A medio camino entre la crónica y un largo viaje, con memorias individuales y colectivas, Rodrigo Barra hilvana 23 cuentos entre “El golpe” y “El mall”, una historia de Chile novelada, fragmentada y emotiva, donde el último medio siglo todavía duele.
Por Marcel Socías Montofré
Con cierta ironía en la construcción del relato, punzante, creativo y hasta provocando escalofríos por el fiel retrato de una época y sus personajes, Rodrigo Barra vuelve con una versión renovada de “Algo habrán hecho. Medio siglo después.
Se añaden más cuentos y se extiende el período y la línea del tiempo entre el 21 de mayo de 1973 y los días, meses y años posteriores al 18 de octubre de 2019, en un pasillo de personajes, cicatrices, heridas abiertas y la certeza –como decía Gabriela Mistral-, de que “la humanidad es todavía algo que hay que humanizar”.
Aunque con un tono muy similar y de ambiente como “La ciudad está triste”, de Ramón Díaz Eterovic.
Ese Chile en dictadura. El amargo relato, a ratos asfixiante como en aquella época, aunque prolijamente redactado y renovado en la propuesta de Rodrigo Barra, que ya cuenta con otros títulos como “Fantoches” y “Fabulario”.
El Golpe
Precisamente, “El golpe” es el primer cuento del libro. Un momento de inflexión y quiebre que se prolonga y entroniza en la historia del país, de sus habitantes y hasta sus brechas generacionales, por más de cincuenta años.
Pasando por la brutalidad, la tortura, la Dina, la CNI, las historias íntimas y despedazadas, el plebiscito del 1988, el estallido del 2019, la pandemia, la inefable tragedia humana, los personajes secundarios que dan sustento humano al libro, a una reconstrucción de Chile.
Pero más que de un Chile histórico, es la reconstrucción de escena. De un crimen o de un suicidio en defensa propia. De un país donde se termina –cincuenta años después- exacerbando la impunidad, el individualismo y la indiferencia.
Como por ejemplo en la página 301, “…corrieron para cubrir cuanto antes el cuerpo y tapar el ajedrez manchado de sangre. Pasado unos minutos, el ajetreo del mall retomó su ritmo habitual y como una novela fragmentada, en Chile, todo siguió igual”.
Esa rueda del tiempo que gira y se repite.
El recurso de la simpleza
Por cierto, a ratos se recuerda también a Poli Délano y Antonio Skármeta. Una narrativa simple para centrarse en lo importante. No hay exceso de recursos literarios. Son personas más que personajes, verosímiles, los que construyen y mantienen el relato.
Incluso mantienen la atención. Allí reside el aporte creativo del libro. No es precisamente una suma de cuentos, sino una historia que se resta al clásico boletín de trinchera y se presenta humanamente desnuda, aun a riesgo de la tortura o ser desaparecida con un trozo de riel atado al cuerpo.
Pero también hay momentos de profunda comunión, de empatía, de minuto de silencio y el cuento de la “Cueca Sola”, entre la página 79 y 88:
“…con una austeridad conmovedora transmitió su mensaje sin necesidad de discursos, dejando al descubierto, para quienes lo supieran entender, la desaparición de tantos compañeros y el rol que cumple la mujer, quien, a pesar de todo, sigue bailando sola”.
Precisamente allí está el mejor de los recursos: la simpleza capaz de provocar un minuto de silencio, de sincero respeto, de no seguir jugando el baile de los enemigos, de una “Cueca Sola” después que se ha perdido todo. Menos el respeto.
Hilando vidas
Como por ejemplo “Bandera clandestina”, de aquellas épicas que cruzan la historia: “…dentro del recinto todo transcurría con normalidad. Pocos visitantes. La pareja de hombres armados enfiló al segundo piso, se dirigió al Salón O´Higgins, donde se exponía la bandera original de la Independencia de 1818. Allí reposaba desteñida y mansa, dentro de una urna de cristal” (Pág. 91).
Casi la alegoría de medio siglo, de un país después.
También se felicita la creatividad del relato en el “Proyecto Secreto Phoenix”:
“-No quiero saber más… Xen. Por favor, quisiera ver algo de mi época, necesito conectar con mi pasado. Por favor.
-Ok. Podemos ir al Museo Costanera.
Una vez allí y al primer descuido… Adán cerró los ojos y saltó”.
Por cierto, también el cuento con “Daño colateral”, los nazis en Chile y “hacía frío esa noche, tanto Betty como Boris llevaban puestas gruesas chaquetas de camuflaje y sus visores nocturnos; espiaban Colonia Dignidad y habían viajado hasta allí para medir la radiación Geiger” (Pág. 153).
O medir también la suma de todos los cuentos en “06:06 A.M”, de las personas y los personajes, para una novela fragmentada en una serie de cuentos que se cuentan por sí solos y vuelven una y otra vez para recordarnos que nadie está olvidado.
“…cuando vayan por mí, a la hora acordada, me entregaré sin resistencia. No quiero la vigilia otra vez (Pág. 231)”.
Circularidades
O el cuento “El pase”, la continuidad del tiempo y otras tragedias más cercanas, como en la página 263:
“También le contó otras cosas.
-Tu mamá está en el hospital, dijeron que la van a entubar y no se sabe cuándo vuelve…”.
No hablar de “El Mall”, en la página 301, “…muchos usaron las cámaras de sus celulares para inmortalizar el hecho en las redes sociales, unos pocos trataron de impedirlo; y varios guardias del primer nivel se hablaron por radio y corrieron en busca de uno de los toldos grises, escondidos estratégicamente para cubrir cuanto antes el cuerpo y tapar el ajedrez manchado de sangre”.
Esas circularidades de un Chile en medio siglo.
Algo habrán hecho. Medio siglo después.
Rodrigo Barra.
Editorial Zuramérica