Giannis Antetokounmpo atraviesa el parqué con cinco ágiles zancadas. Lleva la fuerza de una locomotora. Un defensor le sale al camino, pero se aparta cuando ve que el alero con cuerpo de pívot se levanta en la línea del tiro libre cargando la pelota en la mano derecha. Sus brazos interminables agigantan aún más sus 2,11 metros y dibujan un fotograma de película. La volcada levanta a la arena y hace que los relatores raspen su garganta. Antetokounmpo suelta un eufórico bramido que marca los músculos de su cuello. Van cuatro partido de temporada regular y ya lo postulan a MVP de la NBA. “The Greek Freak” (el fenómeno griego) tiene a Estados Unidos en sus manazas mitológicas.
Su historia tiene su origen hace 22 años al otro lado del Atlántico. Sus padres llegaron a Grecia en 1991 como inmigrantes ilegales, buscando un futuro menos lúgubre que el que avizoraban en su natal Nigeria. Giannis nació un año después. Ellos trabajaban como vendedores ambulantes o recogiendo naranjas en el campo. La madre enfermó y el padre buscaba empleo en lo que saliera. Con el poco dinero que había no alcanzaba para mantener a los cinco niños de la familia.
El basquetbolista tuvo que salir a las calles para ganarse la comida. Junto a sus cuatro hermanos se ponía en la cuneta a vender lo que fuera para conseguir unas monedas. “Siempre estábamos juntos en la calle, vendiendo un juguete, un reloj. Ganábamos 10 dólares y era bueno porque ese día no nos moríamos de hambre y podíamos volver a casa”, relató. A Thanasis, el hermano dos años mayor con el que iba de arriba a abajo por la Acrópolis, le decía: “Hagamos algo de nuestras vidas, así nunca tenemos que repetir esto de nuevo”.
Del colegio se iba a trabajar. No había tiempo para juegos. Una infancia dura, pero sin traumas. En esas largas horas de calle luchando por la sobrevivencia se incubó la bestia competitiva que es hoy. “Bueno, no voy a decir que fuera realmente malo, porque obviamente sí fue duro. Tuve que hacer cosas, mis hermanos tuvieron que hacer cosas, para llevar comida a casa. Pero fue bonito. Eso nos ha hecho ser más trabajadores, trabajar más duro y si pudiera volver atrás no cambiaría eso de mi vida, porque ese momento de mi vida me hizo ser quien soy hoy en día. Haciendo esas cosas me hice más trabajador y me hice más realista y supe que estoy aquí para una misión”, expresó.
Giannis llevaba el deporte en los genes. Su padre había sido futbolista profesional en Nigeria y su madre saltadora de altura. Pero a él y a Thanasis los encandiló el básquetbol. Fue un amor fulminante y no se resistieron. Cuando empezaron, tenían que compartir zapatillas.
Spiros Velliniatis, ex jugador, recorría los suburbios de Atenas buscando talentos entre los inmigrantes que atiborraban las canchas de cemento y rejas desvencijadas. En uno de sus viajes quedó impactado al ver a Thanasis. “Lo vi caminando por la calle e inmediatamente supe que tenía los atributos físicos para jugar basquetbol. Pero no era sólo eso, él tenía inteligencia callejera”, señala. No tardaría en conocer a Giannis. Los siguió por dos años y, conscientes de su situación, les prometió que el básquet los podría sacar de la pobreza.
“Él nos daba dinero y no tenía. Tenía que pedir prestado para darnos a nosotros. Él nos amaba. No sé de dónde salía ese amor. Ni siquiera lo conocíamos”, recordó Giannis.
A Spiros le costó trabajo convencer a los padres, pero finalmente llevó a los hermanos al Filathlitikos. El club de la segunda división griega aceptó pagar a la familia 500 euros al mes para que los chicos no tuvieran que seguir trabajando en las calles. “Spiros es un gran hombre, como un segundo padre para mí. Creo que sin él, yo no estaría acá”, confidenció el hoy jugador de los Bucks.
