Niños que recuerdan vidas pasadas: Universidad de EEUU documenta más de 2.200 casos

26 mayo 2024 | 18:49

“¡El avión se estrelló en llamas! ¡El hombrecito no puede salir!”

No era la primera vez que James Leininger, de 2 años de edad, despertaba en su cama en medio de la noche gritando y sacudiéndose con violencia. Tampoco la primera en que, despreocupadamente, confiaba a sus padres información sobre la II Guerra Mundial que nadie sabía cómo había obtenido.

– Mi avión despegó desde un barco -le comentó a sus padres en agosto de 2000. Cuando le preguntaron al pequeño cómo se llamaba el barco, respondió sin titubeos: “Natoma”.

Y en efecto, el USS Natoma Bay fue uno de los portaaviones estadounidenses que participó de las operaciones en el Pacífico durante la gran guerra. Desde luego, podría haber escuchado este dato en la televisión, pero a medida que pasaban los días, también identificó su avión como un Corsair, a Jack Larsen como uno de los pilotos que lo acompañaba e incluso que su vida había acabado tras ser derribado por los japoneses.

Un día, el padre de James hojeaba un libro sobre la batalla de Iwo Jima, el inicio de la invasión estadounidense a la isla, que iba a regalar a su propio padre. El niño se acercó y luego de un momento apuntó la fotografía de una base aérea junto al monte Suribachi.

– Allí es donde derribaron mi avión.
– ¿Qué? -respondió el padre.
– A mi avión lo derribaron ahí, Papá.

Por más inverosímil que parezca, el caso de James Leininger no es único. Desde la década del 60, la División de Estudios de la Percepción (DOPS) del Departamento de Psiquiatría y Comportamiento Neurológico en la Universidad de Virginia, se ha dedicado a analizar y documentar más de 2.200 casos en todo el mundo, donde niños de entre 2 y 6 años que, en apariencia, pueden recordar o personificar vidas pasadas.

De ellos, dos tercios incluso logran apuntar a una persona fallecida como el origen de los supuestos recuerdos. En el caso de James Leininger, cuando se le pedía identificar al piloto, simplemente respondía “Yo” o “James”, y firmaba dibujos de aviones en llamas con el nombre de “James 3”, incluso cuando ya había cumplido 4 años de edad.

Dibujos de James Leininger

Todos estos datos permitieron a sus padres dar con el caso de James Jr. Huston, un piloto de 21 años que murió durante la batalla de Iwo Jima y que, para mayor sorpresa, había volado aviones Corsair, tenía un compañero llamado Jack Larsen, y despegaba desde el USS Natoma Bay.

Su caso fue publicado por el director del DOPS, el doctor Jim Tucker, quien tras descartar la posibilidad de un fraude, de que fueran recuerdos “imaginados” o implantados desde otras fuentes, lo describió como una de las evidencias más fuertes sobre la posibilidad de reencarnación demostrada por niños pequeños.

“En muchas formas, hago esto para dilucidarlo yo mismo. A cada caso debo aproximarme con una cierta apertura mental, pero también con una visión muy crítica: ¿Qué evidencia tenemos para esto? ¿Podemos explicarlo de otra forma?”, indicó el doctor Tucker al Washington Post.

El investigador explica que ya han registrado ciertos patrones comunes en todos los casos: repentinamente, los niños empiezan a describir lugares donde nunca han estado o personas a las que nunca han conocido, muchas veces usando palabras o frases que parecen adelantadas a su vocabulario. Algunos sufren pesadillas o problemas para dormir. La mayoría de ellos son muy habladores y comienzan a hacerlo antes que sus pares.

Finalmente, para cuando cumplen 7 u 8 años, todo recuerdo de vidas pasadas desaparece.

“¿Por qué tengo estas imágenes tan feas en mi corazón?”

Aija también tenía 2 años cuando comenzó a hablar de Nina.

