Luego del descontento social que llevó a miles de personas a manifestarse hacia fines de 2019, nada nos permitía, hasta ese entonces, imaginar lo que meses después se transformaría en un escenario sin precedentes a escala mundial: una pandemia azotaría cada rincón del planeta, sin distinción, sin excepción.
Tampoco imaginábamos el alcance que esto significaría para nuestras vidas, ni las consecuencias que el confinamiento dejaría a nivel socioemocional en nuestra sociedad.
Uno de los sectores más afectados por la pandemia ha sido sin duda el de la educación; tanto los estudiantes que ingresaban por primera vez al sistema escolar, como quienes volvían luego de las vacaciones a reencontrarse con sus compañeros de clase, vieron truncados los planes de comenzar con buen pie el año académico 2020.
La misma suerte corrieron los estudiantes de educación superior quienes, apenas comenzando con sus actividades académicas, debieron enfrentar prácticamente sin herramientas la cuarentena, lo que en muchos casos significó aplazar hitos de vital importancia para su desarrollo como futuros profesionales.
Ante este escenario, los profesores de todo Chile debimos replantearnos rápidamente cómo afrontar esta ola de incertidumbre para permanecer a flote. Así, de a poco nos empezamos a familiarizar con las clases online y las herramientas tecnológicas que servirían de apoyo para un buen desarrollo de estas, en un constante proceso de ensayo y error, al menos durante el primer año de la pandemia.
Al respecto, un estudio del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile constató que un 73% de los profesores chilenos aprendieron estrategias metodológicas nuevas como resultado del contexto digital al que nos vimos enfrentados producto del COVID-19.
El 2021 no estuvo exento de complejidades: la modalidad de clases online pasó a una modalidad híbrida, en donde nuevamente tanto estudiantes como profesores tuvimos que sortear obstáculos para poder finalizar el año escolar de la mejor manera posible, tanto a nivel académico como emocional, con especial foco en la contención a nuestros estudiantes y sus familias.
Así, un estudio realizado por el Programa de Acompañamiento Comunitario del Centro de Salud Mental en Comunidades Educativas, a cargo de la Escuela de Psicología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC), evidenció que a inicios del año escolar 2021, tanto profesores como apoderados de 54 colegios de comunas vulnerables ya mostraban claros signos de falta de ánimo, angustia constante, sentimientos de tristeza e incluso cambios en patrones alimentarios como consecuencia directa de la cuarentena y las clases en modalidad remota. A fines del 2021, la sociedad ya estaba cansada y la motivación era difícil de encontrar.
Así, llegamos al 2022, el año en el que finalmente nos volvemos a reencontrar con nuestros estudiantes después de 2 años llenos de altos y bajos, y con un doble desafío por delante: cómo afrontar las necesidades educativas de nuestros estudiantes y cómo enfrentar los vacíos socioemocionales que dejó el confinamiento en la sociedad.
Con esta responsabilidad por delante, el 2 de marzo la totalidad de los establecimientos educacionales de todo el país volvieron a abrir las puertas de sus salas de clase, empezando así oficialmente el año académico 2022, según lo informara el Ministerio de Educación.
El regreso a la presencialidad ha sido, sin lugar a duda, difícil tanto para estudiantes como para padres y apoderados, y también para los profesores, quienes debemos mantener a flote un bote lleno de estudiantes, a la vez que lidiamos con inseguridades tanto personales como profesionales.
En materia socioemocional, durante mucho tiempo (incluso mucho antes del COVID-19), los profesores han experimentado niveles de estrés que han perdurado en el tiempo, lo que muchas veces ha significado un agotamiento extremo, conocido también como síndrome de burnout.
La naturaleza de la profesión docente es desafiante y compleja: debemos velar por las necesidades educativas de un promedio de 35 alumnos por sala de clases, además del trabajo que supone realizar nuestras clases (planificación, corrección, adaptación de material, entre otros).
Si bien es cierto que el constante estrés, el burnout y el equilibrio entre la vida laboral y personal son preocupaciones universales y no exclusivas de la profesión docente, el “factor pandemia” y la vuelta a la presencialidad ha dificultado aún más la posibilidad de un punto de encuentro entre bienestar emocional y vida laboral para nuestros profesores.
Recientemente, en 2021, un estudio publicado por la Alberta Teachers’ Association (Canadá) reveló que un tercio de los profesores encuestados admitieron que no estaban seguros respecto a volver al aula el próximo año escolar. Asimismo, en el contexto de Estados Unidos, una encuesta reciente realizada por RAND Corporation mostró un aumento notable (casi el 50 %) en la proporción de profesores que admitieron que podrían dejar la profesión al final del año escolar actual, en comparación con los resultados de la encuesta previa a la pandemia.
En Chile, a mediados del 2021, estudios realizados por Elige Educar evidenciaron que un 77% de los profesores afirmaba estar “estresado” o “muy estresado” debido a la alta carga laboral producto de las clases en línea. Cabe preguntarse si los estudios actualmente en curso develarán resultados más alentadores en relación al bienestar socioemocional del profesorado chileno este 2022.
Tener acceso a una educación de calidad es el deseo de todos quienes habitan nuestro país; sin embargo, para que esto suceda debemos, como sociedad, resignificar el quehacer docente y brindarles a nuestros profesores y profesoras las herramientas necesarias para su desarrollo profesional y personal.
Hoy más que nunca se hace necesario otorgarles a los docentes espacios donde puedan aprender y desarrollar estrategias de autocuidado para afrontar de manera adecuada el desgaste mental, emocional y físico que ha surgido producto de la pandemia, y que afecta a los actores de una carrera docente que ya experimentaba un agotamiento extremo de larga data.