Arturo Vidal salió disparado desde el centro del campo luego de que el español Marc Bartra fallara su penal y le diera la Supercopa alemana al Bayern München. Mirando hacia la mancha roja que se distinguía del amarillo dominante en el Signal Iduna Park, levantó el puño y soltó su clásico y eufórico bramido de victoria. Al día siguiente, en Londres, Alexis Sánchez bajó las escalinatas de Wembley ataviado con una camisa blanca y pantalones negros para unirse a sus compañeros en la cancha, que celebraban a coro la obtención del Arsenal de la Community Shield ante el Chelsea. El tocopillano no jugó por problemas físicos, pero el título igual suma.

Sánchez y Vidal, los dos íconos de la generación dorada, las dos caras contrapuestas de la idolatría, pugnan palmo a palmo por el rótulo de jugador chileno con más título de la historia. Iván Zamorano y Marcelo Salas ya se quedaron atrás. El ‘Rey’ saca delantera por cabeza: 17 contra 16. Sin embargo, ninguno de ellos puede ostentar tal distinción. El honor le corresponde a Eduardo Vilches, con 18.

Vilches pasó por Universidad Católica, Colo Colo y la selección chilena. Es ídolo en el Necaxa mexicano. Ex compañeros y entrenadores hablan bien de él cuando se les pregunta. Sin embargo, su imagen no evoca muchos recuerdos. Es un tipo silente, que camina por la calle sin que nadie lo reconozca y que vive tranquilamente en Colina, la comuna donde nació y dio sus primeros chutes.

Su carrera pudo iniciar de azul. Vilches jugaba en la selección de Colina y en el ‘Población Chile’, el equipo de su barrio. En un torneo disputado en Recoleta, la gente de la Universidad de Chile le echo el ojo y lo invitó a probar. Pero después de unas semanas lo “mandaron para la casa”. Lo intentó en Unión Española, con la misma suerte.

En Colina jugaba con unos amigos, los hermanos Riquelme, ambos estaban en las inferiores de Magallanes. “¿Y cuándo son las pruebas”, preguntó el ‘Lalo’. “En verano”, le respondieron. Faltaba tiempo y Vilches pensaba que se tenía que preparar más. Salía a correr por toda la comuna y se entrenaba solo en los cerros para llegar a tope.

Vilches quedó. Eran finales de los ’70 y tenía 15 años. A partir de ese momento empezaba una batalla más dura que el ingreso, la de la permanencia. Una prueba que mediría su resiliencia y el peso de su ambición. A las seis de la mañana salía de su casa en Colina para ir a estudiar al Instituto Comercial HC Libertadores. De ahí enfilaba rumbo a la Estación Mapocho para tomar una micro que lo dejara en San Bernardo, donde entrenabas las juveniles del ‘Carabelero’.

“Salía a la hora peak, con mucho tráfico. Se tardaba muchísimo. No había dinero como para tomar un taxi o un colectivo. Después de entrenar salíamos tipo siete de la tarde y hacíamos la travesura de subirnos al tren. Corríamos hasta subirnos. Y luego corríamos de vagón en vagón. Llegábamos hasta Estación Central o a veces unos llegaban a Mapocho. A las nueve o diez de la noche llegaba a la casa”, rememora el hoy entrenador en una entrevista concedida este año al sitio oficial de Colo Colo.

Repitió primero medio. El cuerpo no le daba. Era la pelota o los libros. “Le dije a mi mamá: ‘Dame chances hasta los 23 años. Si no debuto, me retiro y me pongo a trabajar en el día y estudiar en la noche’”. Isabel, la ‘Chavelita’, le dijo que sí.

Siguió quemando etapas en el cuadro albiceleste. Con Luis Pérez, Ivo Basay, Arturo Palma, Nelson Cuevas, Eduardo Calquín, Patricio Fica y Marcos Tamayo, todos futuros jugadores de Primera, maravillaban en las canchas de Quilín. A él le dieron una beca para cubrir sus largos viajes por la capital. Ya estaba en edad de debutar, pero pensaron que tenía que curtirse en la áspera segunda división. En 1981 lo mandaron a préstamo a Malleco de Angol, club que estaba en el profesionalismo hace solo siete años.

Estaba solo, era joven. Se podría haber desbandado. Nadie se lo iba a impedir. Pero él la tenía clara. “Dije: ‘¡No! Yo, a lo que vengo, a concentrarme en lo mío’. Me dediqué al cien por ciento. Eso viene de los sueños, la ambición, las metas que uno quiere. Yo tomé la decisión y dije: ‘Me voy a dedicar al fútbol pero no quiero ser uno más. Quiero hacer la diferencia’”, explicó.

Volvió a Magallanes tras una temporada en Malleco. Eugenio Jara estaba a cargo de un equipo de antología, los famosos “Comandos” de la década del ’80. Lo carcomía la ansiedad.

Su día llegó ante la Universidad Católica en 1983. Ganaron 2-1. Ese año, además, fue parte del plantel que se impuso en la Liguilla para clasificar a la Copa Libertadores del ’85.

Si bien el defensor no ganó ningún título con Magallanes, fue uno de los protagonistas de un partido que es atesorado por todos los hinchas del ‘Manojito de Claveles’. Por el máximo certamen continental, Vilches y sus compañeros fueron a Montevideo para jugar contra Bellavista. En el mítico Centenario, con su aura infranqueable, los dirigidos por “Jarita” dieron el campanazo y se llevaron la victoria con gol de “Lucho” Pérez. Una victoria que se tiñó con tintes de hazaña.

