La libertad de opinión, la libertad de expresión y la libertad de información, son una misma libertad, que constituye la columna vertebral de todas las demás libertades esenciales de la persona humana.

Además, esa libertad de expresión y de conciencia es también la única y esencial garantía de avance del pensamiento humano. De evolución y progreso social y cultural. Es la herramienta básica del derecho humano a buscar, explorar y encontrar, adentrándose en el futuro.

Eso lo comprendió el ser humano ya en los albores de la civilización. Y sin embargo, también desde los albores de la civilización, los poderosos y sus organizaciones han hecho lo posible por destruir esa libertad.

Lo hicieron 399 años antes de que naciera Jesucristo, cuando en Atenas mataron al filósofo Sócrates, el primer mártir conocido de la libertad de pensamiento.

Y todavía hoy, dos mil 400 años después de Sócrates, las noticias nos hablan de condenas e incluso de asesinatos de escritores y periodistas. De peticiones de presidio contra quienes revelan hechos verdaderos pero que “atentan contra la honorabilidad” de algún político, o contra la seguridad de la Nación.

Incluso en Estados Unidos y Gran Bretaña, países que fueron adalides de la libertad de conciencia y opinión, ahora las nuevas leyes antiterroristas amenazan la confidencialidad de las informaciones y ponen a los informantes a merced de los que quieren ocultar la verdad.

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