Una de las actitudes más erradas que se generan en la actividad política es la de sentirse dueño de la verdad absoluta, es decir, el ciego dogmatismo de pensar que la formación política de la que se forma parte no se equivoca nunca, que la guía una práctica infalible y que la propia acción personal está libre del error.
Así, el dogmatismo conduce a una mirada falseada, distorsionada de la realidad que ve sólo aquello que se quiere ver y se ignora todo aquello que se quiere ignorar. Los demás se pueden equivocar, el dogmático nunca, ya que propaga y difunde una verdad mistificada que en su condición de iluminado debe llevar a los que no la conocen, a los ignorantes o a los incrédulos.
Por eso, el dogmático camina muy cerca y se mimetiza con el mesiánico, se siente con la superioridad moral de quien estima que su verdad es absoluta. En su caso, los hechos objetivos no interesan, si la representación ideológica de la realidad se estrella estérilmente contra los hechos objetivos, entonces mala suerte para la realidad.
Es lo sucedido al dirigente comunista Daniel Jadue, quien debió retractarse por la polémica acerca de la situación en Venezuela y la responsabilidad del gobierno de Nicolás Maduro en el ámbito de los Derechos Humanos, tema que está en el centro del debate luego del Informe de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet.
Resulta tan enceguecedor el velo dogmático que Daniel Jadue se evadió enteramente del tema de fondo del Informe, es decir, la aberrante violación de los Derechos Humanos bajo el régimen de Maduro, y pasó directamente a la descalificación del gobierno de Bachelet, en cuyo bloque político, entonces llamado Nueva Mayoría, su propio Partido tuvo activa participación.
Su ideologizada visión de la dictadura en Venezuela le hizo ir demasiado lejos, al omitir su aberrante conducta dictatorial se puso en relación a la situación nacional en contra de la posición de su propio Partido, confirmando que el dogmatismo conduce, inevitablemente, a severos errores en la apreciación política de la realidad.
En definitiva, en el siglo XXI, ya no se puede andar con rodeos o eludir el desafío de la democracia como principio rector de la conducta estratégica de una fuerza política y no sólo como cuestión de la contingencia. Esta afirmación está confirmada por los hechos, como lo fue el colapso de la ex Unión Soviética, pero se vuelve a olvidar.
A pesar que las debilidades y carencias del régimen democrático alejan y desalientan a sectores significativos de la sociedad civil, que llegan incluso a respaldar opciones autoritarias de derecha como lo fue Jair Bolsonaro en Brasil (y ahora vuelve a ocurrir en Alemania), aún así no se desmiente la lucha y la experiencia de la izquierda, iniciada en Chile hace ya mucho más de un siglo en el Partido Demócrata y luego en el Partido Obrero Socialista, por Luis Emilio Recabarren, que indican la ruta de la justicia social avanzando por y a través de la democracia.
A la postre, la instauración de un régimen autocrático o autoritario de izquierda, como el estalinismo y la etapa de “estancamiento” posterior, en definitiva, la ausencia de democracia no hizo más que crear las condiciones para una imposición ruda y acelerada del capitalismo salvaje, bajo Boris Yeltsin, en Rusia, en los años 90.
El afán de reformas democratizadoras resultó tardío, conocidas como la perestroika, impulsadas por Mijail Gorbachov, desde el liderazgo soviético en la década de los 80, no lograron consolidarse ni prosperar, el sistema de orden y mando, llamado “socialismo real”, no asimiló la rectificación y se desplomó.
La teoría de la infalibilidad del Partido único, como depositario único y excluyente de la verdad, negó e impidió cualquier posibilidad de crear una institucionalidad democrática sólida, integradora y garante de los avances y Derechos conquistados, en un país que recién dejaba atrás siglos de oscurantismo zarista.
Al suprimir la crítica y prohibir cualquier fuerza alternativa al interior del sistema estatal del autoritarismo comunista, se determinó ya antes del colapso de ese régimen político que no hubiera ninguna fuerza social y política capaz de bloquear el camino de la restauración oligárquico-capitalista, con un costo invaluable, que desgarró dolorosamente a Rusia, como denunció al mundo, el Premio Nobel, Alexander Solzhenitsyn.
Así como Hitler atomizó el movimiento obrero alemán, Stalin demolió la sociedad civil revolucionaria en Rusia. En ambos casos, no hubo un actor político y social capaz de hacer frente a la feroz regresión que vivieron esos enormes países. Con posterioridad a lo sucedido el costo histórico ha sido inconmensurable.
Sin democracia no hay socialismo. Hay que meterse esa conclusión en la cabeza. La fuerza de esa convicción no se puede opacar ni disminuir. Por eso, no se debe aceptar la implantación de una dictadura, aunque se haga llamar “de izquierda”. Los males de la democracia se sanan con más democracia.
Camilo Escalona Medina
Ex Presidente del Senado