Como una melodía extra suave llega al oído este relato que protagonizan dos músicos que ensayan la Sonata en La menor para violoncello y piano, de Frank Schubert.
Pero pronto el espectador percibe que el diálogo entre la pianista y el cellista contiene un fervor volcánico que emerge en gestos breves, manifiestos o ahogados, en miradas ingenuas o de sorpresa, con locuacidad o la palabra mínima.
Porque lo melodioso y susurrante de esta propuesta -buen antídoto contra los gritos y exabruptos a menudo en escena- ayudan a rastrear el alma de Rosa y Lorenzo, dos desconocidos en una experiencia común.
Y, además, ofrecen una puerta de entrada a la tercera parte de Buenaventura, de Luis Alberto Heiremans (1928-1964), dramaturgo chileno de la Generación del 50, trilogía escrita en 1962 y publicada en 1965 que incluye El año repetido y El mar en la muralla.
El título de la obra alude a un instrumento que inventó el lutier vienés Johann Staufer, en 1831, que deriva de la viola da gamba y de la guitarra, por su forma y sus seis cuerdas, afinadas como guitarra.
Se construyó para producir arpegios y, aunque sólo sobrevivió en la música unos diez años, el arpeggione protagoniza una obra destacada: Sonata para arpeggione y piano de Schubert, hoy pieza cumbre para piano y violoncello.
Austeridad y alta intensidad
La soledad y la incomunicación, rasgos del teatro de Heiremans, parecen presionar la vida del gran concertista en cello y de la pianista que lo acompaña de emergencia en el ensayo: viven una relación en desequilibrio que genera un antagonismo que relativiza el amor por la música.
Esta opción del director Jesús Urqueta (Violeta, Prefiero que me coman los perros), de mantener el relato en un tono cotidiano y de respeto entre los músicos, resalta la calidad y austeridad emotiva.
Una cuerda que permite que asome con intensidad por dos vías distintas esas sensaciones tan contemporáneas y corrosivas de encierro y encapsulamiento.
Ella, al destilar sus experiencias de vida y aquellas frustraciones irreversibles; él, desde cierto autismo e incapacidad de comunicarse verbalmente.
A esto contribuye el minimalismo y la funcionalidad escenográfica de Tamara Figueroa que crea un espacio despojado en blanco y negro, la música de Marcello Martínez y la simulación instrumental cuando ambos actores escenifican los ensayos.
Sin embargo, no se podría lograr ese resultado sin el accionar interpretativo en alto nivel de la gran actriz Claudia Cabezas y del actor Nicolás Zárate.
Construyen sobre el escenario caracteres y personalidades complejas y contenidas, al mismo tiempo intensísimas, por decirlo de una forma, casi sin mover un músculo.
Simpatía, ingenuidad, frustraciones, recuerdos, esperanzas, incertidumbres, deseos, humor, temores, ambiciones… hay en este diálogo de un hombre y de una mujer unidos por el amor a la música.
Una producción de Matucana 100 que revaloriza al gran dramaturgo Luis Alberto Heiremans y aporta una clase magistral de actuación y humanidad.
Matucana 100 (Microsala). Jueves a sábado, 20.00 horas; domingo, 19.00 horas. Entrada general $ 5.000; jueves popular, estudiantes y tercera edad, $ 3.000. Hasta el 29 de julio.