En los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, un selecto grupo de boxeadores compuesto por Claudio Barrientos, Carlos Lucas y Ramón Tapia, entró a la historia del deporte chileno al consagrar tres medallas para nuestro país, logro que con el paso del tiempo agiganta su leyenda.

Las historias de cada uno resaltan con luz propia y especialmente, la de Tapia, que forjó su camino desde la pampa salitrera del norte de Chile.

El libro La Importancia del Deporte en la Pampa Salitrera: El Fútbol en María Elena, fundamentado en la investigación de Luis Piñones Molina, Sergio Montivero Bruna y Luis Martínez Tello, retrata de forma precisa la historia del deportista, a quien no querían llevar inicialmente a la cita deportiva que se disputó en Australia.

Entre la pampa y el cuadrilátero

Dedicado a trabajar como minero en la Oficina Salitrera Pedro de Valdivia, el nacido en Juan Francisco Vergara (María Elena, Antofagasta) pasó gran parte de su vida apuntando al boxeo como un pasatiempo.

Como anécdota, vale decir que no dejó su sueño ni al realizar el servicio militar en Calama, donde se coronó campeón de un torneo de la Primera División del Ejército.

De acuerdo con la revista Pampa de la época, su interés formal en la disciplina partió a los 18 años, debutando en 1953. A partir de ahí, se fue moldeando, incluso, sin sparring y sin los implementos adecuados.

“Claro está que el camino no fue fácil, pero eso no era inconveniente para un hombre curtido en la sequedad del desierto y de estar todo el día bajo un sol implacable”, detallan.

Desde el norte, el púgil se dedicó a entrenar en Concepción y fue campeón invicto en la categoría peso ligero en el 53′, aunque su entrenador, “Chago” Arancibia, que lo forzó, a punta de trabajo, a aspirar al peso medio.

En doble jornada, el obrero convivía con su trabajo y su pasión para aumentar su portento físico y su pegada, la cual, le permitió soñar en grande.

“Es demasiado tosco”

Pese a su notable desempeño sobre la lona, en la interna aún existían dudas. El mencionado texto recoge que, en la época, el entrenador del equipo de boxeo chileno consideraba que Ramón Tapia era “demasiado tosco”.

Por lo mismo, para demostrar su valía, el boxeador se vio obligado a participar en el Campeonato Latinoamericano de Montevideo de 1954 por orden de su cuerpo técnico, que le exigió ser campeón si quería lograr su boleto para representar a Chile en los Juegos Olímpicos. Y así lo hizo.

Definido como un competidor fiero y contundente, el púgil logró consagrarse en Uruguay y con ello, obtuvo su esperado premio. ¿Sus registros? Dos victorias por nocaut, una por puntos y otra por la no presentación de su rival.

En 1956, la llegada a Melbourne de Tapia, acompañado por Claudio Barrientos y Carlos Lucas, estuvo marcada por un extenuante viaje y las malas condiciones de alimentación. De igual manera, recurrió a su espíritu pampino y se las arregló para salir adelante.

En su debut, el chileno dio cuenta del polaco Zbignieb Piórkowski, a quien venció por nocaut. Con el mismo expediente, se alzó contra el checoeslovaco Julius Torma, mientras que por vía nocaut técnico derrotó al francés Gilbert Chapron.

La final por la medalla enfrentó al envalentonado Ramón Tapia, rápidamente frenado por el soviético Gennadi Shatkov, vencedor tras propinarle al nacional un golpe que lo dejó en el suelo.

“Cayó en su ley, luchando con toda su alma y sus golpes”, sostienen, en el que presuntamente fue el primer nocaut que registró el atleta nacional en su carrera.

Cuatro años más tarde, en Roma, el ‘verdugo’ del chileno perdería su cetro en cuartos de final, al sufrir un rotundo 5-0 contra un joven Cassius Clay. Tapia, en tanto, falleció en 1984 bajo el mismo misticismo que rodea su leyenda.