Los antiguos pueblos de Sudamérica, observaron el cielo más allá de lo que brillaba y, además de estrellas, se fijaron también en la ausencia de estas. Manchas negras en la Vía Láctea llamaron su atención y las nombraron “constelaciones oscuras”.
La observación de las constelaciones oscuras viene de la cultura Inca, en el Perú prehispánico, pero traspasó fronteras y terminó llegando a los pueblos originarios del norte de Chile.
En la cultura Andina, se les dio significado según cada contexto, pero un factor común fue convertirlas en parte central de su cosmovisión y atribuirles sus esperanzas, temores, objetos y seres vivos con los cuales ellos interactuaban.
Por ejemplo, los Licán Antai (atacameños) les dieron nombres de animales. Una de las manchas negras más emblemáticas y fáciles de ubicar está junto a la constelación Cruz del Sur, a la cual llamaron “La Perdiz”, como el pájaro. Sin embargo, hoy casi no es posible verla.
Eduardo Unda-Sanzana, director del Centro de Astronomía de la Universidad de Antofagasta, conversó con BiobioChile en el Observatorio Paranal de ESO, sobre estas constelaciones, y advirtió que son un patrimonio que está desapareciendo a raíz de la contaminación lumínica.
“La Perdiz es algo que desde el cielo muy oscuro, como el que tienes por ejemplo en el Paranal (en el desierto de Atacama), tú puedes observar junto a la Cruz del Sur en las noches. Pero si tú estás en una ciudad y tratas de hacer esa observación, vas a ver la Cruz del Sur y al lado te va a parecer que no está ocurriendo nada especial. Es una constelación que definitivamente tú pierdes en ese tipo de cielo”, explica.
“Las constelaciones oscuras son mucho más tenues, de manera que notar su presencia, que es una mancha en el cielo sin estrellas, se vuelve imposible en la presencia de contaminación lumínica, de manera que es un patrimonio con el cual pierdes completamente la conexión”, enfatizó.
Esta pérdida, dice el astrónomo, “amenaza a las culturas del hemisferio sur del planeta, que es donde principalmente se han desarrollado estas observaciones de constelaciones oscuras, pero especialmente a los pueblos originarios del norte de nuestro país, de manera que la contaminación lumínica tiene efectos diferenciados y debiera preocuparnos especialmente para proteger nuestro patrimonio cultural”.
Las constelaciones oscuras en la ciencia
Los astrónomos observan las constelaciones oscuras con ojos curiosos, porque si bien llevan un significado más simbólico, en realidad también tienen cabida en la astronomía, aun cuando no son tan estudiadas como las constelaciones brillantes.
De hecho, son un desafío. El cielo está lleno de estrellas y cuando presenciamos la “ausencia” de estas, no necesariamente significa que no estén allí. Posiblemente, su visión está obstruida por enormes y densas nubes de gas y polvo que flotan en el espacio.
“Hemos tenido que desarrollar técnicas para poder ver a través de las constelaciones oscuras”, puntualiza Eduardo. “Normalmente, lo que tenemos que hacer es encontrar alguna banda del espectro electromagnético en la cual ese polvo sea transparente. Y haciendo observación en esa banda del espectro, entonces finalmente sí podemos ver lo que hay detrás”, añade.
En la literatura científica no figuran como las veían los Licán Atai, pero sí están presentes en los catastros de la Vía Láctea como manchas negras entre las al menos 100 mil millones de estrellas que la componen.
¿Podemos verlas?
Las constelaciones oscuras siguen allí, el problema es la luz que impide ubicarlas en el cielo, pero no se conocería sobre ellas si no fuera por historiadores que las registraron brevemente, así como la tradición oral.
“Buena parte de esto se ha mantenido gracias a la tradición oral, algunos historiadores y naturalistas que llegaron a la región en el siglo XIX. Ellos interactuaban con la gente y rescataban algunas palabras, algunas cosas que tenían que ver con la descripción del cielo”, señala el astrónomo.
“Pero hay quienes también dicen que lejos de mirar a la cultura de los pueblos originarios como algo del pasado, como algo que está en el museo, es algo que todavía está vivo y sigue en desarrollo. De manera que a través de la tradición oral, de lo que en las familias se discute, como recuerdo de los abuelos y se transmite hacia los hijos y nietos, es algo que se está comentando: cuáles son y cómo reconocerlas”, agrega.
Reconocerlas igualmente es un desafío. Eduardo dice que, desde un lugar con condiciones como las del desierto de Atacama o zonas rurales con poca luz, es posible verlas. Pero lo difícil está en saber dónde.
“La Vía Láctea, que es nuestra galaxia, tú la ves desde la superficie de la Tierra como una banda de estrellas, pero que no es una banda homogénea, no es una especie de cinta blanca de igual brillo en el cielo, sino que tiene irregularidades. Y esas irregularidades donde tú dices que parece que ahí no hubiera nada, como que hubiera una mancha en medio de la Vía Láctea, esas son las constelaciones oscuras”, señala.
“Entonces, el desafío de ahí es saber qué animal es. Muchas veces el animal no es tan figurativo como quisiéramos, pero cuando te empiezan a guiar un poco la observación, dices, oye, en realidad ahí está el ojo de la llama, ahí está la llamita que está amamantando”, concluye.