Una de las “nuevas formas” de hacer política es declararse diputado o vocero evangélico y lanzar ataques groseros y maledicentes, amparándose en que esas afirmaciones procaces se originan en la supuesta religiosidad de quienes las formulan.
Sin embargo, el acto de fe se desvanece al corto andar y surge una clara intromisión de ultraderecha en los voceadores de insultos y reproches. Así, con un irrefrenable proselitismo en la exteriorización de sus creencias, sus adherentes vitorean a los voceros de la derecha integrista, en cambio a los representantes de los valores laicos y republicanos los insultan.
Esta escalada proselitista ocurrió también en Brasil, a favor de Bolsonaro, con un impacto electoral inocultable que indica que a la ultraderecha la religión y la fe es lo que menos importa y que su objetivo es sacar ilegítimas ventajas, acorde a la falta de escrúpulos de quienes recurren a cualquier medio para manipular la voluntad popular en época de elecciones.
A este “fenómeno” de extremismo religioso integrista la derecha ultramontana de origen católico se ha incorporado sin pudor, aplaudiendo estas nuevas expresiones de rabiosas intolerancias. Hay momentos en que las admoniciones de estos predicadores parece inocente, pero pronto denotan que intentan ser los nuevos inquisidores, cegados por un conservadurismo ancestral, como aquellos que les precedieron hace siglos. Quieren imponer su credo ejerciendo una inusitada violencia moral, que les exige descalificar a quien piensa diferente.
Alimentando este fenómeno, se ha formado un grupo de parlamentarios, muy “devotos” y muy de derecha, que se enfervorizan en los templos, poseídos de intolerancia y fanatismo, estos neotalibanes, retransmiten esas iracundas imprecaciones con una actitud de entrega total al extremismo integrista que no corresponde.
El respeto a la fe de cada persona, o el derecho de no ser creyente, es un ejercicio inalienable de la libertad de conciencia de cada ser humano, que no puede verse alterado o amenazado por ningún tipo de clericalismo o integrismo religioso.
Además, en estas ceremonias se ha registrado un hecho muy singular, el rol de los guardias de seguridad; incluso el caso de un simbólico predicador que circula en el templo rodeado de escoltas que, fieles a la elevada tarea de protección que se les ha entregado, han procedido a reprimir con dureza a los reporteros que preguntaron por las cuentas pendientes con la justicia que, se ha informado, mantiene el exponente clerical protegido con tanto celo.
Se nota que existen “honorables” muy lejos del amor a la verdad y al prójimo que señala el Evangelio, ya que cubiertos de una densa y espesa nube de amnesia y de apetitos de corto plazo, abandonan un principio legal y constitucional básico que juraron al asumir la función parlamentaria, la separación de la Iglesia del Estado, como norma esencial de un Estado de Derecho democrático.
Renunciando a su dignidad se desdoblan y adquieren una doble personalidad, un rato hacen de prosélitos clericales y momentos después son políticos extremistas de ultraderecha que pretenden se haga lo que el agitador exige desde su muy particular predica en el púlpito, intentan que el dogma domine a la razón. En la historia de Chile, no hay una pretensión tan retorcida como esa.
En ese oportunismo y esencial incoherencia hablan como genuinos practicantes de la ira y la intolerancia y luego se presentan como exponentes del diálogo, agravian a los demás, pero se ofrecen como impolutas palomas de paz. Ahora, en el mundo popular ante este tipo de conducta incoherente, dicen “es lo que hay”.
Queda claro, hay mucho que hacer aún para robustecer un Estado laico, sólido y eficiente, que de plenas garantías de respeto a todas las creencias e ideologías, credos y corrientes de pensamiento, de modo de asegurar paz y seguridad en Chile.
Camilo Escalona Medina
Ex Presidente del Senado
Vicepresidente del Partido Socialista de Chile