Resulta trascendental en la vida “darle sentido” a todo aquello que emprendemos, tanto en nuestra existencia personal como proyectándolo hacia el quehacer de toda entidad, organización o empresa, como una manera de alcanzar con eficiencia aquello que nos propongamos. Pero no sólo en ello, sino al mismo tiempo en adicionarle valor a toda actividad, con conciencia plena de lo que implica una verdadera entrega para alcanzar metas en la vida, tras un propósito noble.
Este concepto, por cierto, es aplicable prácticamente a todos los ámbitos en los que se desenvuelve el ser humano, pero en esta ocasión la idea es orientarlo al vasto mundo de la educación, reflexionando de modo breve acerca de sus implicancias en él.
Es en esta esfera donde se complementa la labor abnegada y virtuosa que en algún momento se inició en el seno familiar, continuando la tarea transformadora para que la persona sea alguien valioso para sí misma y para la sociedad, no sólo por un cúmulo de conocimientos adquiridos, sino que por ser dueño de sus propias convicciones y poseedor de las herramientas que le posibiliten alcanzar un plan de vida bien inspirado.
Es, entonces, mediante una acción educativa hecha con verdadera vocación, seductora y trascendente, que se puede convertir en realidad todo aquello que algún día formará parte de un sueño. Por tanto, por los fines mismos que ésta persigue, no cabe aquí una visión mercantilizada o superficial de la enseñanza, lo que es aplicable a todo proyecto educativo serio y responsable que se instale en la colectividad.
Es precisamente por aquello, que existen los mecanismos orientados a acreditar o refrendar la calidad de las instituciones que imparten Educación, y contribuir así a garantizar su eficiencia y cumplimiento de los grandes objetivos que trae consigo todo proceso formativo.
Ocupa, por tanto, un lugar de privilegio en este sentido, tener clara conciencia que educar es mucho más que instruir, que enriquecer el intelecto al incorporar nuevos conocimientos; sino que es, al mismo tiempo, desarrollar en equilibrio todas las potencialidades del ser humano, que implican incluso aprender a pensar y a querer con intensidad, abarcando cuerpo y alma, inteligencia y voluntad. Todo aquello, para que ese educando sea capaz de pensar, juzgar y obrar de modo coherente según la recta razón.
Los tiempos que vivimos requieren de personas íntegras, bien formadas, valerosas, capaces de vencer las corrientes negativas y visiones pesimistas que acechan a la sociedad; y ello implica experimentar la satisfacción íntima de perseverar, de encontrar la verdad, de tener como objetivo seguir creciendo con nuevos saberes adquiridos por cuenta propia. Y siempre acompañados de un ideal, que es aquello que le impregna valor a la persona, y le infunde fuerza y alegría para vivir, cualesquiera sean los obstáculos y dificultades. Grande, hoy más que nunca, la tarea que tenemos por delante los educadores.