Randy Lanier caminaba nervioso, con ojos en la espalda. Creía que su doble vida como piloto profesional y traficante de marihuana podía revelarse en cualquier momento.
Había sujetos que, siempre vestidos de impecable traje, lo seguían. Pensaba que eran del FBI, pero no, eran miembros de los mejores equipos que apreciaban de cerca cada carrera que disputaba. Sin embargo, sus sospechas se concretarían más temprano que tarde.
Randy Thomas Lanier nació el 22 de septiembre de 1954 en el conservador estado de Virginia, donde vivió con sus padres, humildes cultivadores de tabaco, hasta que cuando era un adolescente se mudaron a Miami.
En Florida, el joven de marcado acento sureño descubrió un mundo nuevo gracias a la cultura hippie: rock & roll, libertad, mujeres en bikini y marihuana… mucha marihuana.
Randy dejó la escuela y su padre lo obligó a trabajar como obrero de construcción donde, lejos de colocar ladrillos o mover carretillas, comenzó a venderle drogas a sus compañeros de labor.
“En esos tiempos era fácil conseguir marihuana. Pasé de ganar 1.75 dólares al día a miles de billetes a la semana”, reconoció el propio Lanier, en el capítulo “Need For Weed” de la serie documental de Netflix Juego Sucio.
Pero el oriundo de Virginia y sus amigos no se quedaron ahí. Compraron una lancha y empezaron a importar kilos de cannabis desde Bahamas, en años donde las autoridades estadounidenses tenían cero jurisdicción en altamar.
Todo iba viento en popa para Randy. Se mudó a una elegante casa junto a Pam, su futura esposa, y disfrutaba del negocio. Hasta que un día, un amigo llegó a su casa y, pistola en mano, lo desvalijó por completo.
Soñaba con ser piloto
La violencia no era cosa para Lanier, quien decidió alejarse del narcotráfico. Con el dinero escondido que le quedó, se compró un antiguo Porsche Speedster 356: quería cumplir su sueño de niño y convertirse en piloto de carreras.
Junto a los mismos amigos con los que incursionó en el negocio de las drogas, preparó su destartalado vehículo para competir en carreras amateur del Campeonato Regional Sureste, las que ganó sin problemas.
Verlo correr, comentan sus cercanos en el citado documental, era algo hipnótico. La gran velocidad que alcanzaba y la adrenalina que transmitía eran dignas de los mejores pilotos del mundo.
Casi al mismo ritmo que conducía en los circuitos, su carrera fue en ascenso. Estuvo a punto de disputar un Gran Premio en Miami en 1980 gracias a un amigo que tenía un equipo privado, pero rompió la caja de cambios y no pudo acabar la carrera.
Fue ahí que Randy decidió formar su propia escudería. Pero necesitaba dinero, bastante dinero, y decidió recurrir a la marihuana.
Gracias a sus antiguos contactos, Lanier arribó a Colombia. Ahí, tras caminar medio día por una jungla, llegaron a la tierra prometida del cannabis: cientos de hectáreas con siembras de punta roja.
“Es la mejor marihuana que he probado en mi vida”, confesó el expiloto. Pero había un problema, ¿cómo llevar los cargamentos a Estados Unidos?
Las políticas antidrogas de Ronald Reagan hacían imposible ingresar productos ilegales como solía hacerlo años atrás, y Randy y sus socios debieron ingeniárselas -e invertir- para poder entrar los sacos de cannabis colombiana.
Finalmente, a través de un carguero modificado, lograron ingresar 55.000 kilos de punta roja en un puerto abandonado y vendieron todo en cuestión de horas. El dinero para un equipo de carreras ya estaba en sus bolsillos.
La hazaña de los Blue Thunder
El ingreso del cargamento le dejó a Lanier cerca de 10 millones de dólares, dinero suficiente como para adquirir dos vehículos March 82G GTP y empezar a construir el Blue Thunder Team.
Además de sus drogadictos amigos de toda la vida, el nacido en Virginia sumó a la escuadra al piloto Bill Whittington, ganador de las 24 Horas de Le Mans, y a Keith Leyton como jefe de escudería.
El diminuto equipo de Randy debutó en el campeonato IMSA GT en 1984 y, esa misma temporada, amenazaron con cambiar el automovilismo de resistencia para siempre.
La cenicienta de blanco y azul
La IMSA GT era una de las competencias más reconocidas a nivel mundial del automovilismo, siendo uno de los certámenes rey entre 1971 y 1998.
