Hace un par de días tuve la ocurrencia de decir que Víctor Jara era un candidato perfecto para la aplicación de las leyes que pretenden sancionar la “incitación al odio” (paréntesis: estaba hablando de leyes que pide siempre la izquierda y que yo- al menos- considero aberrantes). El hecho es que mi intención era doble. Por una parte, hacer presente que ese tipo de iniciativas se prestan siempre para abusos, porque resultan sumamente funcionales para los que entienden la política como el arte de hacer desaparecer las posiciones contrarias a las propias. Y por otra, desmitificar la figura de quien a estas alturas se ha convertido en una especie de santo del laicismo y que, tendrán que perdonarme sus adoradores, estaba muy lejos de ser un santo.
Revisa completa la columna de opinión de la licenciada en filosofía, Teresa Marinovic.