El científico salvó a millones de personas de una inminente hambruna mundial, pero también fue el "padre de la guerra química" y cuando recibió el Nobel después de numerosas críticas, dijo que los gases tóxicos con los que trabajaba desarrollando armas, eran "una forma superior de matar”.
Los ganadores del Nobel han hecho historia y han significado grandes aportes para el mundo que perduran hasta hoy, pero hay algunos que guardan oscuras historias tras este importante galardón, como es el caso de Fritz Haber, el químico alemán que salvó a millones de personas de la hambruna, pero mató a miles en la guerra química.
El científico recibió el Nobel de Química en 1918, pero su premiación fue una ofensa para muchos, hubo científicos y académicos que se negaron a asistir a la ceremonia donde se premiaría a Haber porque si bien había hecho un excelente trabajo “salvando al mundo” del hambre, tenía una cara oscura que lo llevó a propiciar atrocidades durante la Primera Guerra Mundial.
Ha recibido títulos como “el científico sin escrúpulos”, “la cara y la cruz del Nobel” o “el que salvó a millones y mató a miles”, pero su trabajo en la química ayudó a manejar la sobrepoblación del planeta.
De hecho, se cree que sin sus aportes, el 40% de la población de hoy no existiría. Aquello fue suficiente para que La Academia decidiera premiarlo, pese a las críticas.
¿Qué hizo Fritz Haber?
Para entender la magnitud de sus aportes, hay que retroceder hasta el siglo XIX. Recordemos que por esa época, una de las problemáticas mundiales era la hambruna, puesto que la población crecía y los humanos no eran capaces de producir alimentos a una velocidad que calzara para alimentar a tanta gente.
Esto ocurría especialmente por la escasez de fertilizantes, que hacía la producción agrícola mucho más lenta de lo que es hoy. Para entonces, los métodos no eran suficientes.
El suelto se cultivaba durante un periodo, pero sus propiedades se agotaban poco a poco hasta que era inutilizable. Los agricultores tenían que esperar unos ciclos para volver a usarlo cuando se recuperara la fertilidad, y esto ralentizaba la producción.
En esa época también existían algunos fertilizantes naturales, como el abono, por ejemplo, de materia orgánica podrida y excrementos o el salitre. Pero faltaba un empuje, algo que solucionara el problema a largo plazo.
Haber, que nació en 1868 en Polonia, unas décadas antes de la Primera Guerra Mundial, creció en una sociedad que buscaba una solución para la falta de alimentos y después de especializarse en química física y electroquímica en el Instituto Tecnológico de Karlsruhe, se embarcó en ello.
Fue así como Fritz logró desarrollar un importante proceso que convirtió al gas nitrógeno de la atmósfera de la Tierra en la solución: la síntesis del amoniaco (NH3).
La solución a la hambruna mundial
De acuerdo con National Geographic, el hidrógeno es muy útil para las plantas, siempre y cuando estas tengan cómo absorberlo. De hecho, no sólo las plantas son beneficiadas con este gas, los humanos también.
“Casi el 80 % del aire que entra a los pulmones es nitrógeno, el elemento más abundante en la atmósfera, que es vital para la existencia porque, entre otras cosas, es un componente esencial de ácidos nucleicos y aminoácidos”, detalla el medio.
Los científicos saben que la vida orgánica básicamente es química reactiva, pero el nitrógeno en particular no interactúa con otros elementos, se considera inerte. Por ejemplo, cuando lo respiramos vuelve salir de nuestros pulmones sin producir ningún efecto más que diluir el oxígeno.
“Para resultar útil debe adoptar otras formas más reactivas como el amoniaco y son las bacterias las que hacen ese trabajo para nosotros, fijándolo y transformándolo en nitratos para que pueda ser absorbido por las plantas en uno de los ciclos fundamentales para el mantenimiento de la vida“, dice NatGeo. Fue precisamente esto lo que hizo Fritz Haber.
En alianza con el científico Carl Bosch, desarrollaron el proceso “Haber-Bosch” en 1907, con el que se sintetiza y fabrica amoníaco a partir del nitrógeno e hidrógeno de la atmósfera, por eso se dice que Haber “hizo pan del aire”.
