Ahora que se avecina el fin de año, como es normal, se hace una revisión de los principales hechos ocurridos en el país y que impactaron en el debate público.
Sin duda, en este recuento aparecerá el movimiento feminista que (re)surgió durante el mes de mayo. Las tomas universitarias comenzaron en el sur del país (Universidad Austral de Chile) y se expandieron rápidamente por todo el territorio, hasta hubo tomas de liceos de enseñanza media.
Dos casos fueron emblemáticos, debido a los grupos de poder que representan en nuestra sociedad. Por un lado, la toma de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde se acusaba al académico Carlos Carmona y la toma de la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica, donde se evidenciaron una serie de prácticas misóginas.
Así, las niñas y las jóvenes nos obligaron como país a hablar de temas que hasta hace poco eran desconocidos para la opinión pública. De pronto, fue normal oír en las sobremesas familiares, en la calle e incluso en los matinales de la televisión, largas discusiones sobre temas tan complejos como la educación no sexista, el lenguaje inclusivo, el derecho a decidir sobre el propio cuerpo o el acoso callejero.
El movimiento feminista no solo denunció casos puntuales, sino que, además, nos invitó a que como país pensáramos en verdaderas transformaciones culturales.
En este sentido, voy a nombrar sucintamente tres ámbitos que generaron impacto en el debate público:
* Acoso sexual: la gente se pregunta por qué ahora las mujeres denuncian situaciones de acoso sexual, incluso, algunas ocurridas mucho tiempo atrás. ¿Será que ahora hay más acoso sexual que antes? Evidentemente no, sólo que ahora, las mujeres se atreven a hablar del tema, a denunciarlo y a buscar ayuda.
En nuestra cultura, históricamente a las niñas y a las mujeres se les había enseñado a quedarse calladas cuando sufrían algún tipo de violencia sexual, como mucho se comentaba a escondidas, incluso, a veces, se las culpaba a ellas mismas de haber provocado dichas situaciones.
Pero, afortunadamente, eso está cambiando. Lo que sigue de ahora en adelante es enfrentar como sociedad un debate serio respecto a cómo vemos el cuerpo de las niñas y las mujeres, debemos dejar de verlo como un objeto sexual o de consumo, para pasar a tratarlo con el respeto y la dignidad que se merece.
* Educación no sexista: por primera vez en la historia, las mujeres superan en número de matrícula a los hombres, pero, la paradoja es que aún no se sienten incluidas, valoradas y representadas en todo el proceso educativo.
Por lo tanto, se requieren cambios en los paradigmas que sustentan la educación de nuestro país, lo que se expresa en el currículo, en la bibliografía, en los cargos de autoridad y hasta en las expectativas que recaen sobre sobre las niñas y los niños, ya que suelen ser diferenciadas en función de los roles de género clásicos.
* Igualdad salarial: diversas mediciones constatan que las mujeres siguen ganando sueldos más bajos que los hombres en empleos similares; además, se ocupan de labores de limpieza o cuidado, generalmente asociadas a la reproducción social, que están desprestigiadas y mal pagadas.
A su vez, las mujeres profesionales también se topan con el llamado “techo de cristal”, una barrera invisible que impide que lleguen a las más altas posiciones de poder, liderazgo o altos ingresos. De allí que se proponen leyes de cuotas u otros mecanismos para compensar estas desventajas estructurales.
Con todo, el diagnóstico parece claro y compartido, nadie podría negar que, pese a los avances, aún existen desigualdades de género en nuestro país. Todavía tenemos grandes desafíos que superar para que efectivamente las niñas y las mujeres se sientan libres y respetadas cuando caminan por la calle, cuando entran a estudiar o cuando entran al mundo del trabajo.
Iskra Pavez Soto
Universidad Bernardo O’Higgins