En un mundo donde las listas predominan, resulta casi incomprensible que nunca antes un libro se dedicara a recopilar, en un solo tomo, los discos más importantes del rock chileno. El antecedente más similar al respecto data de 2008, cuando la edición local de la revista Rolling Stone eligió los 50 mejores álbumes de la música popular local en una lista que dejó galardonados, damnificados y molestias.
A 12 años de aquel intento, surge desde editorial Ocho Libros “200 Discos de Rock Chileno: una historia del vinilo al streaming”, título que no sólo se dio la tarea de enumerar una hoja de ruta del género, sino también ponerlo en su contexto.
Aquí, mediante diversos discos -la matriz cultural del fenómeno de masas que, desde luego, por estos días otra vez dan por muerto- la investigación pretende desentrañar momentos específicos pero también aspectos mucho más pedestres y trascendentes para un auditor: los datos. Primero, de quienes grabaron y participaron en los LP’s; y luego, los referidos a la estela que dejaron en nuestra cultura.
“A más de 50 años de sus orígenes en Chile, nos aparece un ejercicio absolutamente necesario hacer un catastro del estilo, desde una mirada panorámica y mucho más general que otros textos más centrados en una época o una temática”, resume el cuarteto detrás del libro, integrado por los periodistas Gabriel Chacón y César Tudela además del sociólogo Felipe Godoy y el profesor de Historia, Cristofer Rodríguez.
Separado por décadas y a la forma de los antiguos almanaques, “200 discos…” propone un repaso cuantitativo y cualitativo con precisiones que muchas veces sorprenden por su minucia. Como por ejemplo, la chapa de incógnito de Álvaro Henríquez en “Similia Similibus” (1999) de Los Santos Dumont (Henrique Álvarez), entre otros.
Del catastro, varias sorpresas, pero sobre todo una primordial: leyendas como Inti Illimani y Quilapayún (a pesar de los ponchos negros) no aparecen en el libro, así como tampoco bastiones de los noventas como Tiro de Gracia o Criminal, este último un nombre referencial del metal.
Y por supuesto, más de algún golpe al mentón entre las 446 páginas. Por ejemplo, “Póngale parafina…” (1999) del colectivo de ska y fusión Los Revolucionarios, o la inclusión del debut homónimo de Manduka (1972), el histórico carioca que colaboró con Los Jaivas. O “New Guitar” (1974) de la banda Santiago, que se radicó en Alemania tras el golpe de estado del 73 con una respetable actividad.
Grupos como Los amigos de María, Sacros, Los Fénix, Clan 91, Tryo y Amerindios, comparten aquí espacio y crédito junto a nombres consagrados por la historia y las masas, como Congreso, Los Blops, Los Tres, Cecilia, Los Vidrios Quebrados, Los Prisioneros o Nicole.
Al inicio, a modo de prólogo, Sergio “Pirincho” Cárcamo da la bienvenida al lector con una crónica vivencial sobre cómo testificó, casi literalmente, el desembarco del rock a Chile en el Valparaíso de los cincuenta.
De aquellos días de gomina, rock and roll y cuartetos vocales electrificados, poco queda en la babilónica era de Bad Bunny.
Sin embargo, si alguna conclusión nos deja “200 discos del rock chileno”, es que este género es tan escurridizo como impredecible, y que cada vez que alguien lo dé por muerto, mutará en las más diversas formas y pesadillas (“Comenzará de nuevo”, CAF; o “Panal”, de Camila Moreno). “A mí me gusta la música, y la música es mucho más que rock”, dice “Pirincho” al inicio del libro, que en el ocaso del 2020 se presenta como un material fundamental para entender justamente eso: la música chilena.