En abril de 2004 se tomaba una importante decisión en la ANFP. La Dirección Técnica Nacional, presidida por Alberto Quintano, debía escoger entrenador para la selección sub 20. Por los pasillos de Quilín habían pasado tres candidatos: Carlos González, Felipe Pedemonte y José Sulantay. Este último, cesante en aquellos tiempos, presentó el proyecto que más sedujo. Su misión era clara: en ocho meses debía armar un equipo capaz de limpiar la paupérrima imagen que la “Rojita” había dejado en el Sudamericano de 2003 y clasificarse para el Mundial de Holanda a disputarse el próximo año.
Sulantay había cumplido 64 años veintiún días antes de que lo nombraran. Mucha vida y mucho fútbol habían pasado por él. Su aventura en el fútbol había empezado en su tierra natal jugando para La Serena. Con goles se ganó un lugar en la pre nómina de Fernando Riera para el Mundial de ’62, pero finalmente no fue convocado. Se fue a Centroamérica y terminó su carrera jugando para Coquimbo Unido. En el cuadro Pirata empezó una carrera que tuvo como pináculo el título de Primera División con Cobreloa en 1992. Por primera vez iba a trabajar con jugadores juveniles.
Sulantay ha aclarado en más de una ocasión que no es un formador, sino un seleccionador que elegía futbolistas para plasmar su visión de juego. Se pasaba el fin de semana recorriendo las canchas donde se disputaba el fútbol joven. Llegaba sin avisar para evitar que dirigentes y técnicos le “recomendasen” jugadores. Él, gran admirador de Rinus Michels, tenía muy en claro lo que buscaba: presión, dinámica y, sobre todo, polifuncionalidad.
“Soy un convencido de que ya no exiten esos esquemas fijos donde todo pasa por el ‘10’ o el que comienza a gestar la jugada es el ‘8’. Yo siempre se los dije: ustedes deben ser capaces de jugar en 3 0 4 puestos distintos sin ningún problema”, ha relatado.
Si algún jugador le llamaba la atención lo seguía por dos o tres partidos para asegurarse de no haber quedado obnubilado por un destello. Recién ahí le decía al club que quería llevar al jugador a la selección.
Sin embargo, el coquimbano iba más allá. Quería ver cómo vivían sus futbolistas para entenderlos mejor. “Fui a los lugares donde crecieron. Anónimamente los vi jugar en sus clubes, pero también me preocupé de conocer sus entornos, como el caso de Gonzalo Jara, quien venía de una población brava, muy brava, en Hualpén… Y al otro lado estaba Fuenzalida, con formación universitaria, con un origen, no sé cómo decirlo, aristocrático. Ahí uno tiene los elementos para hacer un grupo, para lograr un espíritu de cuerpo”, contó.
Así fue armando y puliendo el grupo que llevó a Colombia para jugar el Sudamericano. Matías Fernández, Gonzalo Jara, José Pedro Fuenzalida y Marcelo Díaz lideraron la tropa en suelo cafetero y regresaron a Chile a las citas mundialistas. En Holanda, el cuadro del “Negro” debutó con una goleada de escándalo (7-0) sobre Honduras, pero se fue diluyendo hasta caer en octavos de final con el anfitrión.
Con esa buena experiencia, Sulantay empezó a preparar al equipo que iría a jugar el Sudamericano de Paraguay en el verano de 2007. Era una camada con buenos jugadores. Estaban Arturo Vidal, Alexis Sánchez, Mauricio Isla, Carlos Carmona (que había jugado en Holanda) y Gary Medel, rodeados por muy buenos actores de reparto.
Los problemas, eso sí, eran los mismos que los de la generación anterior. “Había chicos que eran muy pobres, pero mucho, como Isla, Sánchez, Medel y Vidal. Pero con una personalidad tremenda, sobre todo Vidal, que estaba sobre la media en términos de liderazgo; era un duro, pero su personalidad estaba mal encaminada, era un líder negativo, y lo que hice fue mantener esa capacidad de encabezar un grupo, pero reencauzándola hacia lo positivo. Lo mismo con Gary, que venía de un barrio donde si él pegaba un puñete, era porque antes ya había recibido dos”, comentó el ex futbolista.
El Sudamericano fue un carrusel. Chile arrancó mal, se enrieló en el camino, tuvo la ilusión de ser campeón y de paso timbrar boleto a los Olímpicos, y acabó sufriendo en la última fecha para agarrar el último cupo al Mundial de Canadá.
Chile jugaba bien, pero fallaba en la concreción y se distraía en momentos decisivos. A pesar de todo, el ánimo de la plantilla estaba a tope. Vidal, secundado por sus compañeros, antes y después del Sudamericano tiraba una frase que causaba escozor en un país que vivía del triunfo moral: “Vamos a ser campeones del mundo”.
Sulantay ponía la cuota de mesura, aunque también se lo creía. “Dijimos que íbamos a cambiar al fútbol chileno, íbamos a dar un vuelco en el fútbol chileno. Pero todo eso fue en base a charlas diarias —y no solo del balón, sino de la vida—. Busqué un perfil de jugador que tuviese anhelos y una personalidad especial. Y de ahí nació la idea de ser campeones del mundo”, rememoró.
El derrotero rumbo a Norteamérica avanzaba viento en popa, pero ocurrió un inesperado problema. Nelson Acosta, técnico de la “Roja” adulta, quería llevarse a Sánchez y Vidal a jugar la Copa América a mitad de año. José Sulantay salió a defender lo suyo, pero sabía que la última palabra sería de Acosta.
Por si eso fuera poco, Gary Medel se ganó tapas de diario al protagonizar una pelea en una discoteque. Sulantay estaba sulfurado y le dijo al “Pitbull” que se olvidara del Mundial. El de Conchalí se puso a llorar y le mostró los nombres de sus mellizos tatuados en sus antebrazos. “Eres un mentiroso asqueroso igual que todos los futbolistas…. Esta va a ser la última oportunidad que te voy a dar”, le dijo el DT a su pupilo.
Vidal y Sánchez siguieron presionando hasta lograr ablandar a Acosta. El hombre que llevó a a la selección a Francia ‘98 manifestó que ellos eran titulares en su equipo, pero que no iba a entrometerse en su sueño de ser campeones del mundo.
Sulantay respiró aliviado. Tenía a todo su plantel. En Canadá fueron recibidos por la ingente colonia chilena que teñía de rojo todo a su paso. Las expectativas eran altas y él confiaba en cumplirlas.
Su escuadra dio un recital en su debut frente a Canadá. El 3-0 –con goles de Nicolás Medina, Carlos Carmona y Jaime Grondona- se quedó corto para expresar la diferencia que hubo en la cancha. La sub 20 mostró un juego ofensivo, vertiginoso, a ratos sin posiciones fijas y con presión alta y buen toque. Los “olé, olé, olé”, en las tribunas coronaron una actuación perfecta.