En 1954, Albert Einstein escribió una carta que causa polémica hasta hoy, ya que allí negó la existencia de Dios. Se trata de una opinión que compartió con el escritor y filósofo Eric Gutkind, donde le comentaba lo que significaba Dios y la religión para él.
Gutking, de hecho, es el autor de un libro llamado Choose Life: The Biblical Call to Revolt (Elige la vida: el llamado bíblico a la revuelta), escrito en 1952.
De acuerdo con National Geographic, esta lectura fue entonces como “un grito de guerra” al judaísmo y a Israel como “incorruptibles”, y dio bastante que hablar en la época.
En este contexto, el científico tras la Teoría de la Relatividad General no se quedó atrás, y con su propia pluma se dirigió al autor para comentarle lo que pensaba, sin pensar que su carta pasaría a la historia y perduraría en el debate a través de los años.
Su frase: “La palabra Dios es para mí nada más que la expresión y producto de la debilidad humana; la Biblia, una colección de leyendas venerables, pero bastante primitivas”, quedó en este escrito —que salió a la luz en 2008— como una de sus ideas más polémicas.
¿Albert Einstein no creía en Dios?
Las creencias del llamado “genio de la física” todavía son debatibles, por ciertos comentarios que hizo, pero algunos historiadores afirman que, al menos de adulto, no era creyente.
Einstein alguna vez mencionó que “Dios no juega a los dados con el Universo”, razón por la que muchos creen que sí creía en un ser creador del Cosmos. Sin embargo, es más probable que esta frase haya sido irónica.
Walter Isaacson, periodista estadounidense que escribió la biografía definitiva Einstein: su vida y su universo, publicada en 2007, dijo que “nadie debería leer una carta de Einstein y pensar que resuelve lo que piensa sobre Dios“.
Según comentó la filósofa e intelectual, Rebecca Newberger, en entrevista con The New York Times, “Einstein a menudo usaba la palabra Dios, como en la frase ‘Dios no juega a los dados con el universo’. Muchos físicos lo hacen”.
“Eso confunde a las personas y provoca que piensen que son teístas, que creen en Dios. Es una manera metafórica de hablar de la verdad absoluta. Einstein la usó metafórica y lúdicamente“, aseguró.
Según los expertos, Einstein fue devoto cuando niño, pero al crecer “abandonó la religión y comenzó a creer en la ciencia”, dijo Newberger.
“Cada vez que le preguntaban si creía en Dios, respondía cautelosamente: ‘Creo en el dios de Spinoza’“. Cabe señalar que Baruch Spinoza fue un reconocido escritor de Países Bajos en el siglo XVII, que analizaba ideas políticas, teológicas y problemas filosóficos.
“Si dices: ‘Creo en el dios de Spinoza’, eso ya está diciendo que tus creencias son distintas de las que tienen otros creyentes. Crees que las leyes de la naturaleza son íntegras y contienen todas las respuestas“, concluyó Newberger.
Pese a su ateísmo, Einstein sí tenía afinidad por los judíos, pero porque se crió como uno. “Se identificaba con ellos porque ese fue su contexto al nacer, no porque sean el pueblo elegido”, añadió Diana L. Kormos-Buchwald, profesora de Historia en el Instituto de Tecnología de California, en declaraciones al medio.
La carta con que Einstein negó la existencia de Dios
Más que una polémica, la profesora Kormos-Buchwald cree que la carta de Einstein a Gutkind fue una manera amable de decirle “no pienso igual que tú y no me gusta lo que dices”.
Esto último, aun cuando el autor Choose Life proponía a la física de Albert Einstein como “la nueva filosofía general del universo, del espacio y del tiempo“, explica la historiadora.
El científico escribió la carta cuando tenía 75 años y falleció un año después en Estados Unidos. El escrito salió a la luz en 2008 y 10 años después fue subastada en 2,89 millones de dólares.
Princeton, 3 de enero de 1954
Querido Sr. Gutkind,
Inspirado por la repetida sugerencia de (Luitzen Egbertus Jan) Brouwer, leí mucho sobre tu libro, y muchas gracias por enviármelo. Lo que más me impresionó fue esto: con respecto a la factual actitud hacia la vida y la comunidad humana, tenemos mucho en común.
Tu ideal personal con su anhelo de libertad libre de los deseos orientados al ego, para hacer la vida hermosa y noble, con un énfasis en el elemento puramente humano. (Esto nos une en tener una «actitud antiestadounidense»).
Aún así, sin la sugerencia de Brouwer, nunca me hubiera sido posible engancharme intensamente con su libro, pues está escrito en un lenguaje inaccesible para mí.
La palabra Dios es para mí nada más que la expresión y producto de la debilidad humana; la Biblia, una colección de leyendas venerables, pero bastante primitivas.
No hay interpretación, sin importar cuán sutil, que pueda cambiar esto para mí.
Para mí la religión judía, como todas las demás religiones, es una encarnación de la superstición primitiva.
Y la gente judía, a la que orgullosamente pertenezco, y a los cuales tengo una profunda afinidad con lo que pienso, no tiene ninguna cualidad diferente para mí que todas las demás personas.
En lo que refiere a mi experiencia, tampoco son mejores que cualquier otro grupo humano, no obstante que están protegidos del peor de los cánceres por una falta de poder. De otra manera, no veo nada «elegido» en ellos.
En general, encuentro doloroso que tú digas tener una posición privilegiada e intentas defenderla con dos muros de orgullo, uno externo como hombre y uno interno como judío.
Como hombre tú declaras, por así decirlo, una dispensación de la causalidad que de otra manera sería aceptada, como judío el privilegio del monoteísmo.
Pero una limitada causalidad deja de ser cualquier tipo de causalidad, tal y como originalmente nuestro maravilloso Spinoza reconoció con toda claridad. Y las interpretaciones animistas de las religiones de la naturaleza en principio no son anuladas por la monopolización. Con todos estos muros solamente podemos atraer autoengaño, pero nuestros esfuerzos morales no se amplían con ellos. Si no al contrario.
Ahora, que abiertamente he hablado sobre nuestras diferencias en cuanto a convicciones intelectuales, es claro para mí que somos bastante cercanos en otras cosas esenciales, por ejemplo; en nuestras evaluaciones del comportamiento humano. Lo único que nos separa es el relleno intelectual o la «racionalización» en el lenguaje de Freud. Por eso creo que nos entenderíamos bien si habláramos sobre cosas concretas.
Con cariñosos agradecimientos y buenos deseos,
A. Einstein.