Esta versión sobre la figura de Federico García Lorca (1898-1936), exhibe dos elementos esenciales en una propuesta escénica: tiene sentido y punto de vista.
Muchacho de luna, de Oscar Barney (Poder absoluto, La casa sobre el tejado de zinc), trae aspectos relevantes de la visión de un hombre que cree en el ser humano -incluso, hasta la ingenuidad-, tema crucial en la vida de hoy.
Al mismo tiempo, el dramaturgo y director argentino busca establecer un dibujo del alma del poeta andaluz recurriendo a sus creaciones, la época en que vivió y cómo forjaron su vida.
Barney arma un texto que se va estacionando en períodos emotivos de García Lorca, aquellos que revelan expectativas, ansiedades y temores.
Avanza y retrocede en relación al raciocinio objetivo del poeta granadino, siempre conmovido por sus sentimientos.
Junto con actualizar una figura icónica de la poesía del siglo XX, el montaje aludirá a los tiempos políticos de la guerra civil española (1936-1939).
Penas y glorias
Aires de elegía tiene esta propuesta cuya columna vertebral se expande o repliega al ritmo de las opciones de un ser humano común, inteligente, creativo y deseoso de conocer el mundo que lo rodea.
Como millones de personas, García Lorca apoya la República, forma de gobierno revolucionario del pueblo español en la década 30, época de grandes luchas por la justicia política y social.
También destaca como un adelantado a su tiempo por vivir su homosexualidad -hoy parte de la diversidad-, conducta que el fascismo castigó en una España con tradición católica-represiva.
A eso la obra suma el microcosmos de su intimidad, los vericuetos inmanejables de sueños, amores, miedos, esperanzas y deseos.
Las vértebras de la obra crujen con la percepción y relación conflictiva y consciente que el poeta tiene con la vida y la muerte.
En realidad, con la existencia humana, no sólo de gran intelectual, sino como expresión del sentido trágico de la vida que se le atribuye a los hispanos.
Los textos seleccionados muestran este derrotero en la sociedad que vivió: Poeta en Nueva York (1929), Bodas de sangre (1931), Yerma (1934), La casa de Bernarda Alba (1936), entre otros.
En función de esta mirada, el actor argentino Paulo Brunetti (vestuario funcional contemporáneo de Nicanor Bravo) tiene la inteligencia de no ser más ni menos que García Lorca, sino transitar por su vía crucis.
Luego de dialogar con la muerte en el inicio de la obra -síntesis de su época- el actor dispone su cuerpo con sencillez en un relato con cambios frecuentes.
A pie pelado en escena, Brunetti hace algo indispensable para el sentido de una propuesta que se mueve entre lo certero y lo posible: se somete de verdad a lo cotidiano, pero manejado por una fuerza externa, mientras que el lenguaje del cuerpo se asocia a la palabra.
Así, versos y prosas elegidos llegan al espectador con el sabor íntimo del poeta y del gesto admirativo de sus creadores.
Lo femenino-masculino sin afectación asoma cuando Brunetti alude a Federico, Yerma, Bernarda, frente a la gran luna omnipresente en el audiovisual o a la muerte.
Símbolos que han evolucionado con el tiempo -incluso hoy algunos cuestionados- en alusión tal vez a lo inalcanzable e inestable de su época y del amor.
No se hace necesario conocer la biografía del poeta para relacionarse con esta propuesta, cuya estructura deja espacios vacíos y aristas confusas.
Su gran valor está en instalar en escena a un ser humano con sus múltiples potencialidades, su soledad y gloria, en un ambiente personal e histórico donde, eso sí, debe optar y tomar decisiones.
Teatro Camino. Antupirén 9.400, Peñalolén. Viernes y sábado, 20.30 horas; domingo, 18.00 horas. Entrada general, $ 6.000; tercera edad y estudiantes, $ 4.000. Hasta el 11 de agosto.