En su nuevo equipo, Giannis dejó las acrobacias callejeras y aprendió a leer el juego. Si le preguntaban decía que era un pívot, aunque sabía hacer casi de todo. Reventaba aros con volcadas alucinantes y manejaba el balón con la prestancia de un externo. En 2012, una cinta de video de pésima calidad llegó a la oficina de Willy Villar, director deportivo del CAI Zaragoza. El hombre quedó estupefacto y se fue al pabellón del Filathlitikos para ver en vivo a esa promesa pixelada.
“Hicimos dos entrenamientos. El primero, de dominio de balón, movimientos en el poste y tiro. Lo hacía todo de 10 y quedaba ver si entendía el juego o era más un jugador tipo 3×3. Anotó 44 puntos y capturó ocho rebotes en un partido. Me empezaron a temblar las piernas y llamé al presidente. Había que ficharle enseguida y lo hicimos por cuatro años”, rememoró Villar. “Es un jugador del siglo XXII”, agregó.
El directivo aún recuerda los largos dedos del jugador de dieciocho años. Desde que empieza la muñeca hasta el final del dedo del medio hay 27 centímetros. “Esos dedos me parecían una pierna. Eran enormes, no los medimos, pero sí vi que eran algo fuera de lo normal. ¡Parecían raquetas de tenis! Y si a eso le añades la envergadura, es una máquina de taponar e intimidar”, apuntó Villar.
La fama de Giannis subió como la espuma. Sus videos en Youtube causaban el delirio en las redes sociales, los micrófonos pedían su testimonio y la alta plana de la NBA llegó a Grecia para ver que tanto brillaba la nueva joya europea. Danny Ainge (Boston Celtics), Daryl Morey (Houston Rockets), Sam Presti (OKC Thunder), entre otros, intentaron mover ficha por él. En unos meses pasó del anonimato al draft de la NBA. Giannis solo alcanzó posar con la camiseta roja del CAI.
Los Milwauke Bucks lo seleccionaron en el puesto número 15. Su elegante traje de dos piezas desencajaba con su cara de adolescente obnubilado. Era un niño en cuerpo de hombre. Cuando su primer entrenador en la NBA, Larry Drew, vio su habilidad por televisión calculó que medía 1,85 mts. Se quedó corto por más de veinte centímetros. No podría creer que alguien con esa altura boteara así el balón.
Giannis entró batiendo marcas. Con 19 años y doce días se transformó en el titular más joven en la historia del equipo de Wisconsin. “Algún día se lo contaré a mis nietos”, comentó. En su primer año creció cinco centímetros y cinceló su cuerpo esmirriado con largas horas de gimnasio. No se cortó ante arenas repletas ni millones de personas siguiéndole el paso por televisión. Jugaba en los lustrosos parqués de la NBA como si estuviese jugando con su hermano en el barrio bravo en que crecieron. Volcadas resonantes, asistencias de lujo, tapones por doquier. Carmelo Anthony, Dwight Howard o Kevin Garnett quedaron posterizados bajo su enorme figura.
Con la billetera cargada no perdió la cabeza. La vida luctuosa de los súper atletas no tenía lugar en una cabeza que seguía teniendo muy presente los días en que no había qué comer. Se compró un Play Station 4 para no sentirse tan solo en su departamento, pero a los pocos días lo invadió la culpa por haber gastado 400 dólares en algo así y se lo revendió al asistente del equipo, Nick Van Exel. Guardó ese dinero para la llegada de su familia, un mes más tarde. De los dos millones de dólares de su contrato, trataba de no arrancar tajada y se las arreglaba con los 190 dólares diarios que la franquicia le daba como viático. Para amueblar su departamento, le tuvo que pedir prestado a sus compañeros de equipo.