Al principio sus padres pensaron que se trataba de una amiga imaginaria, pero comenzó a llamar la atención que los datos eran repetidos de forma consistente: Nina tocaba el piano, le gustaba bailar y le gustaba mucho el color rosa (que a Aija le desagradaba). Más aún, cuando la pequeña hablaba de Nina en primera persona, como “yo”, su comportamiento cambiaba. Su voz se hacía más dulce y aguda, y sus hábitos parecían más gentiles y formales que aquellos a los que su inquieta hija los tenía acostumbrados.

Un día, Aija se acercó a un piano y tocó la melodía de “Brilla Brilla, Estrellita” sin que nadie se la hubiera enseñado. “Nina me la enseñó”, aseguró.

Por desgracia, los recuerdos de Nina tenían también un lado muy oscuro. Aija comentaba que Nina tenía mucho temor de que “los hombres malos” fueran por ella, o de no tener nada qué comer. Un día, Marie, su madre, comenzó a usar la juguera en la cocina cuando Aija reaccionó con horror ante el ruido: “¡Saca ese tanque de aquí!”, le gritó.

Marie no sabía de dónde su hija de 2 años podía tener el concepto de un “tanque”.

Un día, en la primavera de 2021, Aija afirmaba estar jugando con Nina junto a unos muñecos, cuando la niña volteó hacia su madre y le dijo: “Nina tiene números en su brazo, y la ponen muy triste”.

Cuando su madre le pidió que repitiera lo que había dicho, esta apuntó a su propio antebrazo. “Nina tiene números en su brazo que la ponen triste. Nina extraña a su familia. Se llevaron a la familia de Nina”.

Marie sintió un escalofrío. No sólo porque aquellas palabras habían sido pronunciadas con un “r” muy marcada, que Aija aún tenía dificultades para pronunciar, sino por la expresión de su hija.

“Había algo como… un dolor tan profundo en ella. La expresión que tenía, era la de una persona mayor. ¿Tiene sentido lo que digo?”, preguntó.

Resulta difícil concebir la posibilidad de que una infante de corta edad pudiera tener recuerdos tan profundos sobre el Holocausto. Incluso la propia Aija parecía abrumada.

– Mamá, ¿por qué tengo estas imágenes tan feas en mi corazón?”– le dijo una vez.

Niños en el holocausto

“La buena noticia”, le dijo Tucker tras encontrarse a discutir el caso, “es que estas cosas siempre desaparecen y dentro de un año o dos comenzarás a escuchar cada vez menos sobre Nina. En la medida en que Aija se vea más involucrada en su propia vida, los recuerdos de Nina se irán, y la escuela suele ayudar mucho a que esto ocurra”.

Consultado sobre la posibilidad de que estas afirmaciones sean fruto de la imaginación de los niños, o derivado de las cosas que ven, la psicóloga de desarrollo infantil y directora del Barnard College Center para el Desarrollo de Infantes en Nueva York, Tovah Klein, asegura que es muy difícil.

“A los 2 ó 3 años los niños tienen muchos juegos basados en la fantasía, pero es poco probable que hagan afirmaciones basados en sus relaciones primarias. Decir “tú no eres mi mamá”, “quiero a mis otros padres” o “dónde estás mis hijos”, como es común en estos casos documentados, no es algo que esperaría escuchar de un niño pequeño y menos aún que lo repita de forma insistente”, afirma.

“No me suena a que estén confundidos. Suenan como afirmaciones reales, y los niños muy pequeños no suelen inventar este tipo de frases”, sentencia Klein.

Para muchos escépticos, la explicación es que este tipo de declaraciones o conocimientos son inculcados por los propios padres de los niños como “falsos recuerdos”, a veces con la esperanza de exhibirlos y ganar dinero. Sin embargo, Tucker difiere sobre esta motivación.

“A veces los niños son muy específicos, pero los padres no quieren indagar más sobre el tema. Esa es la parte frustrante, cuando comienzas lo que parece ser un caso en verdad prometedor, pero los padres no quieren seguir adelante”, indica.

Las razones para temer no son pocas.

