Desde hace ya varios años que la neurocientífica Kelly Lambert, docente en neurociencia conductual de la Universidad de Richmond, experimenta con ratas que aprendieron a conducir pequeños vehículos.
Ahora, en un artículo de Live Science, la experta detalló algunos puntos y hallazgos de su investigación. Lambert dice que, después de mucho ensayo y error, las ratas respaldaron la teoría de que los entornos complejos mejoran la neuroplasticidad del cerebro.
Este concepto corresponde a “la capacidad del cerebro de cambiar a lo largo de la vida en respuesta a las demandas ambientales“, explica la neurocientífica.
Para ello, trabajaron con ratas en entornos enriquecidos, es decir, en los que pusieron estímulos, como juguetes, más espacio y otras ratas. Las que vivían en entornos enriquecidos aprendieron a conducir antes que las que vivían en jaulas comunes.
Lambert buscaba comprender cómo las condiciones ambientales y el adquirir nuevas habilidades cambiaba el cerebro de las ratas.
Los roedores, de hecho, no solo aprendieron a conducir los vehículos diseñados especialmente para ellos con un pedal de aceleración, aparentemente, también comenzaron a disfrutar esta actividad.
La neurocientífica escogió los autos porque “creíamos que conducir representaba una forma interesante de estudiar cómo los roedores adquieren nuevas habilidades”. Y en el camino descubrieron que las ratas se entusiasmaban con la idea.
Los aportes de las ratas que aprendieron a conducir
“Al principio, aprendieron movimientos básicos, como subirse al coche y pulsar una palanca, pero con la práctica, estas acciones sencillas evolucionaron hacia comportamientos más complejos, como conducir el coche hacia un destino específico”, explicó.
Con el tiempo, Lambert descubrió que las ratas mostraban comportamientos positivos cuando llegaba la hora de conducir, actividad por la que recibían cereales Froot Lops como premio.
Fue entonces que cambió el enfoque de su investigación. Pasó de estudiar cómo el estrés crónico influye en el cerebro, a cómo los eventos positivos van formando las funciones neuronales.
En su laboratorio, empezó a experimentar con la expectación en las ratas. “Tuvieron que esperar 15 minutos después de que se les colocara un bloque de Lego en su jaula antes de recibir un Froot Loop. También tuvieron que esperar en su jaula de transporte durante unos minutos antes de ingresar a Rat Park, su área de juegos. También agregamos desafíos, como hacer que descascararan las semillas de girasol antes de comerlas”, explicó.
La neurocientífica terminó creando una nueva área de investigación, llamada UPER (respuestas a experiencias positivas impredecibles).
“Se entrenó a ratas para que esperaran las recompensas. En cambio, las ratas de control recibieron sus recompensas inmediatamente. Después de aproximadamente un mes de entrenamiento, expusimos a las ratas a diferentes pruebas para determinar cómo la espera de experiencias positivas afecta su aprendizaje y comportamiento. Actualmente, estamos observando sus cerebros para mapear la huella neuronal de las experiencias positivas prolongadas”, añadió.
Preliminarmente, registraron que las ratas que han tenido que esperar, desarrollaron conductas más optimistas. Además, tuvieron mejores resultados en tareas cognitivas y se les hizo más fácil resolver problemas.
“Esta investigación aporta más pruebas de que la anticipación puede reforzar la conducta“, recoge Lambert.
En la misma línea, pusieron a prueba a las ratas para saber si les gustaba realmente conducir. En los experimentos, les dieron la posibilidad de llegar hasta su recompensa conduciendo por un camino más largo, o caminar por uno más corto y llegar más rápido al cereal, pero dos de las tres ratas prefirieron conducir.
“Esta respuesta sugiere que las ratas disfrutan tanto del viaje como del destino gratificante“, concluyó la experta. Las ratas siguen siendo estudiadas.