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Juanes deslumbró al Movistar Arena con un show minimalista y emotivo. El cantante colombiano cautivó al público chileno con un concierto sobrio, donde solo necesitó su talento y sus éxitos para llenar el recinto.

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Hay artistas que necesitan lo indecible para habitar un escenario: pirotecnia festivalera, orquestas inmensas, láseres manejados por IA, cuerpos de baile futuristas, discursos de paz y de guerra, mariachis infinitos, etc. No es el caso de Juanes.

Anoche, el colombiano de 52 años se reencontró con el público chileno en un show que fue todo lo contrario a la grandilocuencia. En su habitual estilo minimalista, sobrio y hasta sencillo, la voz de Medellín necesitó apenas los insumos básicos de un concierto para llevarse a todo el Movistar Arena al bolsillo, en un show que repasó sus hits y confirmó su estatus de estrella latinoamericana y transversal del pop (e independiente del género de su audiencia. Vimos metales bailando las canciones del “paisa”).

A las 9 en punto, y tras un sólido teloneo del chileno Cristóbal Briceño (que vestido de ranchero se hizo acompañar de su grupo Crisis), Juan Esteban Aristizábal Vásquez se apersonó en el recinto capitalino escoltado de apenas 5 músicos y un contingente de hits continentales.

Juanes en Chile
Andrés Ibarra

Si bien la primera fue “Gris”, uno de los sencillos de su último álbum “Vida cotidiana” (“Que ya se ganó dos Grammys”, explicó orgulloso Juanes), lo que vino después fue una maratón de himnos radiales, de esos que no necesitaban plataformas de streaming para viralizarse.

“Mala gente”, “Amores prohibidos”, “Nada valgo sin tu amor”, “Volverte a ver”, “Lo que me gusta” (pegada con “Fuego”) “Fotografía”, “Es por ti”, “Es tarde”, “Luna” y “Para tu amor”, se sucedieron una a una, en un coro y un vaivén que hizo que las sillas de la explanada numerada se volvieran un estorbo ya en los primeros minutos.

Con una puesta en escena que no incluyó más que un grueso set de luces a su espalda, gráficas abstractas y una pantalla tan discreta como desapercibida, Juanes (vestido de chaquetilla sin mangas al estilo The Clash) se apegó al viejo adagio del “menos es más”, incluso cuando en los solos de guitarra más demandantes le penó la presencia de otro músico de apoyo.

Con esa moral a cuestas, y después de la optimista “Ojalá”, el músico bajó del escenario para cantar a ras de piso “Para tu amor”, rodeado de un público que sin desórdenes se agolpó en busca de una selfie. El momento, tan simple como cercano, no solo generó sensación de cercanía, sino también de épica.

Ya de vuelta al escenario, se retomó la estridencia: “La plata” (pegada a “Bonita”), además de “Gotas de agua dulce” (que incluyó un “fan act” con globos de colores), “La paga”, “La camisa negra” y “La noche” comenzaron a dibujar la despedida, que guardó un par de sorpresas luego que el Arena estallase con “A Dios le pido”.

Juanes desmintió en Chile a los "conciertos pirotécnicos" (y de paso se salió de libreto)
Andrés Ibarra

Con su guitara eléctrica al hombro, Juanes se dio tiempo para un cruce cultural fuera de programa: un cover de “Twist And Shout” de The Beatles remixeado con “La Bamba”, el mantra inmortal de Ritchie Valens. Para el final, al momento de “Me enamora”, otra cumbre para sus fans, el colombiano tributó a Los Prisioneros con una refrescante versión de “Tren al sur”, donde incluso ofició de maestro de orquesta y se animó a cantar un par de estrofas antes de linkearla con otra canción histórica: “Bésame mucho”.

Juanes desmintió en Chile a los "conciertos pirotécnicos" (y de paso se salió de libreto)
Andrés Ibarra

Cuando finalizó “La luz”, la última del show, y tras repetir en vano la habitual promesa de un concierto hasta el amanecer, los más de 12 mil espectadores (entre chilenos, colombianos, venezolanos y latinos) pidieron entre pifias un bis que nunca llegó. Había hambre de más. Juanes, por su parte, con la misma ropa con la que llegó al escenario y sin fuegos artificiales de fondo, sólo se remitió a despedirse mientras se escuchaba un reggae envasado de Bob Marley, durante largos minutos, con los brazos abiertos y el enigmático temple espectacular que sólo saben lucir los sobrios.