Catalina Flores dice que el truco para anotar en el hockey patín reside en el arte de engaño. Hay que ir con la cabeza en alto. Amagar a un lado y al otro hasta que la portera rival cae en la trampa y meter la pelota por el lado contrario.
Flores, el emblema de la nueva generación de hockistas chilenas, ha hecho del gol su leitmotiv. Acumula más de cincuenta en los tres años que lleva jugando en España. La última campaña anotó 25 en 26 partidos de la OK liga con el CP Vilanova, pero se apura en aclarar rápidamente que su cartilla goleadora no fue la mayor alegría de la última temporada. Su mente viaja hasta el cuatro de marzo. Está con polera verde, pantalón blanco y un cintillo sujetándole el pelo recogido en una cola. Ese día, ante su gente, su equipo remontó frente al poderoso Hostelcur Gijón, campeón de Liga y de Europa, para quedarse con la final de la Copa de la Reina.
“Tuvimos muy mala suerte en la liga. La idea era clasificar a Europa, entre las cuatro primeras, y quedamos a tres puntos, porque el otro fichaje, una argentina, se lesionó toda la primera vuelta. Pero para la Copa de la Reina estuvimos todas, éramos un equipo fuerte. Soy la primer chilena en conseguirla”, cuenta la hockista dejando en evidencia un leve acento español.
A sus 19 años tiene una carrera tan breve como intensa. Ha jugado en Chile, España y Argentina, y suma tres mundiales en el cuerpo. Sentada a un costado de la cancha de hockey de La Cisterna, su comuna, con los rayos amarillos de un falso sol de invierno iluminándole la cara mira el camino recorrido a velocidad súper sónica y se piensa así misma dejando ver su afilada determinación, la misma con la que se plantó frente a la directora del Instituto Miguel León Prado para exigirle un equipo de hockey femenino.
“Cuando yo llegué era solo de hombres y solo hasta los 13 años se puede jugar mixto. Entonces, no podía seguir ahí porque no tenía categoría. Fui donde la directora y le dije que yo quería que en mi colegio también hubiese equipo de niñas, que si en otro lado había por qué nosotros no”, recuerda a BioBioChile.
Su historia partió de la mano de su papá, Eduardo, un ex seleccionado chileno devenido en entrenador, que le empezó a enseñar lo básico a los dos años. Bajo la clínica mirada paternal fue puliendo su juego. Recuerda viajar todos los días de La Cisterna a Peñaflor para entrenar en el Thomas Batta, por entonces el club que dirigía su papá. Donde él iba, allá iba ella. Lo siguió en Batta, en el Miguel León Prado y la Universidad de Chile. Con solo 15 años jugó su primer mundial y llamó la atención de Europa.
“Me llegaron propuestas, pero mi papá no me dejó porque era muy chica. Al próximo año me siguieron llamando y ahí ya no me pudo contener. Con 16 recién cumplidos viajé a España. Me fui sola, mi familia ha estado acá, pero siempre apoyándome”, afirma.
Los primeros meses echaba de menos. Llamaba para preguntar cómo había que lavar o cocinar, aunque nunca dijo que quería volver. A veces miraba fotos de sus amigas en cumpleaños o fiestas viviendo una vida que a ella le resultaba ajena. En España no la trataban mal, pero la gente era distinta, más fría. Sentada en un pequeño y solitario departamento madrileño sintió lo que era ser inmigrante. Antes de que la consumiera la nostalgia, se repetía lo mismo, una y otra vez: “El camino del deportista de élite es solitario, pero yo lo elegí. Tengo que ser fuerte para lograr mis metas”.
Su primer equipo fue Las Rozas de Madrid. Allí anotó 15 goles y fue fundamental en la clasificación del club a la Copa de la Reina. El Liceo de la Coruña se la llevó a Galicia. Ahí estuvo hasta que el CP Vilanova tocó a su puerta. Tras ganar la Copa de la Reina, fiel a su vida de nómada, nuevamente cambiará de equipo. El ambicioso proyecto del Vila-sana la tentó.
“Es un pueblo pequeño, en el que se vive total el hockey, se llena la cancha. Jugué contra ellos y era alucinante. Tienen hasta barra brava y es más familiar, se conocen todos. Quiero ganar la liga y también la Champions”, asegura.
Al finalizar cada temporada europea, Flores llegaba a Chile y se ponía a jugar en la liga local. El cuerpo le pedía los patines y ella le daba en el gusto. Este año el club Andes Talleres de Mendoza, actual campeón sudamericano y al que ya reforzó en la liga argentina, la llamó para pedirle que los reforzara en el torneo continental. El Vila-Sana aceptó, pero le puso condiciones: “Todo junio no te pones los patines, julio empiezas de a poquito y después del Sudamericano no juegas hasta que vuelvas acá”, le dijeron. Ya arrancó bien: debutaron con un triunfo y la delantera chilena aportó con dos tantos ante Huracán de Buenos Aires.
La selección
Hay una imagen que todavía escuece a la hockista. Su mente se traslada al 2016. Quedan diez segundos para que acabe la semifinal entre Chile y Francia por el Mundial que se disputa en Iquique. El marcador indica 2-1 para la “Roja”. Flores recupera y cede a Francisca Puertas. Ella se va a buscar el tanto que remate el partido. La terminó perdiendo y Camille Renier empató.
Chile, aturdido, no se pudo reponer y Francia se llevó el boleto a la final con un gol de oro. Ni haber terminado como goleadora del torneo con 12 tantos apaciguó la pena de Flores: “Es la mayor frustración de mi carrera”, puntualiza.
Para la deportista era la oportunidad de cristalizar el sueño que tenía desde que vio, con siete años, a las Marcianitas tomar el mundo con sus manos en el gimnasio de San Miguel. Era repetir la épica del grupo liderado por Puertas y Fernanda Urrea, era ver a su familia agitando una bandera por Gran Avenida tal como en el 2006. La cicatriz sigue ahí, pero el sueño persiste.
“Quiero ser campeona del mundo”, dice, mirando los Rollers Game del próximo año. Antes están los panamericanos de Colombia en diciembre y ya piensa cómo se les va a ingeniar para conseguir permiso de su club. En su cabeza, el juego nunca se detiene.