Christian Leal | BBCL

La extranjera que me enseñó a apreciar mi patria

18 septiembre 2020 | 12:38

Nunca me he sentido muy “chileno”.

Dado el caso, prefiero identificarme como “penquista”, en parte por el chovinismo crónico que padecemos quienes nacimos a orillas del Bío Bío, y en parte por los muchos vicios que caracterizan a nuestro pueblo; que van desde la deshonestidad al arribismo, y de la procrastinación al cinismo, pasando por la peor de todas: la hipocresía. Esa capacidad tan chilena para fingir aprecio por otros, sólo para descuerarlos sin remordimientos a sus espaldas.

Como bien dijo Chavelo en Taxi para tres, “es la raza la mala”.

De ahí que para mí las Fiestas Patrias nunca hayan pasado de ser una excusa para comerme un par de empanadas y estamos. Para mayor afrenta al orgullo nacional, ni siquiera me gustan los asados y asumámoslo: la cueca es horriblemente monotemática.

No es de extrañar entonces que este año, con mayor motivo, ni siquiera me interesara en decorar nuestro departamento o improvisar alguna celebración… hasta que vi a mi esposa.

Desde que llegó a Chile hace 5 años, Paola quedó asombrada por la pasión (eufemismo para desenfreno) con que los chilenos celebramos nuestras Fiestas Patrias. Siempre resalta que en El Salvador, que celebró las suyas pocos días antes, se hace un desfile, una ceremonia y ya, todos a casa. Acá, quedó deslumbrada por el ambiente festivo de la semana, que va, ¡de todo el mes! Treinta días en que la gente se prepara y, quizá lo más raro de ver en nuestra sociedad, por una vez en el año dejamos de fruncir el ceño y responder con gruñidos para, genuinamente, alegrarnos.

Paola fue la primera en reprocharme: “Ustedes los chilenos no saben lo que tienen”. Cual Beverly Ricos de Latinoamérica, el dinero sin educación nos hundió rápidamente en las mieles del consumismo en cuotas, y presas del estrés para salir a flote, vivimos presas de la eterna amargura… salvo en Fiestas Patrias.

Por eso, este año mi mujer trató de conseguir como pudo algunas decoraciones -ya que Concepción está en cuarentena- pero fue imposible. Ni los supermercados tenían.

El miércoles la noté afectada. Siendo inmigrante de una comunidad pequeña, se había identificado rápidamente a la algarabía local. Quizá porque le recordaba el espíritu de las celebraciones populares de su país. Quizá, porque le encanta nuestra comida típica (sobre todo lo barato del buen vino). Quizá, porque como en Fiesta de Serrat, es el único momento en que “el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano, sin importarles la facha”.

Así que no se rindió. Hurgó en los rincones del departamento hasta hallar una bandera chilena hecha en China, humilde, plástica y raída que compramos alguna vez en la calle, y la fijó como pudo en la terraza del departamento.

Con su flácido mástil de PVC, la bandera luce deprimida, como está nuestro país. Pero pese a las ráfagas del viento de septiembre sigue flameando, porfiada, resiliente. Porque si algo bueno hay que reconocer a nuestra gente, es que desastre tras desastre, terremoto o inundación; incendio, volcán o pandemia, siempre logramos sobreponernos.

Aún somos niños pequeños aprendiendo a andar en bicicleta, cayéndonos hasta rasgarnos las rodillas, secándonos lágrimas y mocos con las mangas mugrientas, pero poniéndonos de pie para seguir pedaleando.

Y eso, vino a enseñármelo una mujer que ya ha hecho de nuestro país, su tierra.

“Aún hay patria, ciudadanos”.

Christian Leal
Director BioBioChile