Históricos equipos como Porsche, Ford y Nissan marcaban presencia y dominaron en sus primeros años. Hasta que la temporada 1984 dio un inesperado vuelco.
Un desconocido equipo llamado Blue Thunder, comandado por el “empresario de deportes acuáticos” Randy Lanier, y con el recordado piloto Bill Whittington entre sus filas, comenzó a ganar carreras.
Circuito tras circuito, los March 82G GTP pintados de blanco y azul llegaban por delante de los poderosos Porsche piloteados por los experimentados Al Holbert y John Paul Jr.
La desesperación en el fabricante alemán los llevó a invertir más dinero que en ninguna otra temporada, conscientes que su dominio peligraba ante el desconocido y sorprendente Blue Thunder.
Un día, pese al calor de Miami, dos hombres en impecable traje llegaron al remolque de Randy. Él pensó que eran agentes del FBI, que todo había llegado a su fin, pero no: eran veedores de Ford que le ofrecieron conducir para la gigante estadounidense.
Era la oportunidad para dejar los negocios ilegales, pero para el oriundo de Virginia era más importante su círculo y su improvisado equipo. Desistió de la oferta, algo de lo que acabaría arrepintiéndose.
En la penúltima fecha del IMSA GT, y pese a problemas mecánicos, Randy ganó en el circuito de Watkins Glen y lograba lo imposible: ser campeón en su primera temporada como profesional.
La fama llegó, el dinero se multiplicó, las lujosas fiestas en casinos de Las Vegas y Montecarlo con marihuana y cocaína eran pan de cada día.
Pero Lanier quería más y, a la par que los cargamentos con 55 mil o 60 mil kilos de marihuana desde Colombia seguían llegando, él decidió dar el salto a la Indycar Series.
El principio del fin
El bajo perfil que Randy Lanier mantuvo hasta entonces se esfumó, algo que su esposa y amigos no compartían y le llamaron la atención. “Me volví un adicto a la velocidad. Necesitaba correr y, para eso, el dinero de la marihuana”, comentó el expiloto.
Para 1986, el humilde chico de Virginia firmó para Arciero Racing y se acercaba a su gran anhelo: competir en las 500 millas de Indianápolis.
Cuando el gran día llegó, la familia de Lanier tenía al FBI a la siga luego de que un amigo, pieza clave en la llegada de los cargamentos desde Colombia, fue detenido.
Consciente del peligro que significaba, Randy, que tras una brillante carrera en Indianápolis fue elegido “Novato del año”, decidió que un último envío de 75.000 kilos de punta roja sería su adiós al narcotráfico.
El carguero debió desviarse de Miami al otro lado de Estados Unidos, San Francisco, luego de que agentes federales se enteraran que un masivo cargamento de marihuana iba en destino a un puerto de Florida.
Pero el tiempo extra que pasó en altamar le jugó una mala pasada al modificado buque. Parte de la carga se mojó y, al entrar en contacto con el agua salada, la cannabis produjo gas metano y estalló cuando era descargada: dos personas murieron.
Randy jamás reconoció que dos operarios perdieron la vida, pero sabía que los hilos que el FBI tejía lo alcanzarían más temprano que tarde.
La caída del piloto narco
El mismo día que Pam daba a luz a su segundo hijo, Randy pasó a tomar desayuno a un restaurante antes de visitar a su retoño y su esposa en el hospital.
Ahí, vio en la televisión su casa, siendo registrada por el FBI, y su cara en todos los noticiarios: “El piloto Randy Lanier está prófugo, acusado de narcotráfico internacional”.
El oriundo de Virginia se fugó a Antigua, mientras uno a uno su equipo caía a prisión. También fueron detenidos su padre, por enterrar tres millones de dólares por orden de su hijo, y Pam, que quedó en la calle acusada de obstrucción de justicia.
Ocho meses después de ser declarado prófugo, Randy fue detenido por el FBI cuando pensaba ocultarse en Nueva Zelanda. La declaración de un exsocio fue clave para que fuese condenado a cadena perpetua como autor intelectual de los cargamentos de droga que ingresaron a Estados Unidos.
Lanier pasó 27 años en prisión hasta que, en 2014, fue indultado por Barack Obama. Su buena conducta y cero antecedentes violentos fueron claves para que recuperara su libertad.
Hoy, Randy es embajador para una empresa de marihuana medicinal y sueña con, al que en 1984, coronarse campeón en una competencia de automovilismo.