Muchas personas piensan que en nuestro país no se lee suficiente literatura… y, lamentablemente, parecen estar en lo cierto. Al menos así lo indican de forma constante los estudios que se realizan en el área.
Uno de ellos, por ejemplo, es el Estudio Global GfK: Frecuencia en la lectura de libros, desarrollado por la empresa alemana de investigación GfK en 2017. En este análisis se entrevistó a más de 22 mil personas mayores de 15 años de diversos países, incluido el nuestro, y se concluyó que Chile está bastante por debajo del promedio mundial.
“A nivel global, 59% dice leer al menos una vez a la semana versus el 40% de la población chilena”, señalan los resultados.
Y más específicamente, se determinó que el 22% de los chilenos asegura que lee libros todos o la mayoría de los días, mientras que un 4% dice no hacerlo nunca o con poca frecuencia.
Asimismo, la última prueba PISA, que es un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) cuyos resultados fueron publicados en 2016, concluyó que los chilenos tenemos mejor comprensión lectora que el resto de los países de América Latina, pero aún así estamos muy por debajo del promedio de las otras naciones que componen el grupo internacional.
¿A qué se debe que estemos estancados en este ámbito? Es probable que sean varias las razones de nuestra baja lectura, pero hay una de ellas que se alza como la mayor culpable, de acuerdo a algunos jóvenes chilenos que se dedican a la literatura infantil: cómo se les enseña a los niños a leer en los colegios.
Contar historias en vez de obligar a leerlas
Andrés Montero, de 29 años, es uno de ellos. A su corta edad, ya es fundador de la Escuela de Literatura y Oralidad Casa Contada, a partir de la cual también creó la Editorial Casa Contada.
Igualmente es escritor, habiendo publicado cuatro libros a la fecha. Uno de ellos, Tony Ninguno, recibió múltiples reconocimientos a nivel nacional e internacional, entre ellos el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, un galardón muy importante en México, y el Premio de Novela Breve Pedro de Oña, de la Corporación Cultural de Ñuñoa.
Su idea para la escuela nació luego de que tuviera éxito siendo cuentacuentos junto a su pareja, ocupación que le permitió ver más de cerca cómo es la relación de los niños chilenos con la literatura. Para realizar todo este trabajo, y en especial en la creación de la editorial y en su labor como escritor, se ha formado académicamente, cursando el diplomado en Edición y Publicaciones y otro sobre Fomento de la Lectura en la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC).
Desde la experiencia que ha ganado con su trabajo y sus estudios, opina que el bajo índice de lectura en nuestro país “tiene que ver con el fomento. A los niños los hacen aprender a leer muy chicos y los obligan a leer a los 7 años, con libros en la casa. Y pienso, como soy cuentacuentos lo veo desde ese lugar, de que los niños primero tendrían que enamorarse de escuchar historias, amar las historias porque lo pasan bien, antes de aprender a leer”.
“Ojalá aprender a leer un poco después de eso. Y una vez que ya estén enamorados de las historias, que les gusten, que ya tengan los oídos preparados, van a ir solos a buscarlas a los libros, cuando aprendan a leer. Creo que el proceso está invertido. Se les trata de enseñar a leer lo más pronto posible, y eso puede que no sea una experiencia tan buena, y entonces puede generar que a la larga se vea como un acto que es una obligación y que no es entretenido”, acotó.
Pese a ello, cree que Chile va por buen camino. “A mí me parece que no somos un gran país lector, pero tengo la impresión de que las cosas hace un tiempo se empezaron a hacer bien. Entiendo que están subiendo los índices de lectura, también la comprensión”, valora.
La literatura como una obligación
Una opinión similar entrega Joceline Pérez Gallardo, de 32 años, una diseñadora de Valparaíso que se dedica profesionalmente a la ilustración de libros infantiles. Ella también realizó el diplomado en Fomento de la Lectura y Literatura Infantil y Juvenil en la UC, además de un posgrado en Ilustración para Publicaciones Infantiles y Juveniles en Universidad EINA y un máster en Ilustración y Cómic en Universidad Elisava, ambas casas de estudio de Barcelona, España.
La niña que se escondía demasiado es uno de sus libros, por el cual recibió en 2018 la Medalla Colibrí en categoría libro álbum, reconocimiento que entrega la organización internacional IBBY Chile.
A lo largo de su carrera, Joceline se ha dedicado en varias oportunidades a realizar talleres de ilustración en distintos recintos culturales y de salud mental, y lo que puede contar sobre su experiencia es que “en los lugares donde he trabajado, encuentro que los libros siempre han estado presentes en el entorno de los niños más chicos, sobre todo en los espacios educativos. Se ve como que el libro para ellos es como un elemento lúdico más, como un juguete, y es tan interesante como cualquier otro juego. Entonces, por ese lado, cuando los niños son pequeños, el libro está bien instalado en espacios educativos o culturales”.
