Siempre se ha comentado que La viuda de Apablaza, de Germán Luco Cruchaga (1894-1936) es –en un sentido clásico- la única tragedia chilena de escritura perfecta, ya que paso a paso acumula tensiones hasta llegar al imprevisto desenlace.
Estrenada en 1928, fue asociada al costumbrismo, movimiento artístico del siglo XIX que, en su expresión literaria, se preocupó de recoger y destacar personajes, formas de vida, usos y costumbres de la sociedad.
La viuda de Apablaza llegó a ser un clásico del teatro chileno porque su historia trasciende épocas y tendencias, al abordar al ser humano profundo.
Su tema central es el incesto, un tabú total en una época rural, machista y conservadora, además de instalar como protagonista a una mujer con poder en un mundo de hombres, que hereda la propiedad de su esposo y que no oculta el amor que siente por su su joven hijastro.
Equilibrio estilizado
La versión del director Rodrigo Pérez se mueve entre elementos vinculados con un realismo tradicional y contemporáneo, una combinación que se advierte en la línea actuación, en la escenografía y utilería, en la forma de decir los textos, entre otros aspectos.
Lo estilizado predomina en todo lo que está fijo o se mueve sobre el escenario: la casa se sugiere sólo con el frontis como si estuviera en un limbo, aunque en la pared cuelgan objetos y herramientas reales del campo, mientras en el patio figuran plantas y flores secas.
Algunos campesinos se convierten en momentos en los perros de la casa; otros dialogan en grupo a distancia y a toda velocidad utilizando la jerga campesina de los textos originales (a veces no se les entiende).
La musicalidad y las canciones son muy cuidadas, mientras que las sonoridades no buscan construir lo idílico con que a menudo se asocia la vida campesina.
En conjunto, aproximan al ambiente campesino indispensable como soporte de una historia que sería difícil de entender fuera de la ruralidad y del tipo de relaciones que allí se dan.
Algo fundamental para que emerja y se desarrollen las pasiones humanas, la fuerza del amor y el coraje que, aunque en este montaje están contenidos, presionan por estallar, anunciando en sordina la crisis mayor.
En esta arena se mueve con desventaja la viuda, la mujer sin nombre ni apellido que tiene que actuar como hombre en un mundo masculino.
La viuda todavía joven que ejerce el poder, incluso, cuando decide hacer suyo al joven hijastro, arrasando con los obstáculos, sin temor al ridículo ni medir las consecuencias.
Catalina Saavedra y Francisco Ossa encabezan un elenco que responde a la mano de Rodrigo Pérez, un director que respeta el sentido de la propuesta junto con agregar una mirada escénica sobria que potencia el núcleo del núcleo de la obra original.
El traspaso de las barreras sociales de una adelantada a su época que intenta construir una identidad propia desde el ejercicio irrenunciable del amor y la pasión.
Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM). Alameda 227. Miércoles a sábado, 20.30 horas. Entrada general $ 8.000; estudiantes y tercera edad $ 4.000. Hasta el 1 de Octubre.