“Tu hijo debería encontrar a Jesús”

Cyndi Hammond no supo cómo reaccionar cuando su pequeño hijo Ryan comenzó a despertar llorando durante las noches, y a contarle cosas cuyo origen no lograba comprender: que vivió en Hollywood en una gran casa blanca con una piscina. Que tenía 3 hijos y una hermana menor. Incluso, que conducía un auto verde y que su esposa conducía uno negro.

“Se sentía como si viviera con alguien con Alzheimer mezclado con duelo”, afirmaba la mujer.

Al principio, Cindy no quiso revelar la situación a su esposo, Kevin, quien al ser hijo de un pastor y oficial de policía, era de pensamiento más conservador. Se concentró en consolar a Ryan y apoyarlo en los inexplicables gustos que parecía estar desarrollando: coleccionar gafas de sol, vitrinear chaquetas formales o escuchar música de Bing Crosby.

Sin embargo, los recuerdos del niño se hicieron tan fuertes que acabó por contárselo a Kevin. Y aunque su esposo no creyó inicialmente en la posibilidad de la reencarnación, le aconsejó que tomara nota en detalle de cada cosa que su hijo dijera, como si se tratara de una investigación policial.

Un día, Ryan estaba mirando un libro antiguo sobre Hollywood cuando apuntó a una persona en una fotografía donde aparecían seis hombres. “¡Ese soy yo!”, le dijo a su madre.

La mujer escribió al doctor Tucker y en un trabajo conjunto con el equipo del programa “The Unexplained” de A&E, identificaron al hombre como Marty Martyn, un extra y agente de talentos que murió en 1964.

Cindy, Ryan, Tucker y un equipo de televisión viajaron hasta California, donde se reunieron con Marisa Martyn Rosenblatt, una hija de Marty Martyn que tenía apenas 8 años cuando él murió.

Inicialmente escéptica, Marisa confirmó muchas de las afirmaciones de Ryan, incluyendo algunas de las que ni siquiera ella estaba al tanto hasta el momento, como que su padre conducía un auto verde o que tenía una hermana menor. Más aún, Ryan había afirmado que Martyn había muerto a los 61 años aunque su certificado de defunción estipulaba 59 años. Tucker buscó registros del censo y de matrimonio y confirmó que la edad informada por el niño era la correcta.

Pero cuando el capítulo de “The Unexplained” salió al aire, la reacción de la comunidad no fue positiva.

“Kevin y yo éramos conocidos en la comunidad, pero eso no evitó que la gente comenzara a atacarnos. Nos decían que nuestro hijo debía encontrar a Jesús, que éramos malos padres o que lo estábamos explotando por dinero”, afirma.

“La gente no entiende esto a menos que lo hayan vivido. Todo se centraba en proteger a Ryan. No me interesa lo que los demás piensen de mí, yo sé la verdad y lo único que me importaba era que Ryan estuviera bien”, sentencia.

¿Pero cómo los recuerdos de una vida pasada pueden llegar hasta estos niños?

Según explica el doctor Tucker, en busca de una explicación, su colega, HHJ Keil, concibió la idea de los “grupos de pensamientos” o “charcos de pensamientos”, que serían emitidos cuando una persona muere.

“Aunque no son entidades vivientes, estas ‘nubes’ de información continuarían existiendo por algún tiempo vinculadas a algunos objetos o situaciones. Entonces podrían ser absorbidas por niños muy pequeños, quienes desarrollarían recuerdos de una aparente vida pasada”, explica en su trabajo documental.

“El caso de James (el niño con los recuerdos del piloto derribado en Iwo Jima) involucró una muerte traumática, lo que podría aumentar la posibilidad de liberar un charco de pensamientos. Si absorbió los recuerdos de Huston, podrían haber inducido las pesadillas y el juego post traumático”, continúa.

“Ahora, por qué James habría absorbido la información de Huston en vez de tantas otras personas que murieron en la guerra, no es algo para lo que tengamos una explicación”, concluye el académico.