Un año después, Magallanes dio un vuelco rocambolesco y perdió la categoría. A Vilches se le vino el mundo abajo. Estaba recién casado, tenía un hijo, otro en camino y no tenía club. Urgido, le llegó una propuesta que no esperaba y que, como él dice, lo dejó saltando en un pie.

“Pasé todo ese verano tan mal que me fui a vivir con mis exsuegros. Los meses en Magallanes eran de 90 días. Y de la noche a la mañana me llama Lucho Pérez y me dice: ‘El profe Nacho (Prieto) quiere hablar contigo’. Yo decía por dentro: ‘¿Quiere hablar conmigo? ¿Qué raro?’. No entendí. Me llamó y me dice si quiero ir a Católica. Yo dije: ‘Me están hueveando’. Estaba feliz”, relató.

A San Carlos de Apoquindo no tenía que ir con el bolso en que llevaba todo lo necesario para entrenar. Firmó un contrato de profesional, no de ex cadete. Se pudo comprar casa y su primer auto. Y, sobre todo, se “profesionalizó”. Ganó el campeonato del ’87 con un equipo que pasó a ser conocido como “La Aplanadora Cruzada”. Aunque era feliz, sus sueños seguían siendo otros. “Falta todavía, falta todavía”.

Él quería jugar en el equipo del que era hincha desde niño. El de sus amigos y de su abuelo. La escuadra que el año ’73 le hizo decir: “Yo quiero jugar en Colo Colo”. El ’89 había terminado contrato con la UC y lo llamó Arturo Salah. Todo fue rápido. No necesitó tiempo de adaptación. Se hizo imprescindible para Salah y luego para Mirko Jozic. Reconvertido en mediocampista, se transformó en el barómetro del equipo, un jugador con músculo y con cabeza, un obrero con visión que sellaba fisuras antes de que se convirtieran en grietas. Siempre estaba donde se le necesitaba, a veces sin que nadie lo notara. Nunca se le echaba de menos porque lo jugaba todo. Torneo Nacional, Copa Chile, Libertadores, amistosos, lo que sea. Ganó doblete de campeonato y Copa Chile el ’89 y el ’90. Lo que estaba por venir sería lo mejor de su carrera deportiva.

Vilches fue el jugador que más minutos sumó en la campaña de la Libertadores
, una pieza clave en la odisea continental del “Cacique”, pero los focos no lo apuntaban. Las tapas de los diarios se concentraban en el poder de fuego de Rubén Martínez, en las atajadas de Daniel Morón o en la cabellera rubia de Marcelo Barticciotto. Lo suyo era el trabajo en la penumbra, hacer quedar bien a todos sus compañeros.

“Pasé inadvertido porque en el fondo, qué hace el periodismo. La gran mayoría dice: ¿Qué es lo que vende hoy? Alexis Sánchez, Vidal, Pitbull, ya, vamos para allá. Perfecto. Pero ¿Dónde está Aránguiz? ¿Dónde está Díaz? Ese año 91, fue mi mejor momento, y jugué en esa posición, de contención. Fui el equilibrio. Por eso yo alabo a Aránguiz y Díaz. Claro, los otros también harto han hecho, pero desde mi punto de vista, ellos han sido el equilibrio de la selección. Jugando los dos, el equipo no se parte”, expresó.

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Tras vencer a Olimpia en el Monumental, lloró. Por su mente pasó el niño que viajaba todos los días de Colina a San Bernardo para intentar ser un futbolista profesional. El niño que no quiso ser uno más.

Se ganó un lugar en la selección, aunque tenía claro que por el castigo a Roberto Rojas no podría ni siquiera hacer el intento de ir al Mundial de Estados Unidos, su gran sueño. Nada que hacer.

Colo Colo no paró de ganar. La preciada Libertadores confirmó su hegemonía sin contrapeso a principios de los ’90. Vilches conquistó dos veces más el torneo nacional, otra Copa Chile, una Copa Interamericana y la Recopa Sudamericana en Japón. “Yo me sentí importante para el proyecto, para lo que era el equipo. No para el periódico, nunca me interesó. Sabía que yo igual tenía que rendir”, comentó.

Quería irse al extranjero y el Necaxa lo tentó. Los “Rayos” llevaban cincuenta y seis años sin coronarse. En las últimas temporadas habían arrancado bien, pero siempre sus ilusiones se desbarataban en las primeras rondas de los play-offs. En Aguascalientes lo esperaba un viejo conocido: Ivo Basay. “Cuando llego el 94 estaban entrenando y yo llego y me paro fuera de la cancha, detrás de la reja. Y me ve llegar Ivo y abraza a su amigo el ‘Beto’ Aspe y le dice: ‘Ves ese wey que viene allá. Ese wey trae la estrella’”, comenta.

Con su llegada, los “blanquirrojos” iniciaron una dinastía que los llevó a ser nombrados como el equipo de la década. Vilches jugó casi todas las finales a las que podía aspirar y ganó seis. Se transformó en leyenda. Lo escogieron defensor del año y figuró en el equipo ideal de la liga. Podría haber formado parte del proceso de Acosta rumbo a Francia, pero él “no era harina de su costal”.

Ya en los estertores, pegó la vuelta para ponerle el colofón a su carrera. En 1999 se coronó campeón del ascenso con Unión Española y al año siguiente colgó los botines en Cobreloa. No hubo despedidas con parafernalia ni discursos rimbombantes. En silencio, se fue el tipo con el palmarés más abultado del fútbol chileno.