Lucia Berlin nació en Alaska, Estado Unidos, el 12 de noviembre de 1936. Debido al trabajo de su padre, durante su infancia vivió en diferentes localidades entre Estados Unidos, México y Chile; experiencias que le sirvieron como inspiración para sus obras. Entre 1977 y 1999, escribió una ochentena de cuentos que no recibieron mucha atención.
La infancia de la autora se desarrolló en lugares tan diferentes como Idaho, Kentucky, Arizona, Montana y Texas, entre otros, siguiendo a su padre que era un ingeniero en minas. Su adolescencia, por otro lado, fue en Chile, estudiando en el colegio Santiago College. Su padre, luego de terminar la guerra, se instaló en nuestro país.
La vida que tuvo acá fue privilegiada, como ella misma destaca en sus relatos autobiográficos en Bienvenida a casa: “Yo era muy bonita, llevaba ropa preciosa y todas mis amigas eran igual de frívolas y consentidas. Esquiábamos en Portillo todo el invierno, pasábamos los veranos en Algarrobo y Viña del Mar. Veíamos partidos de rugby y críquet, jugábamos al tenis y al golf” entre otras actividades que menciona.
Luego de vivir en nuestro país, fue a México en 1955 para estudiar escritura en la Universidad de Nuevo México, siendo estudiante de Ramón J. Sender. Sin embargo, en las memorias ya mencionadas, explica que eligió “la especialidad de periodismo por error. Quería ser escritora, no periodista”. Fue durante este período en que comenzó a publicar sus pequeños escritos a través de revistas. Fueron 76 cuentos que aparecieron en medios como The Noble Savage, The New Strand y Atlanthic Monthly.
Su primer matrimonio fue cuando ella tenía 19 años, con un escultor llamado Paul Stuttman, en Albuquerque. Antes de que naciera su segundo hijo, él ya la había abandonado. Tres años más tarde, la autora ya estaba casada con Race Newton, un músico de jazz, a quién ella abandonó por uno de sus amigos músicos Buddy Berlin. Juntos fueron a México a vivir, y tuvieron dos hijos. Estuvieron casados por nueve años, tiempo durante el cual su marido mantuvo su adicción a la heroína, como explica Lucia Berlin en uno de sus relatos.
La escritora fue una madre soltera que combatió una adicción al alcohol hasta el fin de sus años. Para mantener a sus hijos tuvo una infinidad de empleos tan diversos como maestra substituta hasta mucama de hotel.
Luego de una vida nómada, pasando desde Nueva York hasta Guatemala, de tres maridos y cuatro hijos, de una lucha contra el alcoholismo y de múltiples pequeños empleos, Berlin se mudó a California, en el garaje de uno de sus hijos, donde falleció el día de su cumpleaños número 68.
Reconocimiento póstumo
Hasta el 2014, Lucia Berlin era prácticamente una desconocida en el mundo de la literatura. Pasaron diez años luego de su muerte cuando Stephen Emerson recopiló algunos de sus relatos en el libro Manual para mujeres de la limpieza, prologado por la cuentista estadounidense Lydia Davis. La obra fue un fenómeno literario: tanto críticos como lectores quedaron fascinados. Los derechos de la antología se ha traducido a más de 30 idiomas, y la traducción en español publicada por Alfaguara es considerada una de las más exitosas en el mundo: ya va por la 17ª reedición. A semanas de entrar al mercado, el libro ya estaba en la lista de libros más vendidos.
Fue el sello de David R. Godine quien compró el catálogo de escritos de Berlin a Black Sparrow Press, agencia que tenía los derechos de los viejos libros de la autora. La misma agencia ofreció a los herederos venderles todos los títulos por un dólar el tomo para poder hacer espacio en sus estanterías, ya que consideraban que Berlin era una autora de otra época y el hecho de escribir sólo cuentos podía ser más difícil de vender; narra Jeff Berlin, su hijo, a la revista Vogue. “De niños, pensábamos: ¿estará haciendo esto o lo otro para tener algo sobre lo que escribir? ¿Se está comportando como una loca torturada para escribirlo después?” recuerda su hijo.
Manual para mujeres de la limpieza, obra que lanzó a la autora al estrellato póstumo, “fue la primera historia nueva que recuerdo verla escribiendo” dice Jeff. El relato se vio “influenciado totalmente por la pérdida de su trabajo, quedarse sin automóvil, por trabajar como mujer de la limpieza. Su novio se había suicidado. Ella estaba en ruinas. Escribir esa historia la ayudó a superarlo” explica.
Lucia Berlin no ha sido la única artista cuyo reconocimiento llega tarde, luego de su muerte. Otro caso reciente es el de la pintora colombiana Emma Reyes: su colección de cartas publicada como Memoria por correspondencia se convirtió en un gran éxito editorial en Colombia hace ocho años.