“Pero, como no he tenido la experiencia de entrar en las casas de esos niños, no sé cómo será la realidad dentro de sus hogares. Si nos fijamos más cuando los niños están en los colegios, el libro se transforma como en una obligación, ya deja de tener ese valor como de compañía, como de algo entretenido”, estima.
Expandiendo ese punto, agrega que “la manera en que se plantea la lectura no me parece que sea atractiva para los niños que no les interesa leer. Como que no atrae, no se relaciona con las experiencias de vida que se está viviendo en la adolescencia. Como que están fuera de su contexto y se ven simplemente como una tarea más, una obligación más”.
El que la literatura se convierta en una obligación podría también estar vinculado al hecho de que, ya siendo adultos, no todos vean la literatura como un medio de entretención.
“Creo que la gente busca cosas más inmediatas, como poder ver televisión o mirar su teléfono o ver una película (…) Con el tiempo libre que tienen, prefieren dedicarse a hacer otras cosas. Porque comenzar a leer un libro, lo que provoca es como aislarte de tu vida, sacarte de lo que estás haciendo y entrar a otro universo ficticio. Entonces, si no tienes el tiempo o el interés en eso, no vas a leer”, sostiene.
¿Cómo fomentar la lectura en Chile?
Ambos jóvenes escritores, quienes han realizado el diplomado de la UC sobre Fomento de la Lectura, consideran que una de las medidas que puede ayudar a motivar a los chilenos de todas las edades a leer más novelas y cuentos, es potenciar las bibliotecas.
Al respecto, Joceline manifiesta que “hay que hacer que las bibliotecas sean un espacio más entretenido (…) Atraer a los lectores hacia los libros, especialmente con el préstamo, porque hay gente que simplemente no los van a comprar”.
En este aspecto, pone como ejemplo los Bibliometros, que son las bibliotecas públicas instaladas en el Metro de Santiago, en las cuales todas las personas pueden pedir prestado un libro (previa inscripción gratuita) y luego devolverlo en cualquiera de los recintos de la red.
“Los Bibliometros que hay los encuentro súper positivos, porque creo que la lectura se contagia un poco. Si ves que hay gente a tu alrededor que está leyendo, o si hay libros en tu casa, si los libros siempre están acompañándote, van a generar como un contagio lector”, asegura.
Por su parte, Andrés relata que “siempre trato de destacar el trabajo que se está haciendo en bibliotecas públicas, que es un lujo respecto a otros países. O sea, tenemos bibliotecas públicas maravillosas en ciudades muy pequeñas”.
Y añade que “también ha cambiado un poco el concepto de biblioteca. Es decir, que no es sólo un lugar aburrido, oscuro, sino que está vivo. El Estado está comprando muchos libros al año, tienen buenas colecciones, y esto está haciendo que por lo menos el problema del acceso sea cada vez menor”.
Los jóvenes también estiman que ampliar el acceso a librerías puede ser una buena medida para potenciar la lectura, pues en varias comunas del país puede ser difícil hallar determinados libros en el comercio debido a que no hay suficientes de estos locales.
“En las librerías sí que tenemos un gran problema porque el 50% están concentradas en la región Metropolitana y, a su vez, esas están concentradas en su mayoría en Las Condes, Providencia y Santiago Centro”, dice Andrés.
Y acota que “igual está el costo de los libros. En ese sentido estamos muy atrasados porque el costo de los libros es alto, la gente no puede tener su propia biblioteca”. Recordemos que Chile tiene uno de los impuestos a los libros más altos del mundo (19%).
Aunque, de acuerdo a Joceline, disminuir el costo de los libros no es la única medida que se debería tomar para aumentar los índices de lectura, como algunos podrían creer, sino que eso tiene que ir de la mano de hacer la lectura más atractiva como medio de entretención y ocio, como ya propuso anteriormente.
“Igual puede ser que influya el precio de los libros, pero también hay que ponerse a pensar que son prioridades, porque las mismas personas que no compran libros, gastan el dinero en otras cosas que los van a distraer y que van a generar ese momento de ocio. Pueden pagar una comida o pagar entradas al cine para la familia, porque son distintas prioridades”, narra.
La reticencia de los chilenos a comprar libros la ha visto de primera mano, cuando ha estado vendiendo sus propios trabajos. “En las ferias de libros en las que he estado vendiendo mis libros, la gente los mira, los encuentra lindos, pero al final no compran. Como que no se atreven a dar ese paso”, cuenta, concluyendo que “entonces tener actividades de fomento lector, como en bibliotecas públicas, podría ayudar. Sólo faltan los espacios”.
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