Sus pequeñas dimensiones no son impedimento para que se distribuyan por todo el planeta. Forman parte del zooplancton en ambientes marinos y dulceacuícolas, además de cumplir un rol fundamental en la cadena alimentaria e indicar cambios ambientales. Nos referimos a los copépodos, un grupo de crustáceos que habita en casi todos los ecosistemas acuáticos y que han acaparado la atención de investigadores chilenos.
Por ello, a través del Ministerio del Medio Ambiente se publicaron los registros de 14 especies de copépodos del género Boeckella que viven en la Patagonia chilena y argentina, en las islas subantárticas y en la Antártica. El trabajo fue elaborado por científicos del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), Universidad de Chile, Universidad de Magallanes, Costa Humboldt y del British Antarctic Survey (Reino Unido), con el fin de facilitar la investigación y democratizar el acceso a datos sobre la poco explorada biodiversidad de agua dulce.
“La fauna antártica terrestre o dulceacuícola es muy escasa y reducida en comparación con la biodiversidad marina, ya que no existen mamíferos, anfibios o reptiles y solo hay una especie de ave. Además, muchos creen que todo el continente está congelado, pero posee la mayor diversidad de sistemas de agua líquida, como fiordos, lagos, entre otros, en los cuales habitan los copépodos” señala Claudia Maturana, científica del Instituto de Ecología y Biodiversidad, quien recibe apoyo de CONICYT y del Instituto Antártico Chileno para su investigación.
Si bien los lagos magallánicos y antárticos suelen ser oligotróficos, es decir, tienen pocos nutrientes, también se diferencian entre sí.
Mientras en la Patagonia existe mayor riqueza de especies de Boeckella, en el continente blanco solo se encuentra Boeckella poppei. Fue precisamente esta última especie la que despertó el interés de los científicos por ser el único invertebrado presente en los lagos de la Antártica continental, Península Antártica y de las islas subantárticas.
“Si bien en el continente blanco existen otros copépodos de agua dulce, Boeckella poppei es el único crustáceo que tiene una presencia tan amplia en este territorio“, explica Maturana, quien expuso hace unos días parte de este trabajo en el Museo de Historia Natural de Londres.
Dentro de las principales características de estos animales se encuentra su alta resistencia y adaptabilidad. Para hacerse una idea, este artrópodo posee una intensa coloración roja que lo protege de la radiación UV, y habita en lagos extensos y profundos que conectan con aguas marinas, o en ecosistemas más pequeños y someros que se nutren del derretimiento de los hielos, sometiéndose a temperaturas menores a los 5°C, e inclusive bajo los 0°C.
“Este animal puede permanecer en estado de huevo por muchos años, como si hibernara, para sobrevivir a condiciones extremas. En invierno, por ejemplo, los lagos en la Antártica se congelan, entonces para subsistir puede irse a las profundidades o bajar su nivel de metabolismo.”
La investigadora del IEB agrega: “En el año 2012, un equipo de científicos chinos analizó sedimentos de una laguna cercana a su base antártica y detectaron huevos viables de Boeckella poppei, los cuales tenían 100 años y podían eclosionar en cualquier momento.”
¿Arrastrados por la industria ballenera?
Actualmente, una de las grandes interrogantes es cómo Boeckella poppei se convirtió en uno de los pocos representantes de la fauna terrestre y de agua dulce de la Antártica.
“No existe certeza sobre lo que sucedió cuando el continente atravesó la última gran glaciación hace más de 20 mil años. Mientras algunos apuntan a que se extinguió todo, otros piensan que algunas especies sobrevivieron con la ayuda de refugios”, relata Maturana.
Considerando su extensa distribución en Antártica, el Boeckella poppei constituye un modelo para poner a prueba las dos hipótesis anteriores.
La gran interrogante es si este copépodo colonizó el continente más austral de la Tierra desde la Patagonia o islas subantárticas, o si logró sobrevivir al refugiarse en lugares aislados durante los periodos glaciales y cambios climáticos acaecidos durante milenios.
Si bien existe una conexión entre las poblaciones de Boeckella poppei de la Antártica y Patagonia, esta no sería muy reciente ya que superaría los 20.000 años. De todas maneras, aún no se ha esclarecido cómo se desplazan estos organismos. Algunas de las posibles explicaciones sugieren que las aves marinas que viajan entre ambos continentes pudieron convertirse en vectores al trasladar a estos crustáceos.
Otro posible mecanismo provendría al apogeo de la industria ballenera en el siglo XIX. La tripulación de los buques extraía agua dulce de las lagunas antárticas, la cual era guardada en barriles para su consumo y otros usos. Por lo tanto, al transportar o vaciar los recipientes con líquido, los cazadores de cetáceos pudieron mover a los copépodos a lugares donde no se encontraban antes.
Sin embargo, ninguna de estas teorías ha sido comprobada.
“Las poblaciones de copépodos antárticos permanecen muy prístinas y poco intervenidas. No hemos detectado un grado mayor de impacto humano”, puntualiza la científica.
Pese a sus evidentes atributos de “super-crustáceo”, no se tiene una idea clara de cuáles son los mecanismos de diferenciación y adaptación a los distintos ecosistemas en los que habita. Un ejemplo de ello es que algunos individuos han experimentado una reducción de su tamaño corporal y de la fecundidad de las hembras, en respuesta a una menor disponibilidad de recursos en el continente antártico.
“Si bien se ha estudiado el rol de estos animales como centinelas del cambio climático o por ser indicadores de la calidad del agua, la investigación sobre los patrones evolutivos que ha tenido la fauna dulceacuícola ha sido muy poco explorada. Por eso es importante generar y facilitar información desde Chile para conocer más sobre la biodiversidad de agua dulce en altas latitudes”, sentencia Maturana.