Solo la fama obtenida le permitió dejar de ser un fantasma en Grecia. Los “Helenos”, deseosos de volver a conquistar Europa, apuraron los papeles para darle la nacionalidad. Un tipo tan talentoso no podía ser un paria. Sin embargo, en una sociedad en que la ultraderecha se ha consolidado, la decisión causó escozor en algunos sectores. “Si le das a un chimpancé del zoológico un plátano y una bandera, ¿Ya es griego?”, fustigó el líder del partido Amanecer Dorado, Nikolaos Michaloliakos. El deportista, fiel a su estilo, no armó ninguna alharaca.
En 2014, Jason Kidd abandonó la banca de los Nets y fichó por Milwaukee, en gran parte, para poder dirigir al griego. Desterró la figura clásica del base y le ordenó tomar la iniciativa y hacer el desequilibrio. Por su estatura para la posición, algunos lo comparan con “Magic” Johnson.
Giannis se ha hecho casi indefendible. Si queda pareado con un jugador más bajo lo lleva a la pintura y si lo defiende un jugador de su contextura lo deja atrás con sus zancadas olímpicas. Machaca casi sin saltar, sabe usar la tabla y lanzar la flotadora. Mejorar el tiro a media y larga distancia es su tarea pendiente.
En el otro costado de la cancha, puede defender al explosivo y veloz Russell Westbrook, al potente LeBron James o al corpulento de DeMarcus Cousins. Rebotea, taponea, pincha balones, va al piso si es necesario. Es el motor del equipo y ha hecho que la ciudad vuelva a creer en una escuadra que estaba empantanada.
“Hay jugadores especiales con los que nos encontramos: LeBron James, Kobe Bryant, Michael Jordan. Hay jugadores diferentes que son raros y creo que Giannis es una de esas especies de jugadores únicos que no son comunes, que seremos capaces de disfrutar por mucho tiempo”, manifestó Kidd sobre su dirigido.
Año a año sus números fueron mejorando. Sin embargo, su eclosión fue la temporada pasada. Metió a su equipo en playoffs, dio el golpe a la cátedra sacando de carrera a los Raptors y solo se inclinó ante los Celtics de Isaiah Thomas. Lideró a su equipo en puntos, rebotes, asistencias, robos y tapones. Sus brutales números lo pusieron como el primer jugador en la historia de la liga en terminar en el Top 20 en cada una de las principales categorías estadísticas. Apareció en el quinteto titular de la Conferencia Este en el All Star y en el segundo equipo ideal del año al finalizar el curso. Milwaukee le hizo un nuevo contrato acorde a su estatus: 100 millones por cuatro años, lo mismo que cobra LeBron James en Cleveland.
Antes de iniciar esta campaña, el retirado Kobe Bryant lo desafío: “Quiero que seas MVP”. Y Antetokounmpo se lo está tomando muy en serio, firmando unas planillas de escándalo y exhibiéndose como uno de los jugadores más dominantes de los últimos años. Según el sitio NBA Stats, ningún jugador en la historia acumula sus números en los primeros cuatro partidos de liga: 147 puntos (36,75 de promedio), 43 rebotes (10,75) y 21 asistencias (5,25). Tiene, además, un increíble 65,9% en tiros de campo, 2,25 robos y una tapa.
“Es una pesadilla para cualquiera”, dijo su compañero Khris Middleton. “No es solo su tamaño y físico, sino que tiene una energía y pasión por el juego que hace que sea divertido verle jugar”, comentó Steve Clifford, técnico de los Hornets, uno de los equipos que lo ha sufrido esta temporada. La figura de los Warriors, Kevin Durant, fue más lejos: “Es todo fuerza. Nunca he visto a nadie como él. Podría convertirse en el mejor jugador de la historia si él quisiera. Es mi jugador favorito, con mucha diferencia”.
Giannis no se lo cree. Dice que aún no está a la altura de LeBron James. Trabaja duro y no hace grandes promesas. Para él su lema sigue siendo el que tenía en las calles de Grecia: “Día a día”.