Como esos añosos sermones de las viejas misas –por suerte ya no son en latín-, que se extendían más de lo necesario y la ardiente paciencia, resignando al lector a una maniobra de verborrea que cansa tanto como seguir viendo a Jaime Guzmán, Pinochet y compañía siendo personajes principales de la literatura chilena. Tal como en el cine y otros excesos que provoca el Síndrome de Estocolmo en Chile.
Por Marcel Socías Montofré
Cansa. De verdad cansa seguir leyendo lo mismo. Incluso cincuenta años después. Le debe pasar lo mismo a los polacos con el Sindicato Solidaridad y Lech Walesa, a los españoles con los toros y Franco, a los sudafricanos con los cocodrilos y Mandela, a los alemanes con la cerveza y Heidegger.
Cansa que la literatura chilena se siga asociando a Jaime Guzmán y su artefacto constitucional, la dictadura, el ojo en reversa y Pinochet.
Cansa luego de haber leído a grandes clásicos universales como “Nocturno de Chile”, de Roberto Bolaño. O algo más cercano en la temática y el país, como “La Ciudad está triste”, del buen magallánico Ramón Díaz Eterovic.
En el caso de “Oración por Chile”, de René Araya (Editorial Glück Libros, 2022), no cansa la prosa privilegiada del autor –que bien merecida tiene su condición de ex becario de la Fundación Pablo Neruda-, sino más bien cansa la temática, el mismo tópico, ese octubre de 2019 –tan lejano del septiembre de 1973- que termina por venderse al marketing, a las chapitas del Che Guevara y las poleras con los anteojos de Salvador Allende.
Hasta la familia Allende debe estar cansada de tanto uso y abuso de un Chile tan unipolar en el colectivo creativo de ciertos artistas, desde la literatura al cine y pasando por la pintura, la escultura, la Brigada Ramona Parra y un Chile donde Roberto Matta tuvo que autoexiliarse para poder pintar algo más universal y beneficioso para el arte que la dictadura de Pinochet o la constitución de Jaime Guzmán.
Es como seguir romantizando el quiebre social, humano y político de Chile el 18 de octubre de 2019, pero sin la grandeza humana y creativa de un Aleksander Solzhenitsyn en “Pabellón de cancerosos”.
Más bien “Oración por Chile” es una suerte de monólogo o novela más entre muchas otras que resultan con la revuelta editorial, sin la potencia creativa con que el mismo autor, René Araya, se explaya de imaginación en su otra novela “Cautiverio feliz” (2022).
Más bien para aprovechar que octubre del 2019 todavía está a la mano y se pueden tirar algunas páginas más al marketing editorial. Por si resulta.
Aunque nunca con la certeza de la piedra y la mano de un Roberto Bolaño en “Nocturno de Chile, que es la metáfora de un país infernal, entre otras cosas. También es la metáfora de un país joven, de un país que no sabe muy bien si es un país o un paisaje”, como el mismo Roberto decía recordando a Nicanor Parra y su personaje.
Páginas por moldes
Es como leer al fantasma de Canterville, de Oscar Wilde; o la razón por la que Edgar Allan Poe es tan admirado por escritores como Julio Cortázar y otros muchos cuervos. El método funciona. La estructura. El uso escaso del punto aparte. La letanía narrativa y hasta el diseño de la portada.
Pero falla la profundidad de campo. Los lentes. No precisamente de Jaime Guzmán, que es el personaje principal de la novela “Oración por Chile”, sino la falta de original narrativa, que permita universalizar el relato, agilizarlo, no sólo para dejarlo como un rayado en la pared, alguna consigna de esas que pasan de moda y vuelven como bien lo consigna Byung-Chul Han: “me pasé a la filosofía. Para estudiar a Hegel la velocidad no es importante. Basta con poder leer una página por día”.
Así también con los libros. No es suficiente con la palabra. Se requiere del sustento.
Algo más que en la página 101 de “Oración por Chile”: “Se sorprenderían de la cantidad de chistes de polacos que Pinochet tenía entre su repertorio, les contaría acá si alguno fuera pertinente y oportuno, pero no lo es, no lo es. Yo tenía buenos recuerdos de las selecciones polacas de fútbol que habían obtenido el tercer lugar en los mundiales de fútbol del 74 y del 82, en Alemania y en España, dos naciones por respetables, y los compartía con Pinochet, que no parecía muy interesado”.
En todo caso
Se rescata la prosa fluida del autor, la buena edición del libro y hasta la contraportada. Es tan tentadora como el marketing de “El Conde”, escrita por Pablo Larraín y Guillermo Calderón, pero con el mismo molde.
En el caso de René Araya y “Oración por Chile”, la página 89: “Una de esas tardes en que hablábamos de sacerdotes homosexuales y otras perversiones en la iglesia chilena, de forma intempestiva Pinochet comenzó a darme una larga perorata sobre Hitler y Ernest Röhm, específicamente de la relación entre Hitler y Ernest Röhm y era una locución llena de detalles que Pinochet, un militar ignorante, sin lugar a dudas desconocía”.
Aunque sí se sabe que, si es por crónica de aquella época, mejor un colectivo como “Las Yeguas del Apocalipsis”, de Pedro Lemebel, un mejor cronista de su época y dictadura. Una oración al margen y con los marginados. Sin duda no es el caso de “Oración por Chile”.
Es más bien la página 41 de “Oración por Chile”: “…me invocaron para pedirme un consejo que en realidad ya no necesitaban”.
“Un intento fallido de amnesia donde todos somos iguales, las sombras inocentes y los brutos malévolos, los personajes reales y ficticios, es decir, donde todos somos víctimas, solo que de una forma indolora”, como diría Roberto Bolaño. Roberto en “Nocturno de Chile”, que no es lo mismo ni es igual.
Oración por Chile
René Araya
Editorial Glück Libros
2022.