo el país se organizaron fiestas vecinales, al amparo de unas previsiones meteorológicas esperanzadoras, y el día acabará bien regado por la muy graciosa concesión de permitir que los pubs cierren más tarde que lo habitual.
Todo ello, rodeado de grandes medidas de seguridad, en un país que sufrió cinco atentados en 2017, con un balance de 36 muertos y decenas de heridos.