“Las niñas del naranjel”, la nueva novela editada en Chile de la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara (1968), trae al siglo 21 la historia real de uno de los personajes más enigmáticos e invisibilizados de la Colonia Española en Latinoamérica.
Se trata del devenir de Catalina de Erauso, conocida también como “La Monja Alférez”, una rebelde novicia española que alrededor del 1600 escapó de un estricto convento de San Sebastián para convertirse en hombre y sobrevivir como pudiese.
Luego de diversos conatos con fuerzas de orden, estadías en la cárcel y un encuentro cara a cara con su propio padre (quien no la reconoció al verla), Erauso empujó una nueva vida que la llevó a servir, incluso, como paje de influyentes hombres de la época.
Asumió identidades masculinas que iba cambiando a medida que afloraban problemas (o algún delito a sangre fría), y tras extirpar sus pechos por su propia cuenta -de acuerdo a una célebre y supuesta autobiografía-, viajó a América para sumarse a las labores de conquista de sus compatriotas españoles.
En “Las niñas del naranjel”, Cabezón Cámara comienza a ficcionar desde aquí la historia del renovado Antonio, quien en América conoce a dos niñas que hacen que cambie la percepción que tiene de sí mismo.
“En casa de una amiga vi una acuarela, de un personaje en armadura dorada, en posición de asesinar a alguien a sus pies, alguien de un pueblo originario. Abajo aparecía: La Monja Alférez”, recuerda en diálogo con BioBioChile.
Tras esta revelación, la autora acudió de inmediato a la autobiografía no acreditada de Catalina de Erauso, donde detalla su vida en el convento, sus días como sobreviviente en España y sus cruentas peripecias por América, la mayoría teñidas por tonos de violencia y barbarie.
“En América la agarra una pasión por el juego, y tiene un sentido del honor muy extremo. Se agarra a puñaladas con quienes juega. Luego, ese personaje termina en la conquista de la Araucanía”, rememora sobre la vida real de su protagonista.
En la novela, y para cumplirle a su “Virgen del naranjel”, Antonio deambula por América con dos niñas: Michi y Mitãkuña, a quienes cuida mientras avanza por la flora y fauna de la selva.
“Me importaba mucho que fuera transexual, del mismo modo que era vasco. Como un rasgo importante de su biografía, pero para nada central”, afirma la autora del boom editorial argentino “Las aventuras de la China Iron” (2017), su libro más vendido hasta la fecha.
“Las personas podemos ser transexuales y somos eso, nada más (…). El único problema que tuve con eso fue en Madrid, en el (Museo) Reina Sofía, donde estaban pasando una pieza sobre Erauso y después me tocaba hablar a mí. Y en eso, aparecen unas terfas (Terf: acrónimo del término anglosajón trans-exclusionary radical feminist; feminista radical trans-excluyente), y empiezan a repartir papeles”.
“En el público había muchos chicos trans, y ellas eran muy agresivas. Terminé teniendo toda una discusión. Ellas la reivindicaban como lesbiana. Yo les decía que era un personaje controvertido para reivindicar desde el feminismo, porque fue un genocida. Me respondieron: ‘En esa época eran todos genocidas’… Ok”, cuenta ahora entre risas.
La historia de Catalina de Erauso, incluso, llevó a que el intelectual chileno José Victorino Lastarria escribiera sobre el personaje en “El alférez Alonso Díaz de Guzmán” (1848), uno de los primeros textos locales que escudriña en él.
Gabriela Cabezón Cámara: “El genocidio a los pueblos indígenas no se acabó en 1810. Si se hubiera acabado, tendríamos pueblos indígenas prósperos, con sus formas de vivir respetadas”
(P): ¿Cómo explicas que una vida tan interesante como la de Catalina de Erauso esté tan oculta, tanto en la escolaridad como en el debate de esta época?
(R): Recontra da para una serie… Pero supongo que para las escuelas es un personaje incómodo; es un personaje trans. Y que no ocupó una primera línea en la Historia: era un marginal, un borracho, un jugador. Fue incómodo encontrarle luces a un personaje así; fue todo un proceso de darle muchas vueltas. Necesité que se hiciera radicalmente otro.
(P): En la novela, la selva de América es un personaje en sí. ¿Pero quién es la selva en esta novela?
(R): La selva es una de las manifestaciones más claras de cómo funciona el tejido de la Tierra, de cómo una cosa se va ligando a la otra, y a la otra, y a la otra, y cómo algo que está muerto genera vida. Nosotros somos carne de la carne de la Tierra. Eso es la selva en la novela.
(P): A raíz de este libro has afirmado que “el tratamiento que les dan los estados latinoamericanos a los pueblos originarios es criminal”…
(R): Es genocida. El genocidio a los pueblos indígenas no se acabó en 1810. Si se hubiera acabado, tendríamos pueblos indígenas prósperos, dueños de sus tierras, saludables, con sus formas de vivir respetadas, con sus lenguas contempladas en las lenguas oficiales, y nada de eso es lo que pasa. No se les reconoce el hecho de vivir con sus usos y costumbres, y tampoco el derecho a la tierra, y esto último me parece muy importante.
(P): Hay una dedicatoria a la escritora argentina María Moreno (“El affair Skeffington”, “Black out”) en el libro. ¿Por qué la elegiste?
(R): Porque la amo, es mi maestra. Nos conocimos en una especie de bar de tortas (lesbianas). Tomábamos mucho vino y whisky, y a veces nos caíamos al piso del bar juntas. Ahí nos hicimos amigas. Es un placer hablar con ella, es brillante. Años después, la primera novela que publiqué (“La Virgen Cabeza”) se la pasé a María antes de publicarla. A ella le encantó, fue a Eterna Cadencia, habló con Leonora (Djament, editora del sello y librería), y a los 15 días Leonora me dice: “La publicaremos”. María siempre ha tenido un rol muy generoso e importante en mi vida. Y su obra me parece descomunal. Ahora está muy enferma a raíz de un ACV.
(P): Al final del libro, en los agradecimientos, además de María Moreno y en una larga lista de nombres, aparece Shakira. ¿Cómo contribuyó ella al libro?
(R): Porque mientras escribía la novela estaba con una canción. Yo tengo un sistema de comunicación conmigo misma, que a veces supone canciones, como un inconsciente que se burla de mí. Y se estaba burlando de mí con esa canción “Ciega, sordomuda”. Y estuvo ahí… No es nada personal con ella. No me importa lo que haga con su vida, si factura o no factura, si llora o no llora. Pero le reconozco canciones que vienen sonando hace 30 años, que aparecen y bailas. Gracias, Shakira. Todo lo demás me importa muy poco. Pero me parece importante algo que te lleva a bailar.