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En 2005, Chile vivía un auge que lo llevó a un hito cultural inédito: el museo Rodin de París accedió a trasladar parte de la colección del afamado escultor al Museo Nacional de Bellas Artes en Santiago. La exhibición, que atrajo a más de 300 mil personas, sufrió un giro inesperado cuando una de las esculturas, el Torso de Adele, fue robada. El estudiante de arte Luis Onfray Fabres, quien confesó haberla sustraído como parte de un proyecto artístico, la devolvió en menos de 24 horas. Aunque el incidente generó controversia, algunos lo vieron como una gesta artística. Onfray, ahora de 38 años, reveló en detalle al diario The Guardian cómo llevó a cabo el robo y las consecuencias legales que enfrentó, pero aseguró que no tiene intenciones de repetirlo.
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En 2005, Chile era un país en auge.
El renombre que se estaba granjeando internacionalmente le llevó a un triunfo impensado en el ámbito cultural: que el museo Rodin de París aceptara trasladar parte de la colección del afamado escultor al Museo Nacional de Bellas Artes en Santiago (MNBA), donde por primera vez se exhibirían sus piezas.
No era cualquier cosa. Auguste Rodin es considerado el fundador de la escultura moderna, y con obras tan icónicas como El Pensador o El Beso, está en el inconsciente colectivo de gran parte del mundo. Es más, algunas de sus creaciones menores, como Primavera Eterna, se han vendido por más de 700 millones de pesos.
La exhibición atrajo más de 300 mil espectadores, convirtiéndose en la más exitosa de la historia del Museo de Bellas Artes, pero a poco más de un mes de abrirse, la gloria se convirtió en bochorno: el Torso de Adele, una de las 62 esculturas traídas desde Francia, había sido robada.
El caso fue resuelto en menos de 24 horas luego de que el estudiante de arte de la Universidad Arcis, Luis Onfray Fabres, de entonces 20 años, la devolviera a la policía asegurando inicialmente que la encontró botada en el Parque Forestal, sólo para acabar confesando que él la robó como parte de un proyecto artístico. Sin embargo el daño ya estaba hecho.
“El museo no se vio afectado e incluso exposiciones internacionales programadas no fueron canceladas. El hurto fue un hecho que nunca olvidaré por lo frustrante que fue esa experiencia, quizás la más dolorosa durante mi gestión. Prefiero no reactivarla”, indicó escuetamente en 2017, aún dolido, el exdirector del MNBA, Milan Ivelic al diario La Tercera.
La acción se hizo tan polémica como mítica. Mientras que para algunos se trató de un acto delincuencial, para otros fue una gesta artística que incluso inspiró un documental en 2017. En tanto, Onfray la sacó barata pues sólo fue condenado a trabajar durante menos de un año en la biblioteca de la ExPenitenciaría.
Esta vez, fue el propio protagonista del hecho, hoy de 38 años, quien narró en primera persona y en detalle al diario británico The Guardian cómo realizó el robo y sus horas posteriores.
“Sólo la tome y la puse en mi bolso”
“Era un estudiante de arte en Santiago cuando me invitaron al Museo Nacional de Bellas Artes para un evento privado en junio de 2005. Tomé algunos tragos y necesité ir al baño, que estaba abajo.
En el camino entré en una sala muy oscura. No podía ver ni las palmas de mis manos. Luego, sin saberlo, me topé con el Torso de Adele de Rodin, una pequeña escultura de solo 11 centímetros de alto y 37.5 de ancho. Cuando la toqué, estaba fría. Era la primera vez que se exhibía una obra de Rodin en Chile.
Ni siquiera lo pensé, era ahora o nunca. Sostuve la obra en mis manos y no pasó nada. Así que simplemente la tomé, la puse en mi bolso y me fui sintiéndome emocionado y eufórico.
Había pensado previamente en tomar una obra de arte de un museo para ver cómo reaccionaría el público. El robo está en todas partes de este país: los políticos chilenos han estado saqueando durante años. Entonces pensé: ¿por qué no explorar el robo casi como si fuera una intervención artística y ver qué pasa después? Mi vida en ese momento era bastante punk. Estaba en una banda de rock y me interesaban las ideas artísticas radicales.
No había pensado específicamente en tomar la obra de Rodin, era solo una idea general. Esa noche, todos los factores se combinaron para que lo hiciera. No había alarma, no había cámaras.
Fui a casa y me serví una copa de vino. Comencé a dibujar la escultura en mi libreta. Vi la firma de Rodin en ella. Era espectacular y me sentí tan afortunado, un observador de una gran historia. Después de unas horas de dibujar, me fui a la cama y dormí bastante bien”.
“Eso fue genial”
“El día siguiente estaba frío, húmedo y nublado. Encendí la televisión y vi las noticias. Era un caos. Era la noticia más importante en Chile: una obra había sido sustraída del Museo Nacional de Bellas Artes.
Fue entonces cuando comencé a temer las consecuencias legales. Fui a la comisaría para devolver el Torso de Adele y, al principio, les dije que había encontrado la escultura en el parque. Nunca quise estar en medio de la acción, solo quería ver qué sucedía después. Pero decidí que no tendría sentido mentir, así que luego les dije que era estudiante y que esto era una acción artística. El oficial dijo: “Eso fue genial”.
Pasé la noche en una celda de detención. Allí, un policía me dijo que había manchado la reputación de Chile. Pero nunca me arrepentí de nada. Había preocupaciones de que la obra estuviera dañada, y verificaron que estuviera bien. Pero yo no iba a destruir una obra de arte, la traté con cuidado.
Cuando la policía fue a mi casa, les mostré un documento en mi computadora donde había escrito planes iniciales para tomar una obra de arte, con la frase: “La pérdida devuelve la memoria de algo que no está ahí”. En un mundo lleno de contenido, quería explorar la idea de, en lugar de llevar algo a un museo, hacer lo contrario.
Después de que tomé la escultura, la exposición fue suspendida y luego reabierta sin el Torso de Adele, pero mucha gente aún hacía fila para ver el pedestal vacío. Me gusta pensar que la gente en Chile está más cerca de la pieza debido a lo que hice.
La pérdida devuelve la memoria de algo que no está ahí
- Luis Onfray Fabres
Las consecuencias legales fueron largas e incómodas. Tuve que hablar con abogados, preparar mi caso y eventualmente ir a juicio. Los periodistas esperaban fuera de mi casa para tomarme fotos. En la audiencia, el juez estuvo de acuerdo en que mi acción era arte. Eso fue fantástico, aunque tuve que pasar 10 meses haciendo voluntariado seis horas a la semana en la biblioteca de la prisión principal de Santiago.
Mi acción dividió a la gente en mi universidad. Algunos la apoyaron, otros no. Suspendieron mis estudios, así que fui a otra universidad. Allí conocí a un artista fantástico que se convirtió en mi mentor.
Casi 20 años después, a los 38 años, estoy en una etapa más madura de mi vida artística. Sigo creando arte, bajo una especie de seudónimo; he hecho fotografía que explora el concepto de la muerte, y estoy creando un libro conceptual con páginas en blanco y textos ocultos.
Me han invitado a exponer algunas de mis obras en Argentina. No diré mucho, pero es una instalación que presenta blancos sobre blancos, ligada al concepto de ausencia. Siempre me ha fascinado eso, pero no estoy interesado en tomar nada más de un museo. Por ahora.”
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