Esto permitió generar fertilizantes en grandes cantidades y evitó la inminente hambruna mundial, que se pronosticaba sería como nunca antes vista. Según la revista científica Smithsonian, este proceso fue “probablemente la innovación tecnológica más importante del siglo XX, porque sostiene la base alimentaria para el equivalente de la mitad de la población mundial actual”.
El avance, que perdura hasta hoy, les valió a Haber y Bosch un Nobel de Química. Pero de él también surgieron explosivos y materias primas químicas, que propiciaron la otra parte de la historia.
La otra cara de Fritz Haber
Después del inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914 y ya con fama de gran químico, Fritz Haber se convirtió en consultor de la Oficina de Guerra Alemana. Allí se adentró los misterios de los gases de cloro para su uso en los campos de batalla.
Los gases de cloro, también llamados “gases de la muerte”, en ese entonces estaban prohibidos en conflictos bélicos por La Haya y continúan estándolo hasta hoy, pero Fritz hizo un llamado a considerarlos en las guerras, para debilitar a las tropas enemigas y pensando en la escasez de armas de Alemania, que estaba siendo debilitada por Reino Unido y Francia.
Los historiadores dicen que, pese a la crisis por pérdidas de Alemania, a Haber le costó encontrar comandantes que estuvieran dispuestos a probar las primeras armas químicas de la historia. De hecho, algunos cabecillas de las fuerzas militares decían que este método era “descortés”.
La biógrafa Margit Szolosi-Janze, según recoge el medio Unilad, escribió en su libro que Haber dijo: “Si quieres ganar la guerra, por favor, libra la guerra química con convicción“, una de sus más polémicas frases.
Finalmente, en 1915 el químico consiguió dirigir las primeras líneas para realizar pruebas con gas letal, para salvar a las tropas alemanas. Así comenzó el primer ataque químico en la historia, que dejó 5.000 muertos y 15.000 heridos.
Esto no hizo más que impulsar el desarrollo de armas químicas, Fritz fundó el Instituto Haber donde contrató a 1.500 trabajadores para trabajar en ello y allí figuraban unos 150 científicos.
Con tantas mentes en ello, el criticado Nobel de Química comenzó a entender mejor las complejidades del cloro y decidió probar otros gases más tóxicos, como el fosgeno y difosgeno, con el que se crearon proyectiles de largo alcance.
“En los laboratorios de Haber también se gestó el empleo de los primeros gases venenosos, entre ellos el gas mostaza, que tan funestas consecuencias ocasionó en el campo de batalla”, recoge NatGeo.
De estos macabros hitos, con los que se experimentó a tajo y destajo en esa época, llegaron las máscaras de gas, pero incluso los científicos partidarios de Haber se las ingeniaron para desarrollar gases que inducieran vómitos y estornudos, para que los soldados se quitaran las máscaras y sufrieran los fectos de los venenos.
El 22 de abril, pero de 1915.
Nacía la Guerra Química. Por 1ª vez en la historia, durante la II batalla de Ypres (Bélgica) en la I GM, el ejército alemán usó gas de guerra (gas cloro asfixiante) causando 20.000 bajas a los aliados. Desde ese momento se luchó con máscaras de gas. pic.twitter.com/bfaQVaD4OM
— RelatandoHistoria (@relatandohisto1) April 22, 2020
“Se ha estimado que el número de bajas durante la Primera Guerra Mundial por el uso de armas químicas fue de 1.300.000, de las que unas 91.000 fueron mortales (un 80% por fosgeno)”, recoge el medio citado. Además, incluso hubo bajas en las tropas alemanas a causa de sus propias armas, se contabilizan unas 200.000 y 9.000 fueron letales.
Después de estas buenas y malas hazañas, los historiadores consideran a Fritz Haber como una “paradoja de la ciencia” y terminó siendo recordado como el que salvó a millones, pero mató a miles.
Esto último, no lo intimidó. De hecho, en su discurso de la entrega del Nobel, mencionó que: “En ninguna guerra venidera, los militares podrán ignorar los gases tóxicos. Son una forma superior de matar“.