“El cura Karadima es un personaje banal. No manifiesta ninguna cualidad, física, intelectual, artística o moral, capaz de inspirar el más mínimo respeto o admiración. Más bien todo lo contrario. No se requería ser un pequeño Freud para darse cuenta de sus inclinaciones sexuales. O un joven Proust para percibir su grotesco arribismo social. Su persona provocaba un instintivo y decidido rechazo. Por no utilizar la palabra que resulta más apropiada que en estas circunstancias podría faltar a la caridad que reclaman los obispos. Era vox populi. Tema en los recreos escolares. Se comentaba en las familias. Más que seguro, no había nadie en la iglesia que no lo supiese. Desde mucho antes. Así y todo, se convirtió en ícono del grupo más influyente del país. Inspirador de vocaciones. Maestro de futuros obispos. A lo largo de medio siglo”.
Revisa la columna de opinión del economista del SENDA, Manuel Riesco.