Una experiencia de buen teatro: un relato con sentido y trascendencia histórica, social y humana; una actuación unipersonal que siempre está abierta para traspasar al cuerpo actoral la tragedia límite de un personaje extraordinario; y un espacio escénico de síntesis extrema y efectiva, asociada a una dirección experta en condensar expresividad y sencillez.
Juan Radrigán (dramaturgo), Cristián Carvajal (actor) y Rodrigo Pérez (director) convergen para que el encuentro con esta versión de “Ricardo III”, de Shakespeare, se convierta en una reflexión sobre la vida y la muerte, del ser humano en relación al poder y su abuso, la justicia y, sobre todo, respecto de la impunidad, un tema especialmente duro para el dramaturgo chileno.
El texto de Radrigán, poético y con los pies bien puestos en la tierra, imagina a esta especie de monstruo sanguinario en su infierno propio, frente a una puerta invisible que no puede traspasar ni ignorar, justo cuando está en el clímax de su vulnerabilidad.
La obra fue producida por la Corporación Cultural de Quilicura en el homenaje a Juan Radrigán, de enero de este año, denominado “Fragmentos para La Memoria”.
Símbolos poderosos
Desde que el dramaturgo subtituló a Ricardo III como “el príncipe contrahecho” puso en relieve el horror de las grandes distorsiones políticas y sociales en la historia de los países que, personificadas en un solo hombre, reflejan todo su entorno.
El rey ha sido derrotado en el campo de batalla y ahora, a pie, en un terreno inhóspito y sin su caballo, símbolo de poder también, intenta descifrar dónde realmente está, si vivo o muerto.
Ricardo III se moverá en un espacio escénico diseñado por Catalina Devia, un cuadrado con césped artificial en medio de la oscuridad que alude a campo abierto y/o de batalla, instalado en medio del escenario.
El dibujo marca un perímetro asfixiante y se acentúa cuando el piso se mueve bajo el peso del cuerpo del rey, al arrastrarse por el suelo, gesto que subraya un dolor profundo de orgullo aplastado en un hombre ya invadido por la fragilidad humana.
Cristián Carvajal se asume y se expone por completo y su voz vibrante o en susurro se tiñe con el perfil de un texto que mezcla el tono de la prosa de Shakespeare y Radrigán.
Semidesnudo en escena, casi andrajoso (diseño de Loreto Monsalve), con una espada feble en sus manos, encorvado por el peso de una derrota que nunca imaginó, es la imagen desgarbada de un marginado y abandonado por la vida.
La incertidumbre que le produce la enorme puerta, no saber si al cruzarla se definirá si está vivo o muerto, es una cuchillada insufrible, que Radrigán, Pérez y Carvajal mantienen en tensión permanente.
En esas circunstancias de debiidad, el autor obliga a Ricardo III a mirarse en el espejo de su historia, quiere ver como se comporta este personaje siniestro al momento de revisar sus acciones y opciones de vida.
Y cómo reacciona cuando tiene en primer plano su trayectoria hacia el poder, justo cuando lo perdió o está por perderlo definitivamente.
Pero como aquí nadie idealiza, el rey mantiene sus convicciones y todo lo que hizo e, incluso, justifica sus crimenes por amor a su patria.
Aunque se siente vulnerable y frágil, a tal punto que en cierto momento ofrece el botín por el cual mató a diestra y siniestra, a cambio de salir del pantano de la incertidumbre: “Mi reino por un caballo”.
Sala Universidad Mayor. Santo Domingo 711. Fonos 223281865-223281867. Jueves, viernes y sábado, 20.30 horas. Entrada general $ 5.000; estudiantes y tercera edad $ 3.000. Hasta el 2 de Septiembre.