Da la impresión de que nadie se impresionó mucho con la humillante destitución de don Pedro Castillo, ese mestizo bajito y más bien flaco, profesor de una escuelita de provincia, que, inesperadamente, y por poquitos votos, había llegado a ser Presidente de la República del Perú.
En la primera vuelta electoral, sólo obtuvo un 18.92% de los votos, apenas lo suficiente para pasar a segunda vuelta, enfrentándose a la candidata Keiko Fujimori. Una candidata tan temible que sus adversarios, incluso muchos de la derecha, optaron por votar por él.
Aun así, sólo alcanzó el 50,13% de los votos. Es decir, una parte grande de sus votos no era “pro Castillo” sino “anti Fujimori”. Desde el primer momento, Pedro Castillo careció del respaldo político más elemental. Sólo contaba con un buen desempeño en la lucha sindical como defensor de los profesores, sin llegar a vincularse realmente con los partidos y movimientos de la izquierda o de la centro-izquierda, lo que obviamente lo llevó a tranzar caóticamente con gente de todo el espectro político peruano, incluyendo a algunos de la ultraderecha.